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daniel campos
Photo by: Nick Page ©

Roca, Mar y Amor

Un haz de luz lila resplandecía en el poniente y se reflejaba en la superficie índigo del Pacífico. Recorría el océano desde el horizonte para llegar hasta el archipiélago de Islas Muciélago al atardecer. Las corrientes marinas, en apariencia calmas, creaban ondas poderosas que reventaban contra los acantilados de piedra de nuestra isla, San José. Las olas atravesaban una cueva en forma de arco que el poderoso mar había horadado en una pared de roca firme. Algunos cayos emergían de las profundidades. Las aguas formaban estelas de espuma a su alrededor. Por momentos el mar se serenaba y las olas se apaciguaban, para regresar con más ímpetu.

Nosotros observábamos el espectáculo natural desde la cima de una loma en la isla. Rodeado de gente querida, contemplé el océano, los acantilados, la cueva, los cayos, las olas y sus estelas de espuma e improvisé algunos versos en mi corazón:

No soy roca estoica.
Soy mar impetuoso.
Avanzo y retrocedo,
a veces con fuerte oleaje,
a veces con cadencia sabrosa.
El Amor es el ímpetu de ese vaivén.


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