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Semblanza del paisaje social en «La siesta del martes», de Gabriel García Márquez

El cuento La siesta del martes que abre el libro Los funerales de la mamá grande representa un ala en ese vuelo simbólico en que se describe Macondo, aunque no hay una marca explícita que determine el nombre del pueblo que se recrea en esta narración. No obstante, hay un atisbo significativo desde la imagen de uno de los personajes emblemáticos de Cien años de soledad: «[…] buscó a tientas un revólver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía» (García Márquez, 2001, p. 7). Macondo, en realidad, representa todos los pueblos, sobre todo los de la región Caribe de Colombia. Ante esto, García Dussán (2015, p. 81) confirma que en este libro: «[…] se recrean diversos planos individuales y sociales, presentes y pasados, en las nebulosas fronteras que nos van llevando hacia un lugar que luego será llamado Macondo».

Para reproducir las dinámicas sociales, se hace imprescindible fijarse en lo geográfico y en el aspecto económico: «El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas en las plantaciones de banano» (García Márquez, 2001, p. 5). Esta frase ofrece una digna antesala y vivifica, claramente, el paisaje sabanero del norte colombiano, región que, más allá de carecer de la brisa marina, está rodeada de relucientes paisajes bañados por afluentes del Cauca y del Magdalena, a la par de extensas ciénagas que se compaginan con innumerables plantaciones de banano que rinden tributo al paso del ahora extinto ferrocarril que venía desde el Interior y desde la zona Andina hasta desembocar en la costera ciudad de Santa Marta que dista, aproximadamente una hora, del pueblo natal de García Márquez, Aracataca: «Los trabajos de este ferrocarril, que comunicaría a Santa Marta con el río Magdalena, se iniciaron en 1882 y cinco años después llegaron a Ciénaga. En 1906 se prolongó hasta Fundación, pasando por Aracataca a través de la Zona Bananera». (Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango, s/d).

La imagen del tren, tan recreada románticamente en múltiples obras de la literatura universal, en este caso mimetiza una pregunta sobre lo social, específicamente, en el marco del tema económico y del discurso del progreso: «El inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios calamidades y nostalgias habría de llevar a Macondo» (García Márquez, 1989, p. 196).

Desde el título se ofrenda un trazo simbólico, el martes, que, según García (2007, p. 77), tiene una fijación volcada en los sucesos nefastos, ya que, mientras el lunes es: «[…] el día en que el tiempo no discierne […] el martes tiene en cambio, otro signo: es, por ejemplo, el día señalado para la intentada ejecución del coronel Aureliano Buendía». El coronel en Cien años de soledad muere un martes, pero Carlos Centeno no; sin embargo, el hecho calamitoso podría pensarse, en un cuadro moderno de Antígona, como aquel momento cuando la familia viaja para visitar el sepulcro de Centeno, quien, en clara analogía con Polinices, aunque el primero sí es sepultado, no parece digno de ser cortejado honrosamente, más allá de que a su madre se le entregan las llaves del cementerio.

Al igual que la descripción paisajística, la semblanza sociológica se denota, sobre todo, en los primeros párrafos, en vista de que el resto del cuento se enfoca en la trama y el argumento. De tal manera, se evidencia una demarcación del nivel socioeconómico de la madre y quien es, aparentemente, la hermana de Centeno, el supuesto ladrón: «Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase» (García Márquez, 2001, p. 5). Posteriormente, se afirma un nuevo indicio que demuestra los carentes recursos económicos de la familia Centeno, el cual se evidencia cuando la madre defiende el honor de su hijo, luego de los señalamientos que hacia él se emiten a causa del aparente intento de hurto por el cual es asesinado: «—Era un hombre muy bueno […] Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso» (García Márquez, 2001, p. 7).

Continuando con esta pesquisa sociológica, en este cuento se hace mención directa, incluso, a la gastronomía: «[…] le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz […]» (García Márquez, 2001, p. 5). El bollo de maíz es uno de los productos gastronómicos autóctonos de la región, aunque se registran otras versiones como la humita que se reconoce en todos los países que componen los Andes. Esta fotografía del paisaje confluye, armoniosamente, con un eje recurrente en este cuento: el calor, en función del cual García Márquez ofrenda más detalles para el acercamiento analítico hacia las costumbres: «En algunas [casas] hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta en plena calle» (García Márquez, 2001, p. 6). Merced a esta narración, ¡bienvenidos a la costa caribe de Colombia!


Bibliografía

García Márquez, G., El coronel no tiene quien le escriba. Cien años de soledad. La soledad de América Latina. Brindis por la poesía. Caracas: Editorial Ayacucho, 1989, p. 169.

García de la Concha, Víctor. «Gabriel García Márquez, en busca de la verdad poética.»

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, edición conmemorativa en coedición         de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.     Editorial Alfaguara. Madrid (2007).

García Márquez, Gabriel, Los funerales de la mama grande, Editorial Sudamericana,

Buenos Aires, 2001.

Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango, Ferrocarril de Santa Marta (1881-1906), Bogotá, s/d. Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/exhibiciones/ferrocarriles/secciones/ferrocarril_santamarta.htm

Dussán, Éder García. «Reflejos de la identidad social en la cuentística de Gabriel García Márquez.» Estudios de Literatura Colombiana 37 (2015): 77-100.

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