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¿Quien necesita un master para ser macho?

Según refiere el New York Times en artículo reciente, (Jessica Bennet, 8 de Agosto), el profesor Kimmel le preguntó a sus estudiantes: ¿Qué hace que en un funeral la gente diga que el muerto fue un buen hombre? ¿Qué hace un buen hombre? Sus estudiantes un poco aturdidos se aventuraron finalmente a contestar que un buen hombre pone las necesidades de otros antes que las suyas… es un hombre que cuida a los demás… La honestidad hace a un buen hombre.

Y ¿qué significa ser un hombre de verdad? Preguntó luego el profesor.

Esta vez los estudiantes reaccionaron más rápidamente y seguros: Hacerse cargo, tener autoridadCorrer riesgos. Suprimir cualquier tipo de debilidad… Debe hablar como un verdadero hombre, caminar como un hombre. Llorar jamás, acotó un estudiante turco.

Comparando las respuestas, el profesor Kimmel pudo concluir que los hombres estadounidenses están confundidos acerca de lo que significa ser un hombre. Pero si los hombres son los que mandan en el imperio, ¿será que estamos en problemas?

Kimmel es fundador y director del Centro para el Estudios de Hombres y Masculinidades, de la Universidad de Stony Brook, NY, y pronto comenzará la primera maestría en «Estudios de Masculinidades» en la Universidad del Estado de Nueva York; ha publicado más de una docena de libros relacionados con el tema –Angry White Men, Virilidad en América: Una historia cultural, Guyland: El peligroso mundo donde los niños se convierten en hombres y La Enciclopedia Cultural del pene, de la que fue co-editor, entre otros-, y se interesa en el estudio académico de lo que significan las masculinidades en el mundo de hoy –masculinidades en plural porque hay más de una manera de ser hombre-. Tiene 40 años en eso, suscitando poco interés, pero ahora aparentemente hay mucha gente interesada en inscribirse en el master que él propone.

Recientemente dio un taller como introducción a la primera Conferencia Internacional sobre Masculinidades que atrajo unas 700 personas al Hotel Roosevelt de Manhattan. Los temas: «Suicidio y Salud de los Hombres», «Transformación por paternidad», «Rompiendo el Código Hombre: cómo tener amistades masculinas puede cambiar la vida de los hombres». El evento incluyó académicos, estudiantes, activistas y una que otra feminista prominente, interesada en involucrar a hombres y niños en la lucha por la igualdad de género.

Fue una mujer, Gloria Steinem, quien abrió la gala de apertura del evento, -las mujeres alcanzamos hasta para eso-: si se eliminan las causas de muerte atribuidas a la masculinidad, -violencia, exceso de velocidad y tensión alta… se aumenta la esperanza de vida de los hombres de 3 a 4 años. ¿Qué otro movimiento les puede ofrecer a los hombres tres o cuatro años más?

No puedo seguir comentando el evento sin antes confesar que todo el asunto me resulta ridículo a mandíbula batiente. ¿Qué tienen que entender acerca de sí mismos, mucho menos defender, los hombres que son los que controlan y deciden como se han hecho y se siguen haciendo las cosas?

Los estudios de la mujer a nivel académico datan de los años 70 y han sido un apoyo teórico y militante importante en la lucha y logros de los derechos de la mujer en las últimas décadas. Por lo menos ahora aparecen las mujeres en los libros de historia. Catharine R. Stimpson, pionera en los programas de estudios de la mujer y decana de la escuela de postgrado de Arte y Ciencia en la Universidad de Nueva York, ajusta los argumentos: la diferencia salarial entre hombres y mujeres, la disparidad del dinero que se invierte en la salud de hombres y mujeres… nos ha llevado a lograr que se cuente el número de mujeres en las legislaturas estatales… todo gracias a los estudios de la mujer.

Buscar argumentos de disparidad e injusticia en el caso de justificar la creación de cátedras de estudio de los hombres, sin embargo, ha debido ser por el contrario, una tarea cuesta arriba. Con razón el pobre profesor Kimmel tiene 40 años con el tema sin que nadie le haga caso. Pero… ¿qué es lo que atrae a la gente actualmente a semejante oferta académica, hasta ahora considerada de talante tan innecesario?

