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fabian soberon
Photo Credits: michal ©

Richter (Parte II)

Los dos eran partidarios de Alemania, dice el profesor. Tenían un fervor religioso por lo germánico. Un viejo militar nazi llamado Tank lo conoció a Richter en Londres, casualmente y lo recomendó.Tank fue ingeniero aeronáutico de los nazis y fue contratado por Perón para trabajar en la fábrica militar de Córdoba.En el 48, Tank se conectó con Richter y le propuso venir a la Argentina. Al principio Richter dijo que no pero después aceptó. Richter llegó y ahí nomás se entendió con Perón. Los dos se daban cuenta que podían trabajar juntos. Richter se trasladó a Córdoba. Pero un día inesperado se quemó su laboratorio y esto desencadenó un problema. Según la policía fue un accidente, pero Richter creyó que lo querían matar y entonces le pidió a Perón que lo trasladara. Y Perón tuvo que salir a buscar un nuevo lugar. Tenía que ser un lugar apartado, secreto. Y así un día salen Perón, Richter y otros a sobrevolar distintas zonas. Viajan por el norte, por San Juan y la Patagonia. Salen en helicóptero y un día se les aparece la cordillera. Vuelan por la pampa y de golpe los sorprende el verde y los picos nevados de la cordillera y los lagos. Richter queda embobado con el lago, la cordillera, la nieve, el verde, todo ¿te imaginás? Richter quedó encantado y entonces decidieron que podía ser en una isla. Richter necesitaba una isla. Decía que la isla era el lugar ideal para instalar un laboratorio. Era tentador, ¿no te parece?

Asiento como un robot, muevo mi cabeza mecánicamente. El profesor se toca el mentón y luego levanta una mano. Saca el paquete y toma un cigarrillo flaco y débil, casi destruido. Lo enciende.

Ese es el sueño de cualquier científico, dice con el humo en la mano temblorosa, tener un laboratorio en una isla. Y dicen que Richter dijo que en una isla hay agua fresca y pura, no hay polvillo, las máquinas se mantienen limpias y además, dijo Richter, es un lugar perfecto para trabajar en secreto.

El profesor hace una pausa y toma soda de su vaso. Tiene los anteojos de marco negro y el pulóver le sobresale por las mangas. Lleva unos zapatos viejos, un pantalón oscuro y una camisa a cuadros. Su verborragia es inusual y cada vez que dice Perón enrojece. No quiero interrumpirlo. A decir verdad, yo hubiera preferido que habláramos de Cecilia. Yo hubiera querido que el profesor me diera consejos sobre la mina. Pero él se hace el tonto. Ya le hablé de ella. Y me doy cuenta de que no quiere tocar el tema. Por eso se niega a opinar.

Vivo solo desde hace años. Huí de la casa de mis padres porque mi madre ejercía el oficio. Ya me había cansado de ver a los tipos entrar y salir de casa.Mi viejo la ayudaba a trabajar o, al menos, eso nos decía a nosotros.

Desde que me fui de mi casa no tengo con quién hablar. Cecilia es mi salvación. Pero ella no se quiere ir. Le insistí muchas veces pero ella no acepta. Hoy quedamos en encontrarnos en este bar. Yo creía que hoy era nuestra reconciliación.

No sé si lo que estoy haciendo es lo correcto. Le pedí a Cecilia que deje el trabajo y que nos vayamos de la ciudad. Nada de eso sabe el profesor.

Como te dije, retoma, Richter estuvo encerrado un año y medio. Y un día insólito dio una conferencia de prensa para comunicar el descubrimiento. Citó a los periodistas y les habló durante tres horas. Perón estaba eufórico. Richter comenzó diciendo que la energía atómica se originaba en la equivalencia de masa y energía y habló de Einstein. Richter reconoció que Einstein había descubierto la equivalencia entre masa y energía. Comenzó con Einstein para darle prestigio a su discurso. Hoy es muy común citar a Einstein. Desde que vino Einstein a la Argentina, todos los físicos dicen que lo conocieron. La Argentina era otro país. Acá lo recibieron grandes personalidades y fue homenajeado por la comunidad israelita. Fue hace tanto. Dio varias conferencias sobre su teoría. Dio conferencias en Buenos Aires y Córdoba. Fueron profesores de Tucumán y de todo el país.

No aguanto más. Tengo la ansiedad a mil. Y además la deseo. La deseo como no he deseado a ninguna mujer. Tengo clavada su piel, morena; sus ojos, oscuros; sus vellos, tersos y suaves, cerca de la vagina. Cecilia es la morocha más sexi.

