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Carlos Luis Ortiz
Carlos Luis Ortiz

Selección de poemas

 

LUCIANA CON LUZ Y SOCIEDADES DE FONDO (Libro “El fuego de San Telmo”)

Los escenarios que iluminan el torso desnudo de la jinete de mar
Son la limpieza que purifica el sueño del padre
Quién ahora mira como los fantasmas del presente se evaporan
Como las antiguas cárceles de barrotes cincelados con sabia humana cambian de colores.
Están dispuestos nuevamente los espacios abiertos
La luz que triza la cabeza de pintores muertos a los que reza su melancolía.
Modigliani, Klimt, Utrillo,
Modigliani / Modigliani
Unísonos en la neblina del ayer inquebrantable
Luciana conversa en un lenguaje arcano con niños que hacen su casa de salmuera
Su hospedaje es caliente donde todos hablan bajo porque afuera la vida los despierta.
Se muy poco de su idioma, pero es emergente en mi medio día
El cristal mezclado con viento
El rojo y el negro de sus diálogos
Sus amigos lejanos e inteligentes.
Luciana traerá en sus manos el agosto de los enigmas
Me contará como estiraba el pincel Amedeo
Como enloquecía Maurice Utrillo
Como era Paris cuando todos los cuellos de las mujeres crecían
Porque ella vendrá de una patria donde ya todo ha sucedido
O quizás quiera compartirme el preciso instante en que despega la estrella de la mañana
La estrella de los alquimistas,
el ocaso de las basílicas y todos los secretos de sus puntas.
La jinete de mar aspira desde muy adentro las antiguas crónicas de indias
Y los romances andaluces
El cante jondo
La saeta, el cantar
Tiene la estirpe de los calés, de los navajos
Y un collar de espinas para la defensa.
Un escenario de amarillo antiguo tiene su piel para el padre,
Los girasoles de Rusia
La abundancia del agua
El saxo de Bubulina
“Para hacer esta armonía es preciso un nuevo ser,
capaz de nacer mil veces y crecer”
Luciana se ha perdido entre los tambores de Calanda
Pero me llega su sonido 3.000, 4.000, 30.000 tambores para su fiesta en la espera
Que nadie sabe de la altura de su travesía ahora
Ni la posición de su brújula
Modigliani, Utrillo, Klimt, Chagall
Tanto color ahora
Y tanta cabeza desflorada
Luciana 2.000, 3.000 nudos de velocidad ahora
Espero a que toques mi puerta de corazón transparentado.
Y que brotes en mi silencio como una hija de tres mil años.

 

XIV (Libro inédito)

En la piedra sanará tu cuerpo que estará entretenido en otras galaxias
Y en la sangre emprenderás caminos para encontrarme
…………..Para encontrarnos
Con los nuestros – otros que habitaron también la tierra
En el orh positivo y orh negativo de la sangre
Encontrarás a tu padre rebosando en el cuerpo de la madre
Que fue también rojo
Como el pergamino debajo del cuerpo que se expande

La franca sangre que se adormece entre nosotros
Y se desborda como niño entre los cielos
……………………….FULGOR
Esplendorosa garganta donde caben todas las tardes y los futuros carentes de cima
Nos disgregamos en el aire
Entre países que componen el polvo seremos…
Eternidad del instante
Un rosal desprendiendo el color permanente de estar…

Si alguien nos respira
Exhalará la fragancia de la sangre sobre el halcón del día
……………………….(((Que será mitad piedra y mitad aire)))

 

II (Libro inédito)

Hay un árbol y un tiempo dentro de ese árbol
Entremos en él
Dejemos quieta la existencia
Nuestras dos cabezas crean un solo talismán
Que sabe de horizontes claros
de la luz del día
Del mapa interior de nuestra mente
Extiende hacia mí las bondades del cuerpo del árbol
Descúbreme en las grietas subterráneas
En la resina que es tan nuestra como el pan de la mañana en casa de la madre
Ahuyenta los años dolorosos y renace nuevamente en flor para habitarnos

 

LA SINCRONÍA DE LLAMARSE ABDUL (Libro “El fuego de San Telmo”)

