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Fabian Soberon
viceversa magazine

Razón

A Jorge Consiglio, por el caos del tren

Alto, desgarbado, insomne, un hombre se bambolea en el tren. Me mira, sonríe. Se pega a la puerta. Todos tenemos razón, me dice con los ojos fijos en mi cara. Yo lo miro apenas y sonrío. No puedo responder.

Pienso que rápidamente lo llamaría loco por la mirada perdida. Me equivoco. Los locos eran los que desaparecían personas.

Un día antes, entre trenes perdidos y buses lentos y demorados, Jorge me ha contado la historia de un profesor de filosofía. La noche del 23 de marzo imprime panfletos en un sótano clandestino de Martínez. Está lejos de la ciudad. No habla con nadie. Ensimismado, solo mira la tinta plana y tiene entre los ojos cansados el olor imperturbable que se esparce en el cuarto húmedo.

Alguien le avisa por teléfono que se ha producido el golpe. El teléfono es el único timbre en la noche de fuego, alerta. El profesor tiene un arma en su pantalón. Ha pasado la oscuridad entera frente a los volantes. Cuando el sol despunta como una música fúnebre entre los árboles, sale de la imprenta clandestina y se sube a un bus. Lo único que le importa es abandonar el arma. Sabe que lo pueden «chupar».

Se baja en medio del campo. Atraviesa la ruta desolada y llega a la casa de su madre. Ella se sorprende. El profesor entierra el arma como un perro ciego. En ese instante, sabe quién es.

El hombre desgarbado y alto vuelve a mirarme. Yo corro mi cara. No puedo olvidar la historia del profesor de filosofía. El «loco» se ríe, solo, indiferente a las miradas de los cuerdos. Después observa los edificios que se cuelan en la luz intensa. En la parada se baja. Lo sigo entre las esquirlas de la luz y pienso que «todos tenemos razón».

El loco es el filósofo del tren.


Photo Credits: Nicolas Alejandro

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