Hace casi un año estaba en mi última visita al lugar donde solía dejar gran parte de mi sueldo todos los meses: Farmatodo. Había entrado para comprar los últimos artículos de belleza y de medicina que me faltaban o mejor dicho, los que encontrara, para no tener que gastar mis pocos ahorros en dólares una vez estuviera fuera de Venezuela.
Mientras esperaba que la farmaceuta regresara con parte de las cosas que había pedido, otro empleado llama al siguiente número en espera. Una joven en sus 20 años se acerca al mostrador y casi como un susurro dice “me da una caja de Postinor”. Para quienes no lo saben, Postinor es una pastilla que se debe tomar en un plazo menor a 72 horas después de haber tenido relaciones sexuales sin protección para evitar la posibilidad de un embarazo.
El farmaceuta ve a la joven con ojos de lástima y le dice “no nos ha llegado desde hace tiempo”. La joven se pasa la mano por la frente y le pregunta “¿En ningún otro Farmatodo la tienen?”. El empleado se acerca a la computadora, marca un par de teclas y le dice “no, en ningún otro hay”. La joven se da media vuelta y probablemente emprende su rumbo desesperado a cuanta farmacia más se le presente en el camino, arrepintiéndose por aquella noche de placer carnal sin protección y que por falta de este mecanismo de emergencia, podría convertirse en una cifra más de embarazos no planificados.
“Siguiente” dice el farmaceuta.
Mi orden se ha tardado por lo cual escucho atenta al siguiente pedido.
“Me da una caja de Cialis”. Debo admitir que me sorprendió porque cuando volteé a ver quién estaba ordenando este medicamento para la disfunción eréctil era un hombre que no llegaba a los 40 años. El farmaceuta con voz de desidia y de haber tenido que repetir esta frase cientos de veces durante el día le dice “no señor, esa sí que no llega desde hace tiempo”.
Otra alma sale de la farmacia con su vida sexual arruinada.
Tengo un grupo en Whatsapp con mis amigos de la universidad en donde veo a mis amigas sufrir para conseguir pastillas anticonceptivas. Comentarios como “acabo de conseguir X marca en la farmacia de Las Mercedes, avísenme si quieren que les compre” o “Amigos, no consigo la marca de pastillas que uso, estén pendientes si la consiguen” invaden las conversaciones. Incluso algunos de mis amigos se han solidarizado y escriben “muchachas, estoy por llegar a la farmacia, díganme que pastillas usan a ver si se las consigo”. Al menos apoyo entre géneros ha traído esta crisis.
Veo esta situación con lástima y rabia al constatar como la mala gestión económica del gobierno ha llegado incluso a afectar algo tan íntimo como el sexo. Algo que se supone que debe ser puro, apasionado y que utilizando los mecanismos de defensa adecuados no trae ninguna consecuencia que lamentar. Pero para los venezolanos se ha convertido en una verdadera tragedia.
Recientemente Bloomberg news publicaba un artículo sobre el alto precio de los condones en Venezuela llamado $755 Condoms Are Not Venezuela’s Biggest Problem” en donde una de las cosas más alarmantes que dice, a parte del hecho que una caja de 36 condones equivale a un sueldo mínimo, es que Venezuela es el cuarto país de Latinoamérica con mayor número de personas infectadas con VIH. Y eso es solo midiendo el VIH que es una de las más mortales, pero ¿qué pasa con las cifras de personas infectadas con sífilis, gonorrea, VPH y otras enfermedades? ¿Cómo se curan si no hay medicinas?
Desde ya se está gestando una generación con altos niveles de embarazos en adolescentes, embarazos no planificados, multiplicación de enfermedades por transmisión sexual además unas cuantas parejas con crisis por la falta de medicamentos que ayuden a mejorar el desempeño sexual.
¿Qué quedará de Venezuela?
¿Será que la única salida es el celibato? o por el contrario ¿habrá que inventarse técnicas sexuales creativas al mejor estilo “40 días y 40 noches” en donde se llega al orgasmo utilizando solamente caricias y la imaginación?