Podemos empezar a contar las horas que faltan para las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Presidenciales que, por su importancia, han opacado las otras, no menos significativas, de quienes aspiran a cargos políticos diferentes, tanto a nivel nacional como local.
Ahora más que nunca podemos visualizar dos países en un mismo territorio, dos corrientes de pensamiento, dos maneras de entender el poder y la responsabilidad que conlleva. Nunca la democracia norteamericana había mostrado tantas costuras y nunca fue tan vulnerable.
Merecería la pena recordar el largo recorrido de la historia política de este país, las sangrientas luchas de sus líderes y de la ciudadanía, para lograr una democracia, imperfecta como inevitablemente lo son todas, pero firme en algunos pilares fundamentales. Ni en los momentos más oscuros, los Presidentes rompieron de manera abierta y sin recado alguno, la tradición que imponía el respeto hacia las instituciones, hacia la población, hacia la verdad.
En algunos casos, muy probablemente, fue más por permanecer ajustado a lo políticamente correcto, concepto que hoy rescatamos y añoramos, porque impone un lenguaje que rechaza las ofensas. Y, para quienes creen que lo que importa son las acciones y no las palabras, es bueno recordar que las palabras muchas veces son la base de esas acciones y reflejan una manera de sentir y de vivir en una sociedad. ¡Pregúntese, si no, por qué estábamos acostumbrados a declinar al femenino los trabajos más humildes y no los que indican cargos importantes como Juez, Ministro, Ingeniero, etc.!
Otro de los pilares fundamentales de la democracia norteamericana, quizás el más importante, es su Constitución. Una Carta Magna que, por confiar en la ética de sus gobernantes, no tiene reglas escritas que permitan evitar atropellos hasta hace poco inimaginables, y que por lo tanto no pudo impedir la elección de una Jueza, con una marcada tendencia política, en un cargo tan sensible como es el de la Corte Suprema, en pleno proceso electoral.
Las que culminarán el próximo 3 de noviembre, lejos de ser unas normales elecciones presidenciales, son un punto de pliegue que determinará en qué mundo viviremos no solamente en Estados Unidos sino también en los otros países.
No se están enfrentando dos personas con ideologías diferentes pero similares en lo que concierne el respeto hacia las instituciones democráticas, las minorías, las relaciones internacionales y el ambiente.
En esta ocasión el bastón de mando de la nación que sigue, a pesar de todo, manteniendo un rol fundamental a nivel internacional, puede quedar en manos de una persona que no cree en la ciencia, no respeta el dolor de los demás, no dice que se salvó del Covid-19 por tener acceso a medicinas experimentales tan caras que nunca podrían estar al alcance de los millones de personas que se siguen enfermando, que ha llamado violadores y delincuentes a los inmigrantes latinoamericanos, que está deteriorando las relaciones internacionales y debilitando los organismos multilaterales que, con todas sus limitaciones, son el único bastión contra los excesos de los gobiernos. No sabemos a priori cómo sería, en cambio, el país y el resto del mundo si ese bastón de mando pasara a manos de Joe Biden y Kamala Harris. Lo único que sí podemos decir con total certeza es que la política de Estados Unidos volvería a ajustarse a unas reglas de decencia en el lenguaje y en el respeto hacia los demás.
Un pequeño detalle para demostrar la diferencia con la cual los mismos opositores perciben a Biden y a Trump: en estos días viajaba en las redes la denuncia hacia presuntos manejos poco claros del hijo de Biden en sus negocios en China. La información voló y muchos, con talante acusador, empezaron a preguntarse si sería verdad.
En cambio, nadie se perturbó demasiado cuando la prensa nacional destapó presuntos manejos raros del actual Jefe de Estado.
¿Por qué? Pues, posiblemente porque Trump nos acostumbró a tolerar lo que parecía intolerable, y en cambio Biden nos devuelve a un concepto de ética que no permite ni el más mínimo desliz.
Como mujer, como latina, como madre preocupada por el futuro del planeta, como amiga de muchas personas pertenecientes a la gran familia LGTBQ+ y a la comunidad afroamericana, como ciudadana que respeta la democracia y la defiende porque vivió en carne propia la deriva autoritaria, lanzo a través de estas columnas una exhortación:
VOTE y VOTE por un mundo mejor.