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Adrian Ferrero

Silvia Bleichmar: la psicoanalista afronta

Como en un espejo primero empañado al que luego de pasarle la mano aprecié destellante, por fin había dado con un referente argentino nítido de una disciplina y una práctica profesionales como el psicoanálisis con los que siempre me había visto fuertemente comprometido pero jamás encontrado interlocutores nacionales de fuste. Todos ellos solían aludir a fenómenos demasiado específicos o herméticos, sirviéndose de un metalenguaje posiblemente necesario (no me caben dudas) pero poco accesible para un público que era importante tuviera nociones de esa disciplina por fuera de aulas, consultorios o congresos. De este modo, bajo ningún punto de vista era inclusivo para un lector que llegara al encuentro de este campo del conocimiento tanto humanístico como científico. Y, sobre todo, observaba un abordaje de temas que no me concernían en sus aristas más directas. Salvo ciertas lecturas del mismo Freud en las que me había internado por propia iniciativa, en ediciones no siempre buenas (hasta llegar a las de Amorrortu), que pese a todo me habían resultado fascinantes. Busqué, lo recuerdo, por más que lo intenté con persistencia, un diálogo franco con el psicoanálisis. Había una divulgación tan patética como simplista que inmediatamente descarté de plano.

Una persona asistente a mis talleres de escritura, adolescente, me envió un atardecer de parte de su madre, que era psiquiatra, un libro. Era pequeño y significativamente se titulaba Dolor país (publicado originariamente en 2002, después del colapso argentino de 2001). En ese momento fue transitoriamente guardado por mí hasta que un día lo abrí como una caja de Pandora y lo leí. En él, encontré por entonces a una intelectual que estaba atenta a llamar la atención y a dar cuenta del sufrimiento destructivo de otros, a trazar observaciones e interpretaciones arriesgadas, complejas, procurando esclarecer ese padecimiento desde múltiples perspectivas analíticas y puntos de vista, así como a hacerlo desde enfoques que abordaban esa etapa de crisis nacional pero también se remontaban a otras. Desde el siglo XIX hasta la dictadura. Desde el regreso a la democracia hasta el menemismo. Evidentemente, se trataba de alguien con los pies bien sobre la tierra, por un lado. Por el otro, dispuesta a afrontar la realidad nacional con una perspectiva histórica. Y a poner en diálogo el conocimiento de su disciplina con la sociedad en una apertura sin precedentes al menos en el mapa de mis lecturas previas en lo relativo al psicoanálisis.

En efecto, cavilando desde una vocación tan genuina como sincera por los destinos de un prójimo en un país en el que todas las certezas, todos los sostenes y los pactos, tanto económicos, sociales como privados habían sido desmantelados, una voz venía no sólo a hacerse cargo de ellos, más bien iba a su encuentro, sino a procurar esclarecerlos y a traer algo de consuelo a una patria en aflicción y hecha añicos. Esa vulnerabilidad experimentada en buena parte de las clases sociales además de la sensación infame de un país astillado por una clase política corrupta, una especulación financiera perversa y una rapiña extranjera que hacían estragos, me conmovió profundamente. Silvia Bleichmar era una persona que llegaba para ponerle nombre a experiencias traumáticas con audacia, con inteligencia, con claridad, sentido común y perspicacia. También poniendo el acento en su carácter aflictivo, como dije. Esto es: desde su perspectiva disciplinaria, atenta al dolor, transponía varios de los conceptos de ella a procurar contener el sufrimiento que resultaba intolerable.

Llegarían después los contornos de las etapas de la evolución de un pensamiento en curso. Algunos datos de su biografía. Que era oriunda de Bahía Blanca, que había nacido en 1944 y luego se había radicado en Buenos Aires para estudiar primero Sociología y luego Psicología, que en una vocación meteórica había concluido en tiempo récord. Fue la profesión que definitivamente abrazó. Pero lo hizo ya desde sus comienzos con inflexiones singulares. Su enfoque del psicoanálisis siempre incluyó una dimensión que estuvo atenta a los contextos.

