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Rara Belleza – poema entrañable – y el Hada Helada

De lo que llamo la inminencia del instante, dado que estamos ante la desnudez del instante. Es allí donde no tenemos sino que decir y decirnos. No ocultar nada. Exhibirlo todo, en esa indicación como la que hace la lluvia que no se dice: voy a llover sino que llueve, así son estos dos libros, que se caracterizan sin carácter, en que no hay contención en su diseminación, que todo está allí, que nada se puede cambiar ya realizado, ya iniciado, no teníamos dominio sobre ellos. Y así se hicieron, uno tras otro, hasta que no hubo nada más que decir y así quedó. Como la muerte. En ese instante vivimos y en el otro, morimos, así mismo son estos dos libros, que nos hicieron e hicimos pero ya que no están en nosotros de la misma manera que en la eclosión de su necesidad y de su intención, pero que quedaron en nosotros y por eso decidimos tenerlos aquí, como un libro.

De lo que llamo lo inquietante de la intuición, para la que no era necesario que se tratará de una contrariedad con el medio, con nuestras las lecturas que yacían en nosotros, sino de como sin nosotros, las lecturas las hacían nuestro ojos de carbono 14 sobre la tierra misma donde estaba todo para leer, en el libro de la naturaleza que inquietantemente nos decía donde excavar y decir lo que de allí extraíamos. Y éramos (y los somos todavía) excavadores buscando lo nuevo, como decía Baudelaire: Id al fondo de lo desconocido, para hallar lo nuevo. Y con los medios de los trabajadores melancólicos nos tentamos en la tentativa, no determinada, sino de hacer más intensamente extraña la vida, de llenarla de lo extraño, para hacer de nuestra insolencia una manera de acceder a lo desconocido. Inmersos en lo desconocido, era la manera de vivirnos en la obtusidad de la vida que se tiene y que se debe llevar, sin llevarse en la naturaleza misma de ella, era nuestra manera de hacer y realizar una “inversión de la perspectiva”, un tao sin quietud sino en movimiento, una maniobra tensional de lo irrealizable: que había en lo que llamamos: Rara Belleza –Poema Entrañable– y en la ironía irritante con que hacíamos: El Hada Helada. Nos reíamos de todo e inclusive más de nosotros mismos. Y este también podría decirse que es un libro de la risa (La risa de los dioses. Maurice Blanchot).

De lo que llamo sin llamarlo y que se desliza entre Mauricio Naranjo y yo, Óscar González, es como la mediación de las farmacias mercuriales en las que las ostras nos hicieron hacer este libro. No era una necesidad de coincidencia ni de contradicción, ni de quien era mercurial o no, ni de cómo era la forma de su intención, ni la maravillosa quimera de su tensión, nada de eso. Estábamos en este instante mismo de un territorio donde la imantación del destino nos hizo concurrir momentáneamente y de esa imantación resultaron estos imanes que constituyen el libro, de un azar insolente, quizá. Es eso. Nada más. Eran invocaciones raras, invenciones extrañas, y maneras críticas de estar donde teníamos que movernos como queríamos, no como se condicionara que teníamos que hacerlo, ya que nuestras hélices de heliconias lo hacían todo en nosotros. Es como sin duda, lo sentimos, un vaciamiento del inconsciente.

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