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Fabián Soberón

Selección de poemas

 

STATEN ISLAND

Dicen que Thoreau vivió en Staten Island
y que tenía un rabioso perro lanudo
que paseaba jubiloso y manso por la quinta avenida.
Dicen que su máquina de fotos
quemaba los rumiantes árboles del Central Park

y que los caballos raquíticos lloraban por el olor lejano

de la melancólica manzana glamorosa.
Viejo y olvidado Thoreau
alguna vez viviste entre los arduos parajes de Concord
en la ruinosa y esplendente casa de Emerson
y secaste tus manos de heno en el agua turbia.
Tu blanca voz de hermoso farmer barbudo
batía las verdes hojas matutinas
entre las ranas quejosas del estanque.
No sabías
sí lo sabías
que tu isla estaba al frente de una babel infernal

que era el puerto de insólitos delincuentes
y de judíos perdidos en la nostalgia
y de rubicundos italianos solitarios
y de difíciles poetas incógnitos

escondidos en las arterias invisibles de la desdicha.

(de “Ciudades escritas. Crónicas desde EEUU”)

 

OCTUBRE

Desde el roce frenético de la tierra en la fosa fúnebre
veo la mansedumbre de la calle en el silencio nocturno.
Luces apagadas, autos rancios, inmunes pájaros de la noche
custodian esta sutil nostalgia, irrespirable
que no se apaga
porque ningún fuego se apaga.
Adoradas ciudades inalcanzables
desde este páramo de alambre retorcido
y caóticos sueños de óxido y basura
evoco el rostro bifronte del centro oscuro y noble
de las casas capitalistas.
Desde esta fosa negra
desde el miasma sonoro y cáustico de la desdicha
canto el ocio imparable de las ciudades escritas
por la sombra imborrable de la dicha.
Oh, penumbrosa Boston
con tus inciertas calles de luces amargas
llenaste el corazón de la desesperación
y el viejo chino, azorado, camina sin rumbo
en un domingo perdido.
Inolvidable, incomparable New York
nunca dejaré de volar en las volutas de las nubes innumerables
en la luz hermosa y tibia de la babel invertida
en el bullicio perfecto de las locas avenidas húmedas.
Fue en octubre
cuando el barco se fue a pique
y las gaviotas dejaron su huella de agua y viento
y los peones de García Lorca avanzaron
con su manto de cenizas,
y el viejo y hermoso Walt Whitman
caminó por el verde supermercado
de Ginsberg.
Octubre
joven y dorado otoño de California
tardía luz inmune a la sombra
verano gastado y rojo
que luce su melena al viento.
Las perdidas ciudades de octubre
brillan en el centro violeta de la melancolía
con los suaves látigos del mar turquesa.
La arena suena de noche
al lado de la ventana entreabierta
de los ojos cerrados de Bruno
pegado a la sonrisa.
Una noche, incandescente y oscura
Bruno habló en un susurro:
vení, papá, me dijo,
aquí está la felicidad.

(de “Ciudades escritas. Crónicas desde EEUU”)

 

HELADO

En la esquina de Washington Square
un carrito violeta
vende helados de tres dólares.
Una chica morena
con visera y serena
expende su mejor sonrisa boricua.
Habla la lengua de los desahuciados
los pusilánimes, los expatriados.
No me mira
cuando entrega el cono de vainilla.
Sólo sonríe
con esa luz en los ojos
de exportación.
El viernes le compro
y no tengo cambio.
Entonces
me regala el helado
por un dólar.
En el último gesto
veo su cara de derrota.
Más adelante te lo alcanzo, digo.
Yo estoy siempre aquí, dice.
Levanto mi cabeza
hacia los árboles eternos
y sé que no la volveré a ver.

(de “Cosmópolis. Retratos de Nueva York”)

 

THEA VON HARBOU

Parada en esta nube como palco
veo la cabellera joven de mi segundo esposo
y escucho, festiva, las trompetas del régimen
como una música divina, irreemplazable,
como ángeles extintos y felices
que revolotean sumisos en mis oídos.
Fritz no hubiera hecho nada sin mí.
Solo le faltó creer en las camisas pardas
en los febriles discursos del jefe bajo
en el fervor irrefrenable de las tropas patrias.
No supo Lang ver la música del pueblo
en las hordas festivas y locuaces
en las ovejas tiernas y soñadoras.
Hice las películas de mi vida
y vi los rascacielos infinitos en la gran urbe
y dibujé el futuro en los planos grandes
y resbalé en una baldosa falsa en la vereda
y morí solitaria en una sala blanca
alejada de la gloria pretérita y del gentío
que vibraba como fiera asesina
ante el franco ardor del fürer
en el hermoso suelo teutón.
Yo, Thea Von Harbou
siempre recordaré la barba incipiente
y la voz tronante del judío temeroso
que huyó de Alemania como un rabino escéptico
y abandonó la tierra para vender su alma
al diablo de los tiempos.
Aunque nadie me quiera
seré la Thea del cine y del escenario
la fiel seguidora de las camisas pardas
la guionista que quiso el cine
tener entre sus filas.

(de “Cosmópolis. Retratos de Nueva York”)

CEMENTERIO

En un barrio de Brooklyn
hay una iglesia blanca y protestante
abandonada
y al fondo unas lápidas grises
escoltan las sucias tumbas olvidadas.
El fragor de las voces y los buses
dan la espalda
al silencio tímido y terrible
de los muertos.
Así quería tu tía una tumba,
dice mi mama a la distancia.
Un árbol y un pájaro a la sombra.
Así me visitan, la tía anhelaba.
Nunca cumplimos la promesa
dice mamá. Mientras miro
las manchas de Alberto Burri
en el museo espiralado
creo que aún nos queda
la esperanza.

(de “Cosmópolis. Retratos de Nueva York”)

 

BATALLA

Cómo explicarle a mis hijos
que sólo soy un sobreviviente.
Como todos
he luchado en vano
he subido ventanas altas
y busqué el sentido en las cosas insignificantes.
Acepté que el mundo es una torre triste
o una herida absurda
y brindé con amigos por la reunión
el café y la risa fuerte y espontánea.
No puedo explicar por qué
sólo puedo obtener el mínimo amor
como padre.
Sólo soy un vencido.
La muerte gana todas las batallas.

(“Cosmópolis. Retratos de Nueva York”)

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