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daniel campos
Photo by: kerosene rose ©

Reencuentro en Bedawi

La vida neoyorquina es más rica cuando tenés amigos que además son tus vecinos. La cercanía geográfica y afectiva humaniza esta gran urbe.

Esta noche de febrero pensaba ir a nadar al YMCA de Park Slope. Salí de casa dispuesto a hacerlo. Pero la sensación térmica era demasiado brutal para quien viene llegando del trópico a Brooklyn: -7 centígrados.

Entré de nuevo a mi cuevita y le mandé un texto a mis amigos y vecinos, Clare y Niall, la maestra y el músico: «¿Qué hacen esta noche? ¿Quieren ir a comer?»

Al ratico contestó Niall: «Sí, pero Clare tuvo pésimo día en la escuela. ¿Vamos temprano aquí cerca? ¿Qué tal si cenamos en el lugar beduino?» Se refería al Bedawi Café, un restaurante jordano decorado con amplios tejidos de tiendas beduinas, dagas doradas y cuadros con paisajes del desierto. Queda a medio camino entre mi apartamento y el de ellos, por lo que nos convenía. Una hora después estábamos allí. Nos recibió Yusuf, el dueño jordano, con su habitual sonrisa y hospitalidad.

La comida es rica y barata y la bebida es BYOB: bring your own booze, o sea, lleve su propia bebida. Yo llevé cerveza japonesa, ellos una botella de vino blanco. Optamos por el vino para acompañar las papas sazonadas con ajo, perejil, limón, aceite de oliva y especias, el ouzi de pollo con arroz basmati con almendras y pasas, los vegetales mixtos y el merguez (salchicha picante de cordero).

Clare, quien es maestra de arte en una escuela primaria en Red Hook, había pasado un día realmente duro. Las maestras de primaria, en mi opinión, se encuentran entre las máximas servidoras sociales por lo que contribuyen, con poquísimo apoyo, al bienestar de la niñez de la comunidad. Y el ambiente político en la Yunai, bajo el actual Gobierno, ha sido realmente desalentador para personas conscientes y comprometidas con sus estudiantes, como ella. Se le veía un poco cansada, sus ojos cerúleos un poco taciturnos. Pero se sobrepuso conversando con nosotros.

Por momentos, Niall y ella se entendían con la mirada o con algún gesto. Yo observaba sin preguntar. Me gusta verlos juntos y sentirlos felices. Mis dos amigos tienen un corazón como colmena de miel silvestre.

Hicimos tertulia de sobremesa con una segunda copa de vino. Les conté un poco sobre Costa Rica: que todos estamos saludables y alegres, que bailé mucho con mi familia y encontré a mis amigues de aventuras urbanas y naturales, del teatro, el cine, los bosques, las montañas, las playas e islas.

Disfrutamos una simple y agradable conversación de amigos en un restaurantico de barrio brooklynense. En realidad yo vivo en Windsor Terrace y ellos en Park Slope. Tenemos códigos postales distintos. Pero hay apenas tres cuadras y media de distancia entre nuestros apartamentos. Hasta cuando ando por Tiquicia me reconforta saber que aquí en Brooklyn ellos viven cerca de mí, a pocas cuadras. Se lo dije al despedirnos. Habíamos matizado con calor afectivo la fría noche invernal. Ellos caminaron hacia el oeste, yo hacia el este. El viento soplaba, gélido. Caminé rapidito y animado. Llegué alegre a mi cuevita calientica.


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