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Dinapiera Di Donato

Quemaduras

Great hope!
Under your shadow
I will rest

Marcy Betancourt, Lo que crece bajo la piedra

La soledad es un acto de hipnotismo
aquí donde hay un circo ensimismado

José Pulido, Lo de adentro y todo el asunto

 

De vez en cuando entran mensajes de un desconocido. El último, lacónico: Querida, Total fracaso. New York hasta el forro. Al principio solía responder  asegúrese que su mensaje llegue a destino, no nos conocemos pese a nombres compartidos.

Qué angustia cuando sonaba necesitado: Me mandas siempre al buzón. Me acaban de ingresar en el Langone de NYU (Center for Emergency). Un pinchazo de estómago y salió disparada del Graduate Center por la calle 34, el trayecto se le hizo eterno hasta que justo llegando a  la primera avenida se dio cuenta  de que no se conocían de nada y dio marcha atrás. Un día el desconocido la interpeló repetidamente, casi viral, que no se olvidara de por qué se casaron, que no se olvidara, que no se olvidara. No recuerdo, cuéntame, le escribió de vuelta y con postdata: aunque no seamos pareja tal vez sí seamos algo y yo resulte una pariente que también emigró para acá. Por favor modifica tu lista de correos.

No le daba vergüenza reconocer que en algunos años, sobre todo en aquellos en los que todo el mundo se dispersó en medio de las confrontaciones de Venezuela o se fue muriendo o lo mataron, llegó a extrañar un mensaje de al menos aquel desconocido Sr. Di Donato que continuaba equivocándose y la enteraba de un divorcio difícil: hace seis meses que no depositas lo acordado y sigues usando mi apellido. M. Trigiano L. va a proceder. Rastreó en Google y el personaje en cuestión resultó ser no el poeta que respondía al mismo nombre y con el que intercambió poemas alguna noche lejana, cuando Salamanca se le despoblaba, e incurablemente enamorado de Caracas, él elegía Caracas. Este Trigiano era un bufete de Manhattan especializado en litigios domésticos y evasión de manutención. Casi no pegó un ojo.

No por eso, claro, ni por sus propias desapariciones en una  descuidada emigración con  falta de plan A, plan B y menos aún plan C. Consigue el e-book La Meditación de Trigiano (¿se refugiaría en Salamanca?, ¿conseguiría papeles para dictar talleres en  Italia o en Brasil?). Meditar era altamente recomendado en los tratamientos dialéctico-conductuales:

La cama del suicida es una balsa a la deriva
ha tiempo hace aguas
flotan o permanecen hundidos varios objetos
una media desparecida el mes pasado
cuya hermana huérfana ya descansaba en el fondo de la basura

un par de lentes ciegos
el control remoto del televisor
que había quedado oculto
(tratando de salvarse)
entre el colchón y la pared

dos libros de autoayuda
una novela que nunca captó la atención
tres breves tomos de poesía
(de autores desconocidos)

varias almohadas
(una de ellas destinada a la humillante misión
de sostener un pie hinchado
-asuntos de circulación o retención de líquidos-)

una conversación telefónica trivial
sobre temas de política
o alguna tontería parecida

una promesa intrascendente
hecha bajo la inane suposición
de que el futuro existe

ideas obsesivas sobre los amigos
lejanos en el espacio
que un día lograron
con tan solo un puñado de palabras
arrastrar a la orilla a este náufrago cotidiano

y miedos
muchos miedos
sin forma definida
pero alojados en el pecho
aferrados a las entrañas
como el humo de los incontables cigarrillos
consumidos en momentos de ocio malsano
totalmente improductivo

debajo de la cama
se ocultan infinidad de monstruos marinos
agazapados desde la infancia
en cada lecho íngrimo

La balsa solitaria del suicida
espera por su próximo tripulante

paciente
con todo su cargamento
de tristezas

Marcotrigiano resumió la vida regresiva en una línea (¿cuáles libros de autoayuda serían?, “ha tiempo hace aguas” o hace aguas justo a tiempo), cuando los detalles se vuelven más grandes que la realidad. El cielo plateado por la ventana la interpela. Se asoma peligrosamente para encararlo. Volver a sentirse el centro del acontecimiento es un síntoma: hazte a un lado (recuerda que la mejoría empieza cuando te olvidas y re-enfocas. Lo leyó en el manual de Marsha Linehan, sin concentrarse mucho, tampoco, intrigada por el aire que se daba la psicóloga con la escritora Erica Jong, menos el maquillaje chillón que la hacía comestible, probablemente asesorada por los vendedores de libros de judíos en los años setenta). La atención plena frena las fragmentaciones extremas, los actos inútiles, para-suicidas.

