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Salivazos de tísica

Como todo hombre de hoy, me desagradan las corridas de toros. Me lucen como un espectáculo cruel y sangriento, herencia del circo romano, que solo exalta a la bestia que yace en cada uno de nosotros.

La Constituyente de Maduro no pretende reformar el texto constitucional. Al menos no como primera medida. El resultado de sus deliberaciones – un nuevo texto – debe ser sujeto, en principio, a consulta popular. Bien sabemos, la élite no puede medirse. Ella también lo sabe. Por esta razón no persigue como medida inicial cambiar la constitución vigente, sino gobernar sin una. Su objetivo inmediato no es otro que desmantelar al Estado, el orden republicano y el sistema democrático; y eso, desde luego, atenta contra la razón y el Estado de derecho. Es un adefesio para ultimar nuestra democracia ya herida de muerte. Es una mamarrachada inaceptable, que aun entre los suyos resulta intragable.

La gente – más del 90 % – exige el cese de una maniobra tan artera en contra de su soberanía. Además, en los predios más allá de nuestras fronteras resulta muy espinoso tragarse ese esperpento jurídico, en el que solo creen la élite y los palangristas que prestan su conocimiento para apuntalar la dictadura. No sé si esa barbaridad llegue a consumarse. Son demasiados enemigos los que se ha granjeado con ese bodrio. Tal vez más de los que puede lidiar. Ignoro, además, si la élite tiene una forma elegante para no dar ese último arponazo ofrecido a un modelo en el que jamás han creído quienes hoy gobiernan al país, en su mayoría dirigentes de la izquierda radical que nunca aceptó los términos de la pacificación y que vio en los barbudos de la Sierra Maestra cubana un ejemplo a seguir, un aliado al cual debían entregarse como las rameras a sus clientes.

Las horas corren. La élite, más desesperada que torpe, le puso fecha a un evento que como un cáncer, la corroe. Como Margarita Gautier, esputa salivazos sanguinolentos. Si bien nuestra democracia está maltrecha y agonizante, Maduro y sus conmilitones se revuelcan como las prostitutas tísicas del siglo XVIII. Tosen y en sus escupitajos ven los restos de sus pulmones carcomidos. Unos y otros se han herido gravemente. Sin embargo, son más los rezos por la democracia que por un régimen indeseado. En su empeño terco por aniquilar a los disidentes, aun en su propio patio, la élite se contagió, se hirió mortalmente o como sea que haya hecho para estar ahora como un toro exhausto y rejoneado frente al matador, en ese último instante antes de ser estocado.

Sangra por el hocico, la élite. Sus fuerzas decaen e instintivamente, reconoce que tras el capote rojo, el espetón le espera para dar por terminada la lidia. Sin embargo, rasga la arena del ruedo, bufa y exhala tenazmente sus últimos ánimos. Embiste a los disidentes con la terquedad de una bestia irracional. La élite está cayendo, y más por torpe que por agresiones de sus enemigos. Y puede que ese sablazo final lo dé, sin remordimientos, la sensatez dentro del partido, que intentará salvar el afecto popular que le va quedando. Confío, como muchos más, que, a pesar de la furia irracional de la bestia agonizante, no acabemos como Manolete e Islero, uno matando al otro.

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