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Recordando a Roa Bastos a 100 años de su nacimiento

El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos cumpliría 100 años en 2017. Sí, tendría la misma edad que Juan Rulfo. Roa fue tres años mayor que Julio Cortázar y 10 años mayor que García Márquez. Y como a los dos últimos, a Roa se le relacionó con la gestación y el desarrollo del Boom Latinoamericano, movimiento del cual se sentía apartado, pues mientras Cien años de soledad, Rayuela o La ciudad y los perros salían al mercado, Roa tomaba una pausa de 10 años antes de publicar Yo El Supremo, su obra más famosa, una novela con un vínculo explícito con la historia de su país y con el dictador “padre de la patria” José Gaspar Rodríguez de Francia. Roa salió en televisión, tenía un suéter de cuello de tortuga y saco negro cuando en el 76 le decía a la periodista Joaquín Soler Serrano su opinión sobre el boom, durante una entrevista en el famoso programa A Fondo:

“Los circuitos de consumo descubrieron que así como se puede explotar una zona petrolífera rica, también se puede explotar una zona de escritores también muy rica. Estos circuitos de consumo abusaron de esta calidad primigenia, existente en estos escritores para convertirlos en estrellas, en vedettes de una situación frente a la cual existían otros tan buenos como ellos pero que quedaban en la sombra, tal es el caso del propio Rulfo, de Onetti, el caso de Borges que vino después”.

Aunque esta opinión causó cierta polémica por diferir de la de sus amigos, por ejemplo la de Cortázar y la defensa de la legitimidad del fenómeno editorial, Roa se desarrolló entre los círculos literarios comunes para los de su generación y comunes para los protagonistas del boom, además de compartir temáticas y preocupaciones como el exilio, las dictaduras y el realismo mágico.

Sin embargo, Roa tomó otras distancias. Como él mismo expresó en varias ocasiones acerca del aislamiento de su país, “una isla rodeada de tierra”, Paraguay fue una tierra que  consideró portadora de una fuerza magnética que atrae sucesos realmaravillosos, invisibilizados en la historia latinoamericana por distintas razones, incluyendo la extensión del país y su población pequeña, con 6 millones actualmente, dos millones por debajo de la Ciudad de México. Esto, sumado a la larga lista de opresiones y dictaduras que sufrió su nación.

Conversando a través de chat con el escritor y crítico literario francés Eric Courthès* llegamos a ese punto. La distancia que tomó Roa respecto a sus compañeros de generación, y los tópicos que le interesaron. Por ejemplo, la preocupación por los problemas de género, por la condición de la mujer en su país y en otras latitudes (lo que hablaba también, como me confirmó Courthès como entendido de su obra, de feminismo). El segundo punto lo recordamos a través de una pregunta del crítico:

– ¿A usted qué le gusta de Roa?– me cuestiona.

Le respondo y él me exclama: “¡Exacto hermano, exacto, él era el único indigenista!”, en el contexto de sus compañeros del Boom Latinoamericano. Un elemento que siempre salía a relucir tanto en entrevistas del autor como en estudios críticos acerca de su obra, en las introducciones a sus libros y en sus conversaciones: Augusto Roa Bastos y el guaraní, una lengua hablada principalmente en su país (aunque también en Argentina, Bolivia y Brasil) y que había emprendido una danza permanente con el castellano urbano de Asunción y de otras ciudades y pueblos donde Roa se desarrolló durante su juventud.

Roa Bastos le confesó a Courthès en una entrevista: “La conquista del guaraní fue la conquista del fruto prohibido”, pues Roa autor venía de una familia de tendencias conservadoras y católicas;  durante su niñez se le castigó cualquier palabra pronunciada en la lengua de los indígenas, porque era la forma de expresión de la clase baja y poco cristiana.

En cuanto a su relación con la equidad de género, Roa siempre fue explícito. De vuelta a su conversación con Soler Serrano en los setentas, habló sobre el papel de la mujer durante la guerra. Paraguay sufrió dos, la Guerra de la Triple Alianza y la Guerra del Chaco. Sobre la primera Roa narraba: “El país fue reconstruido sobre todo por las mujeres, quienes reconstruyeron la nación y trabajaron desde sus ranchos destruidos y sus casas incendiadas”. En otras referencias explícitas de su obra hacia los problemas de género y la violación como instrumento bélico, abordó escenas como la de su libro El Fiscal y los soldados que durante los conflictos del Paraguay entraban a las casas para violar a la hija de la familia. Los militares ordenaban a la madre preparar la cena, mientras cada invasor se turnaba a la joven.