El profesor está enloquecido. Parece que se le va la vida. Me habla con una pasión imposible, hipnótica. Yo creo que él tiene que escribir esa historia, que tiene que contársela a sus alumnos, en la facultad. Creo que es la historia más importante de su vida. Pero ahora no puedo escucharlo. No puedo prestarle atención. Lo único que quiero es que llegue Cecilia. Es una hija de mil putas.

Un día Richter saltó y dijo que tenía la fusión, dice. Nunca se supo lo que hizo, era un tipo raro, una mezcla de niño y loco, un tipo autoritario y carismático, una especie de Perón de la ciencia, digamos. Un Perón de la física, un embaucador, un controlador, un tipo que sabía manejar a la gente. Dio una conferencia de prensa para comunicar el descubrimiento. Decía frases confusas. Nadie entendía nada pero todos aplaudían. En serio. La noticia fue elogiada por todos los medios. Vos sabés que había mucha gente olfa de Perón.

El profesor hace una pausa. Se queda mirando al vacío por unos segundos, parece que quiere recordar los detalles, hasta los detalles perdidos.

Y después le entregaron la medalla peronista, continua. Perón dio un discurso y estaba muy orgulloso. Y vino la prensa extranjera, parecía el descubrimiento del siglo. Pero el tiempo pasó y Richter prometía y no llegaba lo que había prometido. Y le dieron la medalla. Dicen que Richter la guardó con mucho orgullo. Evita ya estaba enferma, pobrecita, dice el profesor con un tono de lamento. Hay detrás de ese comentario sobre Evita cierto dolor, un extraño dolor. Pero todo eso fue un circo, en definitiva. Richter entregaba informes confusos y lo prometido no llegaba. Perón y la gente que lo rodeaba comenzaron a preocuparse y le pidieron que se apure. Y Richter pedía más instrumentos, más instalaciones y quería que lo esperen. Hasta que un día se formó una comisión argentina de fiscalización. Querían comprobar lo que el tipo había hecho. El grupo se formó con Balseiro, Báncora y el padre Bussolini. Báncora era un ingeniero que había construido un pequeño ciclotrón en su laboratorio rosarino. Y el padre Bussolini había estudiado astronomía en La Plata. Nunca terminó sus estudios y la verdad es que no tenía conocimientos científicos. Pero eso no es lo peor.  Bussolini, además de ser el director de un observatorio astronómico, era asesor científico de Perón. Balseiro y Báncora dijeron que las instalaciones realizadas por Richter no podían dar los resultados esperados, dijeron que Richter era un impostor. El padre Bussolini, en cambio, dio crédito a Richter y lo apoyó. Perón le creyó a Bussolini y no quería aceptar que el dinero había sido tirado a la basura. Pero Perón tuvo que reconocer al final. Con todo el dolor del mundo tuvo que reconocer. Como no se convencía, se formó una nueva comisión. Estaba formada por Richard Gauss y el doctor Rodríguez. Y el informe de la segunda comisión confirmaba lo que había dicho la primera.

Esta hija de mil putas no viene. Ya debe estar con otro tipo, pienso. Es una mierda.

Perón tuvo que aceptar, pero tal era el poder que Richter tenía que tuvieron que esperar a que él no estuviera en la isla para llevar adelante la intervención. Trataron de silenciar todo hasta que no pudieron más. Un periódico extranjero dijo que el proyecto Huemul había fracasado. Fue la exposición pública del mayor ridículo de la ciencia.

El profesor suspira como si hubiera terminado un discurso. Lanza una bocanada de humo espeso y la tarde se expande y encuentra los colores oscuros del crepúsculo. Ya es casi de noche.Las bocinas se acumulan en la vereda y las luces de las farolas se encienden a un ritmo vertiginoso. El profesor suspira de nuevo y estira los brazos.

¿Qué vas a hacer?, dice.

Nada.

¿Esperás a alguien?

No, miento.

La noche convierte a las cosas en fantasmas incipientes. Todo es monstruoso de noche: el amor, los celos, el viento que corre, sutil, entre los árboles de la vereda.Ahora estoy con bronca, tengo el revólver entre mis piernas. El profesor está cansado. Se le nota en el despliegue de las arrugas en la cara.

El profesor ya no quiere hablar de Richter. Yo solo quiero que llegue. Qué pasa si no viene. ¿Qué hago esta noche? En eso veo una silueta esbelta a contraluz. Es una mujer.

El profesor Berg se da la vuelta y la ve, la reconoce.

¿Es la boliviana?, dice

Yo lo miro con odio. Él no me mira. Está sorprendido. Hace mucho tiempo que no la ve. Es ella. Viene acompañada. Es un viejo. El tipo le toca la cara y después le pasa la mano por la cintura. Ella se estira y lo besa.

¿Qué vas a hacer?

Yo saco la pistola y la pongo sobre la mesa.

Cecilia aún no me ve.


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