Si vas a la Escuela de Letras, estudias esencialmente cosas que los hombres han escrito; en la escuela de Arte, cosas que los hombres han pintado y esculpido… La Escuela de Leyes, te entrena en las leyes concebidas por los hombres para los hombres –con algunos apartados dedicados a la mujeres, después de mucha lucha, sí-; y en la de Medicina, se estudia la salud del páncreas y el estómago según el modelo del comportamiento del páncreas y el estómago de los hombres. Y si alguno se atreve a imaginar que son suficientes los ginecólogos dedicados a la salud específicamente femenina -mal podrían estudiarse vaginas, úteros y ovarios en el cuerpo masculino-, debo decir que ya está más que probado que el estómago y el páncreas de las mujeres son y funcionan de manera distinta que al de los hombres. Digamos que con toda la academia dedicada a lo que los varones hacen o hicieron o quieren hacer, ¿no es esto suficiente estudio de los varones?

La Asociación Americana de Estudios de los hombres NOM, por sus siglas en inglés (National Organization for Men, luego National Organization for Changing Men) se formó en 1991. Con los años, varias universidades empiezan a ofrecer cursos y demás gestos sesudos sobre la masculinidad. Pero no es sino hasta ahora que el profesor Kimmel propone un programa completo para el estudio de lo masculino, incorporando varias disciplinas: literatura, trabajo social, salud… por saber qué hace hombre a un hombre o cómo es que estamos enseñando a los niños asumir el papel de hombre.

Tal vez mi origen caribeño me hace pensar como de muy poca hombría estarse preguntando semejantes esencias. Y de nuevo, me da risa.

El profesor Kimmel acierta consabidamente en tomar en consideración los efectos de la raza y la sexualidad y el impacto de los medios de comunicación y la cultura pop en la identidad masculina. Su interés es relacionar asuntos aparentemente no vinculados o vinculantes, como lo son el suicidio masculino en relación al hecho de que los hombres son menos propensos a hablar de sus sentimientos; o el colapso financiero y la tendencia masculina a tomar riesgos.  Piensa que hacer estas conexiones podría permitir mejor entender  esos fenómenos. Digamos que suena más que lógico, elemental lugar común, y pertenece a las clasificaciones reductoras con las que hemos tratado desde hace tanto, explicarnos el mundo, cayendo en demasiadas generalizaciones y equivocaciones con consecuencias graves en no pocos casos.

«Estamos pensando en los estudios de la masculinidad, como una ciencia», dijo Daphne C. Watkins, presidente de la Asociación Americana de Estudios de los hombres, la primera mujer en ocupar el cargo –insisto, alcanzamos para mucho, las mujeres-.  Y ya esto me resulta pantomima que no da risa, mueca triste y sospechosa.

«Muchos hombres aun definen la masculinidad como a alguien que pueda mantener a su familia, que puede luchar contra un tigre por protegerlos”. A la señora Watkins le gustaría “ampliar esas definiciones.» Creo que lo que deberían ampliar son las razones por las que se hace necesario este esmero académico a todas luces redundante e insisto, reductor.

Afortunadamente no soy la única escéptica al respecto: algunos académicos, han sugerido que esto de los estudios masculinos, es demasiado “nuevo” como para ser tomado como investigación académica seria. Otras temen que estos estudios podrían desviar los dineros destinados a los estudios de la mujer, tan pertinentes en tanto que aun no ejercemos nuestra voz ni voto a plenitud.

Un pequeño grupo ve el trabajo del profesor Kimmel como demasiado pro-hombres: «está librando una guerra contra lo que son los hombres de verdad», dijo el doctor Edward M. Stephens, psiquiatra de NYC, presidente de la Fundación sin fines de lucro de Estudios Masculinos.