Pese a esto, hay matices y discusiones para encontrar a Roa dentro del feminismo. Conversando con Courthès me describe que en su perspectiva Roa Bastos formó parte de un feminismo en masculino, concepto que, me explica, tiene que ver con la posición de hombre como género y sexo, claramente separado de la lucha feminista de las mujeres: “Porque el nuestro no es partidario, militante, agresivo. Y se ve la fuerza de la mujer desde fuera”. Como cronista de la vida de Roa, me platica sobre las experiencias con las mujeres que llevaron al paraguayo a crear personajes femeninos empoderados, “no obstante sus derrotas con las mujeres, era un gran seductor; pese a ser petizo (de estatura baja) y feo, tenía mucho encanto y sedujo a muchas estudiantas y jovencitas que lo admiraban. Eso aparece en El Fiscal”.

Una idea similar sería lanzada por Roa Bastos en su última entrevista en prensa otorgada a la revista colombiana SoHo: “La verdad es que la mujer me interesa muchísimo, pero viví siempre despreciándola. Es un contrasentido que nadie puede explicar; porque si a uno le interesa el mundo profundo de la mujer, el mundo íntimo, tratará de conocerlo. No tratará de apropiarse de él, sino entregarse como una presa”.

Roa Bastos tuvo otros tópicos en su vida. El que apareció en el núcleo de su obra, la “trilogía paraguaya” constituida por Hijo de hombre, Yo el Supremo y El Fiscal, fue la guerra. Fue un analista de cómo los conflictos bélicos, llámese guerra civil, levantamientos armados, militarismo y guerra internacional hacen efecto en la vida de, a su vez, campesinos, intelectuales, los propios dictadores y los propios conquistadores. Desde muy joven vio los estragos que la Gran Guerra o conflicto con la Triple Alianza había hecho con la población paraguaya, cuyas heridas aún no cicatrizaban con el paso de las décadas, y durante su niñez. Después, al cumplir 15 años participó como voluntario de enfermería en la Guerra del Chaco contra Bolivia, cuyo ambiente redactó en Hijo de hombre. Guerra especialmente atroz por la pérdida de miles de vidas de indígenas bolivianos,  “no sabían por qué combatían, lo hacían como ganado”, expresó Roa en su entrevista con Soler Serrano.

Tiempo después, viajaría como corresponsal del diario El País de Paraguay para cubrir el la década de los 40 el conflicto armado que pasaba en Europa y que había puesto en jaque a las naciones donde habían nacido los autores que leyó durante toda su vida. Durante la entrevista con Soler Serrano evocó esta parte cruenta de su recorrido por las ciudades incendiadas, como Londres, “donde una bomba entraba en el subterráneo y mataba a miles de personas”. Roa recordaba en esos momentos un pueblo inglés disciplinado “seguros de la victoria”; entre tanto Soler Serrano enfocaba la conversación hacia la entrevista que el paraguayo tuvo con Charles de Gaulle durante la ocupación nazi en Francia. Roa presenció además los Juicios de Núremberg y encontró a otros escritores en lengua hispana que iban de vagón en vagón en los trenes que cruzaban Europa, escapando de la onda expansiva de la guerra. Fue así como se dio su encuentro con el poeta Luis Cernuda y el músico Pablo Casals.

En cuanto a su relación con los regímenes militares que ocuparon distintos gobiernos latinoamericanos, Roa tuvo que huir más de una ocasión. Primero en Paraguay, donde después de la Guerra del Chaco apareció un régimen dictatorial encabezado por Higinio Morinigo, cuyos subordinados persiguieron a Roa, obligándolo a escapar del país a Argentina después de que el escritor se ocultó tres días en un tanque de agua, huyendo de los gendarmes. Volvería a Paraguay pasado el derrocamiento de otro dictador, Alfredo Stroessner, quien gobernó por 30 años el país y que sufrió el destino del exilio a inicios de los 90, otro tema que también circula por la bibliografía de Roa Bastos, como un análisis de los intelectuales que ejercen su libre pensamiento aún estando fichados por gobiernos dictatoriales. Roa había salido de Argentina años antes, pese a escribir ahí parte de su obra fundamental, para establecerse en Francia, donde continuó como académico.