Además de la práctica clínica en su consultorio, de la docencia y la vida académicas en universidades públicas del país y del extranjero, de la participación activa en eventos científicos, de la publicación de libros de su especialidad, Silvia Bleichmar fue una de las artífices de un proyecto de UNICEF de asistencia a las víctimas del terremoto ocurrido en 1985 en México (donde estaba exiliada desde la última dictadura militar argentina) así como de otro de asistencia psicológica a las víctimas del atentado a la mutual judía de la AMIA. Estos dos emprendimientos profesionales ya configuran las facciones del rostro de una psicoanalista sensible a su entorno y, agregaría yo, a sus aristas más trágicas. Que, al mismo tiempo, estaba dispuesta a que el psicoanálisis tomara un rol activo y colectivo en los costados más dramáticos de la sociedad. Especialmente en circunstancias de estallido.

Doctorada en psicoanálisis por la Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche, esta iniciativa es ya también indicio de una identidad intelectual tanto como profesional: que contornea claramente un diálogo con sentido de apertura al mundo de los saberes disciplinarios que no se cierra en la religión de lo nacional. Sino que apuesta a la teoría psicoanalítica extranjera luego de un tránsito por la de nuestro país y sus lecturas locales tanto como latinoamericanas del canon disciplinario. Tomando como punto de partida el sistema de lectura del psicoanálisis de Argentina, se proyecta hacia miradas también europeas y las pone en coloquio de modo auténtico y directo con otras figuras clave del psicoanálisis. Incluso aquí desconocidas. Y esta formación, esta preparación, estuvo puesta al servicio no de una carrera hacia el la consagración sino más bien a los problemas que aquejaban a la ciudadanía de su país y, más directamente, a radiografiar la situación de países como los de América Latina: el paradigma de país subdesarrollado producto del imperialismo y de una historia de masacres, saqueos, crisis y golpes que aquejaban a las comunidades.

Dos de sus libros que leí apasionadamente (que me vengo a enterar fueron best sellers, siendo en verdad no demasiado sencillos de descifrar porque requieren una cierta competencia teórica y disciplinaria) me llevaron a revisar puntos de vista respecto del presente y del pasado acerca de varias cuestiones de mi identidad como ser humano y de mi identidad como varón. Me refiero a Paradojas de la sexualidad masculina (aparentemente, me entero, tema algo descuidado por el psicoanálisis, o con el que el psicoanálisis ha sido negligente por motivos no muy difíciles de adivinar) y también No me hubiera gustado morir en los noventa (menos ligado a lo estrictamente psicoanalítico, en este caso) en el que aborda un conjunto de problemáticas y reúne artículos con contenidos diversos, nuevamente sobre aspectos de la realidad nacional pero esta vez vinculados con el contexto neoliberal de esa etapa y su impacto social así como los ecos, aún vigentes, de la dictadura.

Más tarde arribarían a mi vida muchos otros libros de Silvia Bleichmar que leí, naturalmente desde mi formación en Letras y no desde una científica de la que quedo excluido (dato que sí quisiera acentuar en este artículo y en esta evocación que trazo de Silvia Bleichmar, muy en particular para serle leal). Pero siempre había aportes, puntos de vista, posibilidades teóricas para reflexionar, incorporar y absorber, miradas sobre la sociedad, hipótesis fundamentadas, enfoques iluminadores sobre la sexualidad, sobre la inteligencia, sobre la violencia, sobre la relación entre las disciplinas humanísticas, sobre grupos dominantes y las clases sometidas, la resistencia frente a los poderes que aspiran a gobernar o controlar nuestros destinos sin que meditemos acerca de ello en profundidad. Invitándonos al pensamiento crítico, es más, poniéndolo en práctica de modo paradigmática, sembraba esa inquietud y ese ejemplo. También aspectos vinculados a la relación entre ideología y psicoanálisis, sobre ética y sujeto, el acceso a ciertas bibliografías útiles o el modo en que esas bibliografías podían cruzarse de modo me atrevería a decir, radicalmente original, los peligros de los procesos de desubjetivación en situaciones de vulnerabilidad. En fin, como puede advertirse, una agenda nutrida y con mucha vigencia que suponía profuso trabajo por detrás (transitado) y por delante (por concebir y por hacer: en tanto que proyecto; por lo tanto, dotando de más sentidos y motivaciones a la vida). Tanto para ella como autora en su momento como para mí en carácter de lector de por vida. Regreso a sus libros con mirada alerta, abierto a revisar mi propia disciplina desde algunas premisas compartidas y siempre en ese reencuentro hay aspectos, dimensiones, abordajes innovadores para ser revisadas transversalmente.

