Recordando Brasil desde Inglaterra
En esta parte del mundo, no ha habido mucho cambio, vamos saliendo adelante, despacito pero seguro. Aquí en el viejo apartamento en The Cotton Mill tenemos siete ventanas enormes. Me gusta asomarme por esas ventanas y ponerme medio trovadora, medio vaga, medio pensadora, medio observando, nunca entregada completamente al arte de mirar por la ventana, porque una parte de mi mente está invadida con flashbacks, música, o a veces no se sabe dónde se encuentra. A veces sólo me acerco a la ventana porque el radiador está debajo de ella y necesito el calorcito porque esta primavera está algo fría para mi gusto. Me imagino que el tamaño de las ventanas hace que me vea muy pequeñita desde afuera. De todos modos acá los transeúntes no miran hacia la ventanas ajenas, mejor así.
Uno de esos flashbacks, o recuerdos visuales es el de Várzea Grande, un municipio de mi natal Brasil. La tierra de donde fui arrancada cual pálido tubérculo con las raíces al aire, igual que las patatas que están echando raíces en la alacena de nuestra cocinita aquí en el flat 16. Oigo aquí y allá, en la radio y la tele que The Barbican, una institución londinense que apoya las artes, anuncia eventos para celebrar la Tropicalia, la evolución de los artistas brasileños a finales de los sesenta en la que la dictadura militar censuró, exilió, encarceló torturó y/o mató a mucha gente, entre las cuales estaban: Gilberto Gil, Lúcia Murat, Zuzu Angel, Torcuato Neto quién después de haber soportado terribles torturas, se suicidó.
En mi corto viaje a Brasil, después de tantos años de soñar con el regreso estuve en São Paulo, Cuibá y Várzea Grande en Mato Grosso. Várzea, tierra de cuarzo y espejismos, hizo una gran impresión en mí por su clima despiadado. Ahora me quejo de una primavera medio fría, pero allá me medio quejaba de una primavera hirviente, de 45˚ a 47˚ Celsius. Fui a visitar unos parientes en todo sentido lejanísimos, caminando con mi madre por una tierra roja o anaranjada, imposible decir, ya que el sol era tan fuerte que era fácil dudar de los colores. En los ratos de silencio entre conversaciones, yo miraba al suelo, obligada por el sol soberano de esa tierra. Pronto me di cuenta que el suelo estaba cubierto de algo que brillaba en esa tierra de colores butanos y al agacharme descubrí que eran pedacitos de cuarzo, hermosos y deformes colaborando con el paisaje encandilante y derretido. Caminábamos y era interminable, o tal vez sólo fueron quince minutos, pero bajo ese sol maligno, todo era eterno. Me alegré al ver un río a la distancia, pensé que sería bueno darse un baño más tarde. Y le suplicaba a mi madre y a otras personas que fuésemos a darnos un chapuzón en ese río cuyas corrientes bulliciosas invitaban a nadar pero al acercarnos no había tal río. Me confundí. Un rato después, al fin llegamos a un pueblito donde la primera casa, una ni muy grande ni muy pequeña con un jardín de tierra y de cuarzo, era la de mis lejanísimos familiares; cuya alegre hospitalidad los convirtió en cercanísimos en cuestión instantes. Recuerdo que adentro estaba fresco, me sentí aliviada, me senté en una salita de televisión donde había un armario gigantesco de madera negra tallado a mano, del que se enorgullecían por tenerlo en la familia desde hace unos ochenta años. Luego estuve en un cuarto en el que habían tantos camarotes como niños que corrían por todos lados haciéndome preguntas del tipo: onde é que fica a Costa Rica? (a dónde queda Costa Rica)
Pues, estaba pensando en esta tierra de Várzea (que significa valle), y después de haber pasado unos minutos en la ventana como viendo a la nada estaba en realidad escribiendo en mi mente este poema sobre ese sol impío, bajo el cual se da la cruenta y desigual lucha entre las grandes industrias, pescadores y artesanos. Viendo que lo surrealista puede ser muy real descubrí un río al otro lado de la ciudad, este era real, grande y verde; y a sus orillas la samba sonando, los restaurantes ofreciendo sus diferentes platillos a base de pescado y su cerveza helada.
Inclemencias Al mediodía
Astros de fuego cuelgan de los sauces
Liebres y armadillos lloran sangre
La luna de escarcha se esconde en el lago con sus sombras
En cuya orilla los pobladores son atormentados por
Sueños de eugenesia
Al medio día
Se oye el quejido de la lavandera
Telas de araña brillan sin piedad
Hay Violencia
en las miradas
Languidecen los habitantes
Y se agotan las facultades del espíritu
(30 minutos después)
Los sauces cuelgan de los astros de fuego
La sangre llora liebres y armadillos
El lago se esconde en la luna con su sombras
Y la eugenesia es atormentada
Con sueños de pobladores
El quejido oye a la lavandera
Sin piedad brillan las telas de araña
Hay miradas en la violencia
Languidecen las facultades del espíritu
Y se agotan los habitantes