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Michele castelli
ViceVersa Magazine

Si es para Rafael no cuesta nada (Parte I)

Desde la terraza del murallón de Vibonati Felice se detiene extasiado a mirar la luna que esa noche se refleja como un globo inmenso en las aguas cristalinas del Golfo, el mismo en donde Carlo Pisacane un día desembarcó con sus trescientos hombres que emprendieron en vano una lucha desigual para libertar el suelo napolitano. Cada vez que el joven se reencuentra a solas con aquel espectáculo de mar abierto bajo el manto de estrellas que parecen salpicar como piedritas de plata sobre las aguas de pequeñas olas, le da por recitar en alta voz el bello poema de Luigi Mercantini el cual le insufla el ánimo hasta enrojecerle de lágrimas los ojos visionarios. Son años difíciles éstos. Los últimos de un siglo que se marcha con la misión cumplida de haber echado al extranjero de los muros itálicos. Claro, ahora se agiganta el cometido de los herederos de Cavour, y de Mazzini, pues muchos lobos de otra calaña están en acecho para tragarse de un bocado al pueblo desprevenido. Las células anarquistas que sueñan patrias libres, sin leyes inútiles, sin propiedades privadas, son perseguidas. Felice pertenece a un círculo de Nápoles y ahora frente al mar que de lejos lo acaricia con su brisa cordial, cavila cómo hacer para huir de la furia de sus enemigos que lo buscan para eliminarlo sin piedad. Ya otros habían escapado de la terrible cacería.

– Veré si puedo ir de polizón en el carguero que mañana sale de Nápoles hacia Brasil – se dice mentalmente mientras maquina cómo subirse al barco sin que nadie lo descubra. – Ya se han marchado allá varios camaradas y al parecer en esas tierras inmensas de selvas inexploradas se toleran las ideas que nosotros pregonamos.

Logra, al final, disfrazarse de sucio marinero y comienza la larga travesía compartiendo con las ratas el calor intolerable que no da tregua, y el tedio permanente en la bodega oscura del carguero maloliente. Después de un tiempo difícil de precisar, pues la noche es igual al día y viceversa, se entera a través de dos personas que platican entre sí en el puente, encima de su cabeza, de que cerca de las costas de Guyana el barco fue desviado hasta atracar en un pequeño puerto cuyo nombre lo dicen, pero por su mala suerte no logra retenerlo. Cuando intuye que ya es el alba por el canto de un gallo y por el trinar de muchos pájaros joviales que silban muy distinto de aquellos de su patria siempre tristes, sale cauteloso por primera vez del escondite oscuro y toma la escalerilla que lo baja, por fin, a tierra firme. A pocos pasos del armazón del barco, como un fantasma que sale de la nada, se le aparece un hombre con un sombrero de paja picoteado, y en la mano un paquete pequeño esmeradamente envuelto.

– Buongiorno paisano – le dice en un tono que revela mucho respeto. – Te he visto bajar del barco y me imagino que eres un marinero. Quisiera pedirte un gran favor, si te es posible. Mi madre está enferma en Alimeno, provincia de Palermo, y necesito enviarle este paquete que contiene medicinas muy costosas. Tardaría demasiado en mandarlo desde acá, ahora, por la situación confusa del país, ya que el “Cabito” no se sabe si sigue siendo presidente. Te ruego, por lo tanto, que me lo pongas en el correo en cualquier parte de Italia donde llegues. Te pagaré, por supuesto, los gastos que te ocasione, y también la molestia que…

Antes de que aquel hombre, de su edad más o menos, pudiese terminar su súplica sincera, Felice intuye que una bendición le ha caído del cielo y no piensa desperdiciarla.

– Amigo mío – le dice a manera de ruego – te pido que tú me ayudes a mí. No soy marinero, sino que venía clandestino en ese carguero de trigo ya que los esbirros burgueses que han tomado las riendas de la Italia unida me persiguen por mis ideas anarquistas. No sé dónde estoy, ni tampoco si mi vida corre peligro acá. Por favor, no te pido limosnas. Sólo quiero noticias y algunas orientaciones.

– Has llegado a Puerto Cabello de Venezuela – le contesta Milino, que así se llama el joven. – Este es un país inmenso donde se puede pasar inadvertido, pues los pocos habitantes somos como un granito de arena en una larga playa de este mar sin límites. Te sugiero, sin embargo, que te marches hacia el oeste porque en Caracas la situación no es buena. Es posible que Cipriano Castro mande todavía, pero se dice que su compadre, el General, ya tiene todo listo para arrebatarle el poder. Yo llevo un par de años en estas zonas que llaman del Estado Carabobo, labrando la tierra. Todavía no he hecho fortuna como otros paisanos que son ricos. Aun así, puedo ofrecerte un burro que además de servirte como carga te haga compañía en los largos trechos que acá se miden más por el tiempo que se emplea en recorrerlos que por la distancia que media entre ellos. También estoy en condición de darte alguna ropa para tu uso personal, un poco de enlatados para alternar con frutas que conseguirás abundante por cualquier sendero, y este montoncito de monedas que aquí se llaman bolívares. Es todo lo que puedo…


Photo Credits: Raúl Soriano

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