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Reservas Internacionales, debilidades y contradicciones

¿Hormigas o cigarras? O, lo que es lo mismo, ¿atentos y cuidadosos o simplemente derrochadores? Los países, casi todos en estos últimos años, han acumulado sumas importantes en Reservas Internacionales. De hecho, estas, de acuerdo a Bloomberg, han alcanzado entre los 10 y los 11 billones a nivel global. Una cifra sin precedentes, la cual refleja un cambio de actitud importante en las naciones.

La mayoría de los países, a diferencia de lo que ocurría en épocas pasadas no tan remotas, han orientado sus estrategias hacia políticas económicas centradas en la esterilización de recursos a través de las Reservas Internacionales. En fin, aunque a veces no lo han logrado, han buscado evitar alimentar los flujos de “capitales golondrinas” – capitales especulativos que llegan al país, cuando por circunstancias de políticas económicas este ofrece incentivos y buena rentabilidad, permanecen por un corto tiempo y salen nuevamente sin dejar nada positivo – sin crear desequilibrios internos.

La lista de países que han acumulado capitales es larga. La encabezan China, con aproximadamente 4 billones de dólares, y Japón, con sus casi 2 billones. La suma de las Reservas Internacionales de estas economías asiáticas representa más del 40 por ciento del total mundial.

Brasil, de acuerdo a las cifras disponibles, sigue siendo el país con las Reservas Internacionales más abultadas. Decimos, más de 375 mil millones de dólares. Lo siguen Perú (68 mil millones), Colombia (43 mil millones), Chile (40 mil millones), Argentina (27 mil millone), Venezuela (20 mil millones) Bolivia (15 mil millones), Uruguay (7 mil millones) y Paraguay (5 mil millones).

Un escudo protector. Eso son las Reservas Internacionales. Decimos,  depósitos en denominación extranjeras administrados por el Banco Central. Se emplean para asegurarla importación de bienes y servicios, el pago de los compromisos externa públicos y privados, los gastos de viajeros (sean estos por negocios, por estudios o por turismo) y las remesas al exterior.Y se obtienen de las exportaciones del sector público y de bienes y servicios del sector privado, de las inversiones extranjeras, de los préstamos externos, de las remesas del exterior y del endeudamiento.

Un nivel satisfactorio de Reservas Internacionales, de acuerdo a los expertos, permite preservar el valor de la moneda, asegurar la capacidad de pago externo e disminuir el riesgo soberano. En otras palabras, enfrentar y superar sin grandes traumas los cambios y los vaivenes de la economía mundial.

En nuestro hemisferio, el crecimiento de las Reservas Internacionales, en mayor o menor cuantía, caracteriza el desarrollo económico de casi todos los países. Decimos casi porque, como pasa a menudo, hay  excepciones. Estas son Venezuela y Argentina. Sin embargo, más que el caso de la nación austral, cuya dificultades económicas pueden atribuirse en parte a las turbulencias externas – léase, ‘fondos buitres’ cuyos reclamos han sido cuestionados severamente por la presidente Cristina Fernández de Kirchner en repetidas ocasiones -, llama la atención el caso de Venezuela, cuya economía atraviesa una crisis económica de proporciones preocupantes.

La caída de las Reservas internacionales de Venezuela refleja la coyuntura compleja que vive el país. Después de todo, las estadísticas del Banco Central de Venezuela no dejan dudas al respecto. El tanque de dólares que el país tiene para honrar sus compromisos externos y para satisfacer otras necesidades, experimentó un desplome del 33 por ciento, entre el cierre de 2012 y el 7 de octubre de 2014. Y se ubicó en 19 mil 925 millones. Este es el nivel más bajo desde el 19 de diciembre de 2003. La caída, de acuerdo a la agencia Reuter, se ha acelerado con el retiro  de 1.700 millones de dólares para cancelar el pago de capital e intereses correspondientes al vencimiento de bonos que se emitieran en octubre de hace 10 años.

El derrumbe en el volúmen de las Reservas Internacionales tiene efectos perniciosos en el volúmen de las importaciones. De hecho, de acuerdo al instituto de estadísticas venezolano (Ine), las importaciones, en el primer semestre de este año, se ubican en 17,3 millardos de dólares. A saber, una caída del 22 por ciento, si se le compara con el mismo período de 2013. Los expertos en la materia aseguran que las importaciones a finales del año, de seguir su descenso al ritmo actual, declinarán en un 35 por ciento  respecto a 2012. Dicho sea de paso, se stima que del total de las importaciones alrededor del 75% corresponde a materias primas, insumos y bienes de capital que las empresas requieren para producir. En consecuencia, es evidente que la contracción en las compras al exterior tendrá efectos en el crecimiento de la economía. Demás está cualquier comentario sobre las repercusiones en el mercado de trabajo.

Populismo, demagogia y mala administración. Un mix peligroso, cuando de economía se trata. Y no hay mejor ejemplo que el de Venezuela. Desaciertos en decisiones de política macro y micro económica han transformado a Venezuela en un País monoexportador. Un retroceso significativo y preocupante. Todo lo contrario de las consignas vociferadas, con agobiante insistencia, por los voceros gubernamentales. Venezuela, que en su etapa democrática ha luchado por independizarse de la ‘dictadura del petróleo’, se ha vuelto cada vez más dependiente de los ingresos que se derivan de la venta de crudo. Y hoy su bienestar depende en un 90 por ciento, del vaivén de los precios del ‘oro negro’. De hecho, nada pareciera haberse hecho para diversificar la economía: fortalecimiento del sector productivo a través de nuevas inversiones, impulsos adecuados a la industria privada y estímulos a la creación de nuevos complejos fabriles. Amén de inversiones en Investigación y Desarrollo. Los ingresos petroleros, hasta ayer, estuvieron en niveles extremadamente altos. No obstante, desde hace algunos meses la tendencia pareciera a la baja. Cabe preguntarse, entonces, ¿cuál será el futuro del país ahora que se avecina una etapa de ‘vacas magras’? Venezuela todavía tiene recursos productivos – léase, una infraestructura industrial que se niega a desaparecer a pesar de las políticas gubernamentales – los cuales, con los estímulos apropiados, podrían poner nuevamente en marcha la economía. Sin embargo, para eso será necesario un cambio actitud. Decimos, un golpe de timón en las polìticas económicas y, en especial, la toma de consciencia de las debilidades de la nación. En fin, Venezuela deberá transformase de cigarra a hormiguita. La pregunta es: ¿será capaz?

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