Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Rage against the machine

MADRID: Hace una hora que debía haber salido de casa y aquí sigo. No solo sigo, sino que me siento a escribir porque probablemente me quede una hora más hasta poder salir. ¿Quién me lo impide? La lavadora. Estoy en uno de esos momentos (que tocan cada vez que pongo la ropa a lavar) en los que me acuerdo de aquella maravillosa General Electric que había en mi casa. Eso no era una lavadora, eso era una obra maestra de la electrónica del hogar. Tenía los ciclos necesarios para lavar la ropa y no había que hacer un master para elegir cual de ellos querías usar. Por no hablar de que si se te había caído un calcetín por el camino y no te habías dado cuenta podías ir y abrirla una vez había empezado a lavar, lanzabas el calcetín dentro y como si nada hubiera pasado. Y esto en cualquier momento del ciclo. Lo mejor de todo, sin lugar a dudas, era el ruido que hacía. El mismo que cuando estaba apagada. Es decir, ninguno. Las lavadoras europeas son una desgracia para la humanidad. No se ni por donde empezar.

Estoy segura de que en algún lugar del mundo hay un centro de control al que llega una señal de cada lavadora cuando se le da al botón de INICIO. Es entonces cuando una persona empieza la cuenta atrás “3, 2,” y la lavadora empieza a arrancar, lo sabes porque empieza a emitir un sonido similar al de un cohete, “1” el sonido es cada vez más agudo, “0… All engines running. Liftoff! We have a liftoff”. El sonido se estabiliza (que no desaparece) y aquello empieza a moverse –cuando digo moverse no me refiero al tambor de la máquina, sino a toda ella y lo que tenga encima o a sus lados-. Todo este espectáculo dura unas cuantas horas, dependiendo de lo acertado que hayas estado eligiendo el ciclo de lavado.

Han pasado tres horas desde el despegue de mi lavadora. Ciclo “ECO, a 20º y delicado” fue lo que elegí, simplemente porque en la pantalla me dijo que tardaría una hora y cuarenta y ocho minutos (y es el ciclo más corto). Después de estas tres horas, además de dormir una siesta digna record, indignarme y decidir escribir sobre mi rabia hacia mi lavadora, he pensado que después de tal misión se merece que le ponga un nombre. Así que la llamaré Voyager.

Ha pitado, tres horas y pico después, lo que quiere decir que ha aterrizado, así que ahora toca tender la ropa. Por fin puedo irme (mi hermana me espera desde hace una hora), aunque no sin antes despotricar sobre el último misterio de las lavadoras europeas: después de todas esas horas lavando, sonando y moviéndose de arriba abajo y  de lado a lado, llenándose de agua y vaciándose (repetidas veces), siempre, sin importar la cantidad de ropa que metas, habrá prendas que salgan empapadas y otras que salgan como si nunca hubieran entrado.

Hey you,
¿nos brindas un café?