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guadalpe loeza
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¡Shhhhh…!

Después de la retahíla de escándalos a raíz del weinsteingate, han surgido todo tipo de denuncias de acoso sexual que involucran a todo tipo de personajes de la farándula hollywoodense. Nunca imaginé que uno de mis actores predilectos se vería involucrado en actos de pedofilia. Kevin Spacey, a quien he seguido desde películas como American Beauty, The Usual Suspects, Beyond the Sea y L.A. Confidential, además de sus obras de teatro.

Acerca de su vida creía saberlo todo, que había comenzado su carrera artística como actor de teatro, que había ganado la aclamación de la crítica, antes todavía de recibir el Óscar por mejor actor de reparto, por la mencionada película The Usual Suspects (1995), mismo año en que filmó el thriller Seven, para por fin hacerse acreedor del Óscar de la Academia como mejor actor por American Beauty, en 1999. A partir de entonces, las ofertas se hicieron cada vez más abundantes. A pesar de la fama lograda en Hollywood nunca abandonó el teatro, como prueba de ello fue designado director artístico para la nueva compañía creada para salvar al famoso teatro inglés «Old Vic». Su primera producción, de la cual fue además director, fue la obra Cloaca en 2004. Y su debut como actor shakespeariano fue con la obra de Ricardo II en 2005. En el 2013 Spacey obtuvo el papel principal de la serie original de Netflix, House of Cards. Lo que no sabía es que la infancia del actor había sido un infierno con un padre abusador, nazi y sádico, experiencias que hicieron que se encerrara en una «burbuja emocional», como declarara su hermano también abusado por el padre. Como infancia es destino, con el tiempo, Spacey se volvió a su vez, abusador de adolescentes. El actor ha sido acusado de tres acosos sexuales. El primero hecho en 1986 a Anthony Rapp cuando tenía 14 años y Spacey, 26. Andando el tiempo Rapp se convirtió en un actor muy conocido por sus papeles musicales de Broadway, de allí que su declaración hubiera dado la vuelta al mundo. Una nueva denuncia hecha a la BBC es de un hombre que no quiso dar su nombre. Cuando tenía 16 años fue invitado a pasar un fin de semana a casa de Spacey, al otro día se despertó con la cabeza de su anfitrión, boca abajo y con los brazos alrededor de él. Y la tercera denuncia fue por parte de Roberto Cavazos, actor mexicano: «Parece que solo hacía falta ser un varón menor de 30 años para que Spacey se sintiera libre de tocarnos. Era tan común que hasta se volvió un chiste local…», recordó en su carta publicada en su Face.

Todas estas denuncias, incluyendo las hechas contra Harvey Weinstein, me han hecho reflexionar sobre el silencio, a veces sepulcral, acerca de todo tipo de acosos generalmente padecidos por mujeres: en la oficina, en el Metro, en la televisión, en discotecas y hasta en fiestas privadas. Por ahora me quiero referir, exclusivamente, a los que han sufrido las pacientes de psiquiatras y psicoanalistas masculinos. Cuántas veces he escuchado a amigas y conocidas, muy conocidas, relatar los acosos sexuales de que han sido objeto por parte de estos «profesionales». Lo más llamativo de todo es que nunca se han atrevido a denunciarlos a las autoridades del ramo por temor a que su queja no sea más que un producto de su imaginación calenturienta. «No lo denuncio por miedo a que se enteren mi marido y mis hijos». «Lo que me pasó fue hace mucho tiempo, ya no vale la pena». Y como no denuncian a los susodichos psiquiatras, seguramente lo siguen haciendo con otras pacientes aprovechando la llamada transferencia.

Estos psiquiatras incurren en doble delito, el delito profesional como médico y el delito de acosador sexual. ¿Qué hacer frente a este abuso del que poco se habla y sucede más seguido de lo que uno se imagina? ¿Cómo ayudar a esas mujeres que sufrieron el trauma de haber sido acosadas en un diván? ¿A quién recurrir? ¿Y cómo impedir que siga sucediendo? ¿Cómo castigar a estos delincuentes que en lugar de curar, enferman?

Si en verdad se atrevieran, no obstante han pasado 20 o 30 años del acoso sexual que padecieron, no me quiero imaginar lo largo de la lista de nombres de mujeres pacientes que se dejaron manipular por su psiquiatra cuyo poder sobre ellas no hacía más que confundirlas aún más.

Denunciemos este tipo de acosos sin temor al qué dirán. Denunciémoslos a pesar de que muchos de estos médicos, o ya son unos ancianos o están jubilados. Por nuestra salud mental, ¡denunciémoslos!

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