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mariza bafile

¿Quién vota Trump?

Trump logró su objetivo. Y quizás haya sido el primero en quedar sorprendido al escuchar su nominación en la convention del partido Republicano. “Un momento irreal” lo definió el hijo Donald junior y las expresiones atónitas de los líderes de Cámara y Senado, fueron más elocuente de mil palabras. El establishement, la vieja guardia del Partido en el cual militaron grandes hombres como Abraham Lincoln, el primer republicano en llegar a la Presidencia, quien se opuso y abolió la esclavitud, hoy mira desconcertada al monstruo que salió de sus mismas entrañas, de la oscuridad reaccionaria de un partido que ya no sabe cuál será su futuro.

La convention republicana se desarrolló al mejor estilo Trump: un espectáculo grande y bastante vulgar. Si el discurso de la posible primera dama, la eslovena Melania Trump, tercera esposa del magnate, dio de que hablar por las frases enteras copiadas del que pronunció Michelle Obama en 2008, las palabras que dirigió a sus acólitos y al país un Trump ya oficialmente candidato, fueron plagadas de unas mentiras dichas con la convicción que solamente saben expresar quienes están acostumbrados a mentir.

Un país apocalíptico, un presente angustiante y un futuro de terror emergieron de las frases de Trump quien con impasible serenidad detallaba datos sabiamente manipulados.

Bastaba con escucharlo para entender cuán fácil puede ser el populismo y cuán difícil, por lo contrario, resulte gobernar de manera seria y honesta, aún a un pueblo conocido por su quisquilloso amor a la verdad y su necesidad de mensajes positivos.

Trump mintió sobre la situación del país y mintió sobre su vida privada y sus éxitos empresariales. Ni los unos ni los otros son engaños difíciles de desnudar. Sin embargo una amplia porción de votantes ha decidido creerle. Le creen porque en el fondo, al igual que muchos otros pueblos en el mundo, necesitan buscar a un culpable contra el cual canalizar sus frustraciones, sus rabias, sus miedos y también creer en un salvador en el cual depositar sus sueños. Sueñan con la llegada de un mesías, un padre bueno, un príncipe azul, alguien que piense y actúe por ellos y que les resuelva milagrosamente todos los problemas. Le temen al terrorismo, al deterioro de vida, a la pérdida de trabajo y a todo lo que es diverso. Muchos de esos electores no miran más allá de sus vidas, de los confines de sus ciudades, no saben de cifras macroeconómicas y mucho menos se preocupan de entender las causas reales de sus males.

Trump lo sabe y manipula esos sentimientos. El dios que lo puede llevar a la Presidencia pide sacrificios y él se los ofrece: les da en pasto a los inmigrantes, a los musulmanes, a las mujeres. Sabe que en su país el machismo es imperante y no escatima ofensas personales y políticas a una opositora mujer.

Trump sabe que quien lo votará será esa misma gente que él mismo, con su manera irresponsable y rapaz de manejar sus empresas, ha contribuido a empobrecer. Sabe que debe echar polvo en unos ojos que podrían verlo y descubrir en él a uno de los causantes del deterioro de un sistema capitalista en crisis, de las profundas disparidades entre los más ricos y los más pobres, de la pérdida de trabajo, de los homicidios que pueden perpetrar asesinos psíquicamente inestables gracias a la facilidad con la cual pueden comprar las armas.

Trump es uno de los grandes protagonistas de un capitalismo obsoleto, rapaz y dañino y, sin embargo, hoy puede erigirse en paladín de quienes han sido y son las víctimas de ese sistema salvaje y moribundo. Puede hacerlo porque nunca ha tenido cargos políticos ni responsabilidades públicas.

Una vez más y en esta ocasión con un alto grado de peligrosidad internacional, se perfila la crisis de la política así como ha sido manejada hasta el momento, una política que se ha ido alejando de las personas, que se ha encerrado entre salones dorados, organismos internacionales cuyas siglas resultan extrañas para muchos, números de estadísticas fríos e incomprensibles para quienes no conocen de cifras sino de problemas diarios. Es el esnobismo político, distante, lo que ha llevado a la mayoría de los británicos a votar por el Brexit, el que alimenta a los nacionalistas xenófobos en todo el mundo, el que en América Latina ha dado vida a gobiernos tremendamente corruptos y dañinos.

Sería demasiado sencillo despachar a Trump como el prototipo de una América ignorante e inmadura. Significaría evitar cualquier autocrítica y consecuente ajuste en la política. El éxito de Trump al igual que el de Sanders, personajes extremadamente diversos y sin embargo similares, refleja un mismo anhelo: el de la política que escucha y sabe expresar en palabras conceptos que muchos repiten en sus hogares y lugares de reuniones.

También el de una política que sepa estar al paso con la rapidez de nuestro tiempo. La información, que se ha disgregado a consecuencia de las redes sociales, se vuelve a cada momento más inmediata. La sociedad no tolera esperar, cambia rápidamente una página en internet si tarda más de pocos segundos en abrirse, mastica voraz las tragedias que pasan en todo el mundo, confunde unos cadáveres con otros y, frente a eventos tan sangrientos, prefiere cerrar los ojos y trancar las puertas de sus casas, ciudades, países.

Trump representa a las personas que desean volver a un mundo lineal y sin matices: los blancos con los blancos y los negros con los negros, las mujeres en la casa y los hombres en el trabajo, los matrimonios solamente entre personas de sexo opuesto, los policías en la calle con derecho a matar y los delincuentes o posibles delincuentes, en la cárcel. La armonía de la simplicidad en contraposición a una cotidianidad siempre más complicada, diversa, confusa, sin fronteras de ningún tipo, sin distinciones y con iguales derechos para todos.

Y por eso mismo amenazante.

Lamentablemente Trump y muchos otros como él representan el verdadero peligro. Tener a Trump como Presidente de Estados Unidos podría significar un daño irreversible para la paz, para el ambiente, para la tolerancia. Lo sabemos y también sabemos que el riesgo de que lo logre es alto.

Depende de la capacidad que tendremos, los otros, de construir un modelo económico diverso y un nueva forma de hacer y comunicar la política. Ha llegado el momento de asumir, todos, la parte de responsabilidad que nos corresponde.


Photo Credits: Gage Skidmore

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