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Fabian Soberon

Sandor Marai

Por las mañanas escribe un diario. Por las noches lee a Shakespeare, John Dewey, Schopenhauer, y algunos húngaros. Recita en voz alta, al lado de una lámpara de noche, unos versos escuetos.

Un día soleado se compra un arma.

Su esposa empieza con unos dolores en la espada. Lentamente decae. Al tiempo, la internan. Y muere.

Sandor esparce el polvo en el tumulto del mar. Es un día de ceniza.

Una tarde, revisa el cajón. La mira. Se siente reconfortado. Como había dicho Cioran, la compañía del arma lo hace feliz.

Después de un mes, sube a un taxi y toma clase de tiro en un despacho de la policía.

En la última página del diario, anota una frase muda. Luego, abandona la escritura. Nada que anunciar el vacío.

Sin palabras, se pega un tiro.


Photo Credits: Adrià Ariste Santacreu

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