En relación, en El Fiscal Roa hizo un ejercicio de ficción y puso al protagonista de la novela, el exiliado Felix Moral, a planear el magnicidio del “tiranosauro” Stroessner. “Félix Moral, intelectual poco experto en acciones subversivas, quiere cumplir una misión heroica en beneficio de su pueblo oprimido asesinando al tirano. Fracasa y paga con su vida el intento, alcanzando así una dimensión crística”, escribió en su texto Genealogía de la Trilogía paraguaya de Augusto Roa Bastos la académica Milagros Ezquerro, investigadora de la Sorbonne de París y editora de la edición especial de Yo el Supremo para la edición de Cátedra.

Roa Bastos salió de Buenos Aires por el inicio de la dictadura peronista, una ciudad donde declararía en una entrevista radiofónica sentirla como su patria, y donde tejió una amistad con Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato. Asimismo fue ahí donde desarrolló Hijo de hombre, novela que iría modificando con el paso del tiempo. Además, desarrollaría algunas  ideas inacabadas para su colosal novela Yo el Supremo, mientras visitaba los cafés y librerías porteñas, un texto en cuyas páginas crearía un sistema de intertextualidades que reconstruirían el pensamiento y mito (porque era tomado así por el pueblo paraguayo) de José Gaspar de Francia, padre de la patria y al mismo tiempo dictador perpetuo: “¿De qué me acusan estos anónimos papelarios? ¿De haber dado a este pueblo una Patria Libre, independiente, soberana? Lo que es más importante, ¿de haberle dado el sentimiento de Patria? ¿De haberla defendido desde su nacimiento contra los embates de sus enemigos de dentro y de fuera? ¿De eso me acusan?”, escribiría Roa emulando el fluir de pensamiento que halló en los cuadernos personales del dictador.

Yo el Supremo es un texto que compone una historia polifónica entre la reconstrucción bibliográfica y la mano de Roa que entra a modificar (o reinventar) hechos de la historia del propio dictador y por ende de la historia de su país; entre las herramientas usa el anacronismo y la invención de rompecabezas de voces que se agitan, en la línea de tiempo de un Paraguay a lo largo de casi 150 años. Va de la independencia de la nación hasta las premoniciones que José Gaspar Rodríguez de Francia hace sobre el propio Roa Bastos y de sucesos ya entrados en el siglo XX de su país. Al respecto de estos fenómenos el ensayista Fernando Curiel escribió:

“¿Qué relación guarda, toda esta metafísica (cháchara para el impaciente), con el Juicio Final del dictador Francia, peste del Paraguay? Mucha, en el entendido que la novela en cuestión toca aspectos que miran, con fascinación fatal, asimismo, al pueblo al que el Dr. Francia dictó y escribió al mismo tiempo que mandaba (mangoneaba) despótico. Con un resultado ambi/valente. La sentencia mezcla ambas actas, la de Acusación y la de (auto) Defensa. Francia, sospecho, es Paraguay; el novelista, ambos, su país, su trágica (pero común) historia”.

Asimismo, se le ha definido desde su lanzamiento en 1974 como una novela de expansión; Milagros Ezquerro explica en su ensayo introductorio a la edición de Yo el Supremo revisada por el autor, Aproximaciones a Yo el Supremo, su carácter de texto que va otorgándose voces conforme avanza la narración: “La obra no se presenta según las normas corrientes del género novelesco, con capítulos o partes bien delimitados. La primera impresión de lectura es la de un texto compacto, totalmente orquestado por la voz perentoria y omnipresente del Supremo; sin embargo, basta hojear el libro para darse cuenta de que esa densa materia verbal está en realidad minuciosamente fragmentada. Se podría comparar con un mosaico o taracea textual donde se yuxtaponen intrincadamente una multitud de fragmentos de variadas esencias”.