Los psicoanalistas suelen aconsejar no leer textos de esa disciplina a quienes no tienen formación en tales contenidos. El riesgo que se corre (pretenden, dotándonos de una enorme subestimación crítica y de criterio) es que consideremos que padecemos esas patologías o algunos de sus rasgos. En lo que a mí atañe jamás se me pasaría por la cabeza decirle a alguien que jamás lo haya hecho de no leer crítica o teoría literaria porque corre peligro de errar en sus interpretaciones de la poética o en perder su principio de realidad por ejercicio de teoría o de interpretación del mundo por transferencia de juicio teórico a evaluación del universo simbólico. A lo sumo puede no entender. Para lo que en todo caso solicitará una asistencia de alguien que tenga competencia en la disciplina. O concretamente en esa especialidad. Por el contrario, puede constituir todo un desafío a su inteligencia y, es más, hasta una prometedora instancia para sumergirse en mundos poco o nada explorados por los escritores. Las ciencias humanas, siempre, convengamos, tienen un tronco común que las vuelve, con sus metalenguajes específicos, es cierto, zonas de confluencia si uno se informa lo suficiente acerca de ellas, en especial si profundiza en ciertos autores o autoras que forman parte de su canon. Más allá o más acá de posibles malentendidos o autorreferencialidades (que sin duda puede haberlas) leer psicoanálisis siempre constituye un aporte sustantivo para un humanista y resulta una fuente incuestionable para enriquecerse. En especial sobre temas como los que escribió Silvia Bleichmar y en los términos en que lo hizo: agudos, no dogmáticos, releyendo textos canónicos, con un abordaje que no desatendió ningún costado importante de la realidad social y su conflictividad con un pie en su disciplina y otro atento a la Historia, como dije. Por un lado con seriedad y sin facilismos. Por el otro sin descuidar ese diálogo al que estuvo tan atenta como preocupada e incluso alerta entre sociedad y práctica psicoanalítica con miras a concentrarse en el sufrimiento tanto individual como colectivo. En uno de sus libros leí una definición suya del psicoanálisis que resulta obvia pero gráfica y, por lo tanto, inolvidable: “el objetivo del psicoanálisis es reducir el padecimiento”.

Su discurso denota profundidad, se despliega en una riqueza infinita y va a casos y ejemplos concretos. No trabaja exclusivamente con abstracciones o desde el pensamiento teórico, lo que resulta no sólo afortunado sino abiertamente una conquista porque para quienes la leemos desde otras disciplinas, esto es, desde una perspectiva profana, siempre los estudios de caso funcionan como ejemplos paradigmáticos y de aplicación de la ciencia. Y Silvia Bleichmar está siempre pendiente de conflictos y de una actualidad vigente que jamás desatendió. Recuerdo cómo me llamó la atención durante la lectura de un seminario póstumamente publicado la cantidad de veces que traía a colación durante el desarrollo de las clases noticias de los diarios con casos puntuales de sucesos acontecidos en forma reciente. Incluso ese mismo día. La realidad le resultaba tan apasionante como, por momentos, infame. También alusiones a textos literarios, lo que no siempre es frecuente en los psicoanalistas, créase o no, por lo que me refieren, en seminarios de esa disciplina. En particular me refiero a los que vi que ella hacía alusión en estos libros que menciono, no a los tan citados, de los que echaron mano Freud y también Lacan. En Argentina, entre otros, Oscar Masotta.

Si uno intenta reconstruir una trayectoria posible (o imposible) se encuentra primero con inquietudes por la Sociología y la Psicología en su formación, como mencioné. Una zona de cruce fecundo que siempre marca e indica el primer derrotero hacia el cual se suele encaminar la vida profesional o, más ampliamente, de una intelectual. Más tarde, su experiencia clínica, su exilio en México con la dictadura, notas y artículos en medios de prensa o especializados sobre los temas más candentes que planteaban tomas de posición comprometidas y puntos de vista renovadores sobre la sexualidad (no sólo la masculina) y el género, los contextos en el seno de la sociedad capitalista, su preocupación (y quizás hasta su desesperación) por ese desmantelamiento de la vida cultural (entre ellas, de las instituciones formativas, de las cuales era miembro), el desprecio por los asesinos y torturadores y del Estado como institución capaz no digamos de tender a proveer una cierta igualdad de oportunidades tanto como de brindar recursos elementales, reparo y amparo para que los grupos más castigados tuvieran acceso a bienes tanto materiales como simbólicos. Simultáneamente, una intelectual que es ante todo una consciencia despierta. Sí, sobre todo defensora en el sentido de hacer sentir una voz disonante entre esa grisura, diría la escritora Tununa Mercado, propia del fin de siglo en Occidente que clamaba de modo inmediato a su disciplina y a otras para no anquilosarse por debates, revisiones y nuevas polémicas. También por un pensamiento crítico inusitado atento a servirse de él para pensar las disciplinas y los saberes de modo que las epistemologías y los paradigmas también entraran en diálogo.

