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Guadalupe Loaeza

Samuel Paty

Francia está aterrada. No nada más respecto a la segunda ola del Covid-19, la cual superó a la primera y ha cobrado centenas de víctimas, y al toque de queda por la pandemia, entre las 9 de la noche y 6 de la mañana, impuesto a 20 millones de franceses, sino por la perenne lucha contra el terrorismo que parece no terminar. El atentado que sufrió el pasado octubre, en Conflans-Sainte-Honorine, el profesor de historia y geografía Samuel Paty, de 47 años, fue una prueba más del islamismo radical. La forma tan atroz en que se perpetró el asesinato no hace más que corroborar el odio que tienen los islamistas radicales hacia todo aquello que tiene que ver con la libertad. «…fue asesinado hoy porque enseñaba, porque explicaba a sus alumnos la libertad de expresión, la libertad de creer y la de no creer», dijo el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, en el mismo lugar donde el profesor fue decapitado con un cuchillo de carnicero de 30 cm sumamente filoso. No contento con su crimen, Abdoullakh Anzorov, de 18 años, de origen checheno nacido en Moscú, subió un tuit con la fotografía de la víctima decapitada y con mensajes insultantes, reivindicando su ataque para vengar a Mahoma. Varios testigos dicen haber escuchado al agresor gritar: «¡Allahu Akbar!» (Dios es más grande). Más de 80 kilómetros manejó el asesino, quien no tenía la mínima conexión con el maestro, ni tampoco con la escuela «du Bois-d’Aulne» donde Paty daba cursos a estudiantes de secundaria.

Si el asesino, Anzorov, quien muriera después de recibir nueve disparos de la policía, pudo localizar al maestro y la institución donde enseñaba, fue debido a la campaña en las redes sociales orquestada contra el maestro por el padre de una de sus alumnas. Ella le contó a su papá lo que le habían contado sus compañeros de clase, ya que ese día no fue al colegio. El maestro dio una clase, como todos los años, acerca de la «libertad de expresión» y, antes de mostrar las caricaturas de Mahomet, el profesor sugirió que aquellos alumnos musulmanes que no estuvieran de acuerdo con la clase podían salir, sin ningún problema, del salón. El curso causó mucha polémica entre los padres de algunos alumnos, al grado de quejarse con el director del plantel. Uno de ellos, el padre de la alumna de 13 años, grabó un video y lo subió al Facebook: «Si quieren que estemos juntos para decir ‘¡basta!, ¡no toquen a nuestros hijos!’, envíenme un mensaje». Enseguida puso su nombre y sus datos para ser localizado. Fue así que el asesino obtuvo tanto el nombre del profesor, como la dirección de la escuela.

El asesinato de Samuel Paty ha suscitado varias manifestaciones de indignación y solidaridad en París y en otras ciudades de Francia. El pasado 18 de octubre se congregaron miles y miles de manifestantes en la Plaza de la República. «El ambiente era solemne. Todos con mascarilla. Aplausos esporádicos. Muchos profesores, pero también políticos, activistas y sobre todo ciudadanos de a pie. Un minuto de silencio y, después, La Marsellesa a capela, en toda la plaza sonaba un coro inmenso; más que un himno nacional, en estas circunstancias es un canto reivindicativo, o fúnebre. La esperanza de que la muerte de Paty despierte las conciencias convivía con la desesperanza ante la falta de soluciones o la tentación de tirar la toalla: la posibilidad de que en la patria de la Ilustración y la laicidad, a partir de ahora, los maestros se autocensuren para no meterse en problemas es uno de los debates tras el atentado» (El País).

No hay duda que la libertad de expresión está en el centro del corazón de la historia de Francia, es parte de su identidad y de su cultura. En los liceos, los niños aprenden a pensar, a expresarse y a dibujar con absoluta libertad de expresión. De allí que los franceses aún tienen muy presentes los atentados de Charlie Hebdo y el del 13 de noviembre del 2015, cuando los terroristas atacaron el Bataclan y las terrazas de los cafés. Tampoco han olvidado el 14 de julio del 2016, cuando decenas de familias que habían asistido a los fuegos artificiales en Niza fueron masacradas por un terrorista, porque con libertad se habían reunido para festejar su día nacional.

Como bien dijo Macron en relación al asesinato de Samuel Paty: «No pasarán. No ganarán ni el oscurantismo ni la violencia. No nos dividirán». Mientras tanto los franceses siguen, como nunca, confinados, pero sobre todo, aterrados.

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