Esta fue la obra por la cual, a la vista de Soler Serrano, Courthès y otros tantos críticos le llegó el reconocimiento internacional, porque si bien Hijo de hombre le trajo prestigio al autor en los círculos de lectura latinoamericanos, Yo el Supremo lo situó como una de las máximas figuras de la narrativa hispanoamericana. Poco antes de que Stroessner saliera del poder y Roa pudiera regresar a Paraguay para un periodo de fértil creación, se le otorgó el premio Cervantes, donde habló sobre ese dictador que fue un personaje casi omnipresente durante casi toda su obra:

“El protagonista de mi novela, inspirado en el personaje central de la historia paraguaya – el Supremo Don José Gaspar Rodríguez de Francia, hecho Dictador Perpetuo de la República, según el modelo de la antigua ley romana- resultó más fuerte que la muerte, porque ya estaba muerto sin saber que lo estaba. Rencorosos ventadores quisieron en vano arrancar la raíz de esa terrible mandrágora del poder. Una luz mala siguió poblando de fuegos fatuos las noches paraguayas y llenando su aire tenue con dictadores grotescos y paródicos”, leyó estas palabras concentrado al mismo tiempo que los fash caían sobre él y algunas voces y tosidos sonaban en la habitación de la ceremonia.

Courthès me explica que después de esto, fascinado por la obra del autor, “que es muy reconocida en Francia”, viajó hasta el Paraguay. Allí grabó una entrevista donde preguntó al autor sobre ciertos sucesos en sus novelas que parecían verosímiles y de los que no había registros históricos, como el de un tren dinamitado que mató a un montonal de personas en un pueblo de provincia, al principio de Hijo de hombre, cuando Roa escribió sobre diversos paraguayos ilustres que habían escapado del país huyendo de la violencia y la pobreza, como el guitarrista Agustín Barrios Pío Mangoré (la otra leyenda artística del Paraguay). Roa dijo que lo del tren era falso, pues según él sus momentos ficticios se basaban en la solidez histórica: “Yo tengo poca imaginación como novelista”, argumentó el paraguayo. ,Algo que para Courthès fue una muestra de humildad. Roa le amplió la respuesta:

“Todos los temas que toco en esos libros de ficción, sobretodo, son sacados de la realidad, de hechos que han ocurrido, de personajes que yo conocí, incluso en mi infancia. No se trata de describir un árbol o un paisaje sino de tratar de dar todo eso a través del movimiento humano, tanto social como de conocimiento porque usted habrá notado que hay una gran diferencia cultural entre el Paraguay y los otros países, primero por la situación material geográfica del país, cerrado como una isla, por eso yo le he dado el nombre de isla sin mar, isla de tierra sin mar”.

Courthès me cuenta esto, sobre cómo pudo platicar tres veces con el autor; le pregunto dónde y cómo se enteró de la muerte del sudamericano, él me dice: “En Francia, ¿te enteraste de la fecha? Se habría tirado del entrepiso. Unos dos metros de altura, el 23 de abril. Quería morir como su Maestro Cervantes, pero no pudo, los médicos se lo impidieron, manteniéndolo con vida, lo que es la ciencia. Se cayó de ahí. Yo vuelvo a ver ese entresuelo, con su escalerita, así pasó algo: o se mareó, o lo tiraron, o se tiró”. El deceso, después de la caída cervantina, se dio el 26 de abril a raíz de un golpe en la cabeza que desembocó, después de varias complicaciones, en un paro cardiaco.

Y entre tantas preguntas le cuestiono a Courthès si Roa tuvo alguna relación cercana con México. Él me suelta un “no creo”, porque, dice, el paraguayo era más “universal”. Entonces pierdo un poco la batalla para presentar su natalicio a mis connacionales, pues las referencias sobre viajes esporádicos a nuestro país aparecen a cuentagotas. Aunque me alegro, por un momento emotivo que se acerca un poco a lo que necesito: Roa está vestido de gala y listo para pronunciar su discurso, son los 80 y está a punto de recibir el Cervantes número 15 (el 16 lo recibirá Aldolfo Bioy Casáres). En el bolsillo trae un papelito, un telegrama. “Tú el Supremo”, dice, enviado desde alguna parte de la Ciudad de México y redactado por un admirador: Gabriel García Márquez.


*Experto en la obra de Roa Bastos, Eric Courthès conversó con el autor en diferentes ocasiones de 2003 a 2010. Doctor en etnolingüística por la Universidad de Navarrete, París, es autor de varios ensayos y novelas. Tradujo la obra de Roa Bastos El trueno en las hojas al francés.

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