Después de que se le detectara un cáncer, dio una dura y larga batalla, durante la cual no cesó en la propagación de sus ideas, sus prácticas en la docencia y la producción y difusión de conocimiento, que hizo circular, posiblemente, y pese a su debilidad, como una forma de sobreponerse y sobrevivir a un deterioro inevitable..

Dolor país y después…(2007), con esos sugerentes puntos suspensivos que dejan la puerta abierta para que otro psicoanalista (o varios) tomen la antorcha, el último de sus libros que alcanzara a terminar 15 días antes de morir, retoma algunos tópicos de su homónimo de 2002 (de hecho lo incluye) al que se suman algunos artículos imprescindibles sobre nuevos núcleos.. Silvia Bleichmar fue ante todo alguien que nos llama la atención sobre ciertos fenómenos, acontecimientos del orden de lo real, su relación con lo psíquico y nos lleva a reflexionar sobre ellos para pasar a la acción, lo que es dar un paso más allá de la mera pasión por el saber específico. En un marco pujante, esperanzado, aún así era importante hacer oír una voz serena, no indignada pero sí inconformista. Que siempre encuentra temas a los cuales referirse y tiene una palabra que aportar a las controversias con pasión pero sin buscar la confrontación inconducente o sin fundamento..

Derrochaba curiosidad e inquietud por el mundo. Con la seguridad de afrontar una práctica profesional con seriedad y principios, como ya lo dije, desbordándose hacia fenómenos o bien descuidados o bien con marcos teóricos endebles en ciertas líneas de investigación, se interpuso con su propio discurso a otros hegemónicos o bien normativos, por un lado. Por el otro, se coló entre intersticios por los cuales, me parece, era necesario que el psicoanálisis no dejara de indagar desde una perspectiva propiamente disciplinaria pero tampoco ajena a las variables éticas, ideológicas y, en especial en Argentina, también en lo que atañe a los sistemas de exclusión social. Caviló largamente y con profundidad precisamente en torno de esa exclusión en lo que atañe a los recursos económicos, el acceso a la educación y de la posibilidad de un Estado potente que fuera agente de justicia y de garantías éticas.

Leída en la actualidad, sus trabajos conmueven tanto como constituyen intervenciones públicas sobre temas que estimo ineludibles para que no sólo el psicoanálisis, en sus vertientes más creativas y valientes, afronte. Ese vivir, trabajar y escribir de manera incansable, activa, palpitando lo que está sucediendo día a día pero simultáneamente desde un tiempo histórico definieron a una mujer que, por sobre todo, era esa clase de personas que no podía permanecer indiferente frente al dolor de los demás, diría Susan Sontag, fuese cual fuese ese espectáculo. Frente a todo y frente a todos. Con pluma segura, pulso firme, con formación impecable, con coraje, ávida por alimentarse de otras disciplinas y del arte. Operando esos cruces, esos desplazamientos, que ya señalé, dibujan el retrato, tan esclarecido como dinámico, tan íntegro como profesionalmente serio por responsable y comprometido, de una intelectual sencillamente que en sus escritos deja, no sólo un testimonio de los asuntos que la desvelaron a ella y sino a su tiempo. Ella procuró desentrañarlos, circunstancia que insinúa ya un programa a seguir, la puerta abierta para sus discípulos y un modelo que puede transferir analógicamente de modo perfecto a otras disciplinas o artes para que se nutran de sus premisas y su corpus. Deja entonces un programa a proseguir y una forma para que las disciplinas, cualesquiera sean, se planten frente a la realidad desde sus costados más productivos, más útiles, más dúctiles, más atentos a las necesidades y los dolores de la comunidad, haciéndolo de modo éticamente responsable.

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