Abdul desde una cárcel remota miraba adentro de sus ojos como crecían las olas,
Como conformaban un solo de lágrima viva y roja
Por donde navegaba el tramp steamer con luces de noche prieta.
Con agotadas latas y maderas de húmedas empresas,
Es alto el cielo en el encierro, la nave aun desborda esperanzas en su proa.
Es invisible el cuerpo en el encierro
Disuelve con nudos todo el tiempo
Tiempo de noches náuticas, de soledad espesa de ballena.
“Soñador de navíos” tripulante de espectros que se hacen carne en cada puerto.
El sueño de antiguos bucaneros se transluce en las playas blancas,
Alta mar es la cuna y la intemperie,
El demonio rancio, el eclipse en la memoria llena de Turquía.
Los pies con sangre no declinan,
El mar rojo como el hogar de un hombre entero.
Los días de Líbano corriendo desde siempre,
una infancia con resplandores orientales y una casa trashumante.
Abdul desde un calabozo miraba como circulares se disponían las islas en el techo,
Manchas de humedad en el encierro,
Flácido es el cuerpo en el encierro.
Cánticos desde Alejandría, burdeles en Tánger
Una misiva con estampas de un puerto, del último puerto del caribe.
Siempre suyo: el gaviero, le escribía desde Guayaquil
Y todos los lupanares se confundían con esteros.
Es clandestino el recuerdo cuando el corazón es disecado en agua sal,
Cuando la piel es marina y se riega en las voces eco cánticas del mundo.
Abdul: de lejos no hay tumbas posibles, sólo la rosa de los vientos
Que sabrá adornar a los aviones que matan
A los bergantines que son tragados por remolinos en la próxima orilla,
Siempre suyo el gaviero,
Libros regados en las antiguas remembranzas de lo infinito.
El Dorado es un talismán en la utopía
En garganta seca del trópico milenario y de la magia oscura de la selva.
Es agónico el cuerpo en el encierro
Que sólo en los vuelos se desvanece
No hay epitafios posibles en el cielo…

 

Almacén (Libro “Almacén”)

De lo que fue ayer,
queda un pedazo de sable que corta la memoria que decrece.
Asisto al lugar donde perduran los sombreros de paño,
a los cartones que simulaban moradas oscuras,
a la conversación con el frío de la tarde encerrada entre las cajas de clavos,
o envuelta en los sobres de anilina.
¿Quién usurpó mi espacio dentro de los escaparates?
¿Quién dejó que las cobijas se arruguen?
¿Que mi escondite debajo de las vitrinas
padezca la soledad de las franelas,
de los manteles, de los suéteres para los escolares?
Aprieto ahora madejas de cedilla, tubos de hilo,
trago botones comprimidos para huir.
Para disfrazarme de seis años y temerle a la máscara de los hombres.
Podía imaginar en la hilera de telas inglesas, casimires, piel de ángel, terciopelo, lino,
la sucesión de edificios de colores en una ciudad de brea.
Podía prender y apagar las radios envueltas en su estuche de cuero,
y mover el pedal de la maquina Singer
subir la escalera de guayacán, alcanzar la cima y elegir la mochila
para el final del invierno,
para retornar al puerto,
del que solo podía salvarme la hoguera del río.
Ahora construyo castillos
imperfectos, desechables,
no como los que elevaba con pasadores,
ni con encajes ni randas,
esas, mis construcciones, eran saetas.
Los ejércitos encendían sus fusiles de plástico,
yo, en aguaceros sobrevolaba
mientras medían sus augurios junto al sonido de las puertas.
A la sombra de la abuela
levantaba gritos de guerra,
juegos de perpetuo silencio,
lánguido silencio;
Invadido por comparsas,
carnavales temerosos,
por el atavío,
por las cadenas y las pieles transgresoras.
Tiempo de la ausencia,
tiempo del tren
con sus hierros de blando pasado,
color de la ausencia
en naves de madera
hacia las cuevas imposibles.
La pirotecnia en los antebrazos de la madre,
el resplandor sobre la dermis del último flagelo.
Noches de piedra
de roca estridente.
Fosforescentes los habitantes del cielo,
los que se esparcían entre humos y explosiones.
Sólo la luz sobre las torres de la iglesia
sólo la luz sobre las flores aéreas del parque.
Triste el abuelo depositaba remordimientos en una urna sin albas.
afuera la fiesta…
El almacén perduraba en el cascabel triturado
en la alquimia del espejo,
en la imagen de una santa que escapaba a las bodegas para recuperar su cuerpo.
El pan de la tarde remojado en la cálida espesura de la leche en la trastienda
el papel de precios para calcinar el valor a las cosas
y una campana que entraba con la juventud de la noche encrespada a la montaña.
A la intemperie se elevaba el barrio
entre escondidas, florones, y trompos tallados de inocencia,
no había más astros que las canicas en su nido de tierra,
que los balones con un implante de bleris.

Relicario del yo envejecido
relicario del yo que enmudece.
El orbe en aquel lugar del yo infinito.
Donde convergían las habitaciones del sol,
las anemias del agua.
Almacén del verbo y del escape,
de madres que abrigaron candelabros,
almacén:
cuerpo de todo el espacio,
estibación del recuerdo
¿Quién enciende el televisor a estas horas?
¿Quién le da manivela a la radiola?

“La atmósfera se tuerce ahora que todos han partido. Rodrigo me contó entre las fauces de un sueño que camina después de muerto sobre las alfombras. Que captura los silbatos que Genaro fabricó en domingo de ramos. Que diseña submarinos con la urgencia del polvo”.

La sensibilidad en auge,
sensibilidad que nos fue diluyendo en mudez tan nuestra.
Aspaviento en el pecho ahora,
aspaviento en la baldosa verde ya cuarteada.

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