Pero la audiencia del profesor Kimmel está creciendo. Incluso ha generado simpatías en la ONU, entre las que se ocupan de la igualdad de género, que declararon que trabajarían con Kimmel para desarrollar una serie de talleres para hombres en las universidades en temas que van desde asalto sexual a la salud reproductiva masculina.

Este interés según Kimmel se debe por una parte, a que el tema de la igualdad de la mujer es disco rayado, está en todas partes, surge hasta en las familias, y es asumido hasta por los hombres que se empeñan en ayudar a que las mujeres logren alcanzar la igualdad por la que pelean… ¿será porque han entendido que les conviene, también a ellos?

Y por otra parte, como durante los últimos 40 años, a pesar de que ha habido un gran cambio en los roles de género tanto en hombres como en mujeres, los estudios académicos se han centrado exclusivamente en asuntos con impacto en las mujeres, pues es oportuno verle la otra cara a la moneda. Una encuesta reciente (Shriver) revela que cuatro de cada nueve hombres dicen que hoy es más difícil ser un hombre que lo que era en la generación de sus padres. Y piensan que el ascenso económico de la mayoría de las mujeres es la razón. Listo, lo sospeché desde un principio: las mujeres seguimos sin novedad, responsables de la peor parte, cargando los platos rotos.

Los estudiosos se preguntan, ¿cuántos de los males del mundo se podrían resolver si tuviéramos una mejor comprensión de los hombres? ¿Será verdad que estos estudiosos observan la posibilidad de que entendiendo mejor a los hombres habrían menos guerras, menos violencia doméstica, menos injusticia de género, menos pedofilia…?

El profesor Kimmel piensa que la pertinencia del asunto está en el aire: si cuando las empresas ofrecen el permiso de paternidad, son muchos los hombres que se resisten a aceptarlo, es porque hay un trabajo que hacer por cambiar sus conciencias. La idea de que el hombre tiene que ser duro, tiene la responsabilidad de luchar, nos las inculcan desde temprano. El problema, según él, es que se habla de lo tóxico del estereotipo de la princesa de Disney, pero ¿dónde quedan los príncipes?

Pues los príncipes habitan sobre todo en el anhelo de las mujeres que pasamos la vida esperándolos. Pero si dejar de creer que existen los príncipes, equivale a bajar las expectativas que la mujer tiene del hombre que quiere como pareja, no creo que eso ayude a establecer mejores relaciones entre hombres y mujeres. ¿Y si me gustan los príncipes? ¿Y si creo que existen?…

«Hay un documento del Pentágono», dijo el profesor Kimmel, “donde se cita a Lyndon B. Johnson cuando dice que no quiere que lo retiren de Vietnam porque eso no sería digno de un hombre. Así demuestra su masculinidad el presidente de los Estados Unidos.»

No sé… todo esto me produce pensamientos encontrados y no puedo evitar aproximarme al asunto con cierta burla, lo confieso. Por decirlo con una anécdota, hoy en una peluquería del primer mundo, entró un hombre por un corte de pelo. Sus exigencias eran difícilmente complacidas por la peluquera que sin embargo se esmeraba sin decir mucho. El se miraba de perfil, por detrás con ayuda de un segundo espejo, del otro lado, muy coqueto… ella trataba… él se batía el pelo, se lo amansaba, muy mono, ponía caras, abultaba los labios, pero no, no era lo que quería, no se parecía a lo que quería parecerse, por mucho que actuara el corte de pelo, no estaba contento. Finalmente, después de mucho esmero de la peluquera, él, ya resignado, se decidió a pagar, tratando de disimular su disgusto. Apenas transcendió la puerta de la peluquería, las peluqueras sonrieron todas cómplices, me miraron, yo también sonreí inevitablemente, y así otras clientas, con la complicidad de mujeres que piensan que los hombres que se ocupan de tanta pendejada, son poco hombres.

Tal vez para cambiar la manera de ser hombre habría que empezar por hurgar en la manera en que los percibimos nosotras y lo que de ellos aspiramos las mujeres. Y en los estudios de la masculinidad, tal vez de igual manera lo que convenga revisar es lo que ellos piensan de nosotras.

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