Cuando tenía veinte años iba a lanzarse una madrugada por la ventana de un altillo en París, porque casi no lograba encontrarse en ninguna parte. Otra vez sentía que el cuerpo se le regaba incontroladamente. Estaba tomando impulso para atraparse en el aire,  pero lo postergó cuando notó que había amanecido y no podía faltar al trabajo. Con la paga de ese día podría dejarle la nevera llena a un amigo  más desesperado que ella. El muy suicida solía olvidarse de comer. El suicidio de ella era mejor a la noche, después de cocinarle al amigo. El plan iba muy bien. Fue siguiendo sus propios pasos por todas partes. Los zapatos alcanzaron los pies. Las manos, el botón del paraguas (Era París, llovía casi todos los días, como en el parque La Llovizna, pero sin zancudos ni culebras). No dejaría nota, claro que no. Ya le había escrito una carta a su madre en Puerto Ordaz, días antes, cuando cerebro y dedos hicieron un breve contacto y la letra tocó el papel transparente colocado encima de la página con líneas que servía para escribir muy derecho. La lengua pudo encontrarse con la estampilla y con el borde de pegar el sobre. Alguien  lo enviaría. Estaba casi feliz por primera vez en mucho tiempo, porque al fin iba a juntar lo disperso. Iría a buscar aceitunas de todos los colores, lo único que el amigo comía con gusto. Pero todo se frustró porque en la segunda casa de la Rue de la Pompe, donde solía limpiar, la señora le tenía un regalo: el libro de  Erica Jong, Le Complexe d’Icare. La señora sabía que quería ser escritora, aquel libro era para escritoras americanas jóvenes y bohemias como usted. Qué vergüenza, pensó. Matarme ahora cuando no he terminado de arrancar a escribir nada. Se quedó esa noche  leyendo la novela de un tirón.

En la primera línea no pasó nada. Hacía meses que le llegaba la hora de cierre de la biblioteca de Beaubourg sin haber podido descifrar ni una sola página. Terminaba inventándose informes de lectura que oía como si alguien le dictara desde otro lado de la niebla. Ahora las palabras bailaban acercándose: lo de Jong empezaba con unas citas. Estaba harta de citas, empezó a llorar cuando llegó a las últimas líneas del fragmento de Don Juan que Lord Byron escribió en 1819: Y las hay que optan por ser perversas y luego escriben una novela. Sollozaba y volvía a fijar una y otra vez la vista en el libro y pensaba qué haría con las mujeres.  Todo empezó a calzar en su cuerpo.  Sin continuidad, abriendo al azar,  saltar por todas partes, era como avanzar en la neblina, pero atada a una línea, con dirección. Al amanecer estaba viviendo en aquella prosa. Jong era un genio. En New York existían genias con narices gruesas que no tenían el rostro borrado como sus escritoras favoritas que se suicidaban colapsando sus pulmones llenos de líquidos. Marsha Linehan había insistido en que olvidarse era la clave. Poner cuidado a los bordes del dolor. Una palabra detrás de otra y así. El aire se cuela entre los puntos, las comas, las mayúsculas. La línea te alcanzó, no corras más. Exhala, inhala. Bota el líquido. Descansa al fin. Ahora tendrás fuerzas para verte y resolver.

Con medio cuerpo afuera (el que se aferra a una almohada incansablemente)  descubre la pieza de plata para un cuello blanco con sus venas azuladas que va braceando a salvo. Por un segundo puede leer la vida de los otros, como aquella noche leyendo El complejo de Ícaro, o El miedo a volar.  Todo vuelve a ser real. Ve las fechas. Sin los lentes ciegos del poema, Marcotrigiano escribió La Meditación en fechas aproximadas cuando lo de ella volvía a ser  más un asilo psiquiátrico sin asilo, ni siquiera con locura propia. ¿Cómo fue a parar debajo de su cama una media venida de la basura de otro cuarto tan lejano, en un poema? No toma metilfenidato alguno, pero si ahora se hipnotiza por el acontecimiento maquillado por las redes, va a necesitarlo.

Medita, desiste, medita de nuevo, vuelve a desistir, ¿y si gugleaba a todas las Di Donato, apellido pegado y despegado, con segunda d minúscula, con doble t, con doble n? Podría así dar con la destinataria del desconocido,  mandaría el aviso colectivo: la que deba, por favor arregle su asunto, el Sr. Di Donato y Litigios Trigiano la andan buscando. No responderle a ella. No era el litigante Di Donato ni una empleada de Trigiano y Asociados.

No  hay que meterse en pleitos de pareja, (las frase hechas ayudan), y menos mal que desistió en responderle al desconocido porque dos años más tarde el hombre escribió con un tono francamente pornográfico confirmando que donde hubo fuego cenizas quedaron. Hasta que  las cenizas fueron barridas, porque tres años después entró un mensaje de tono muy distinto, que confirmaba estar en cetosis seguido de un gracias por el dato apenas cortés y precedido de un Estimada tan helado, (el mismo de los encabezados burocráticos) que le sentó como una pedrada. Casi deseó que ganara diez veces más del peso perdido para que lo odiaran.

Pero también las piedras se las lleva el viento. Con idéntica indiferencia le escribió: Dear Sr. Di Donato, inexplicablemente continúo en su lista y en la de su entorno, no soy esa, no puedo seguir avisándole que se ponga al día con las tarjetas de crédito o con su agencia de viajes o con sus hijos o con su médico cada vez que me entran mensajes urgentes por error.

Decidió no abrirlos nunca más. 

Ayer, después de mucho tiempo vuelve a leer uno por error (en Asunto ponía algo muy familiar que le hizo pensar que venía de Venezuela: nos vamos). Lo que dice es que lo de New York se acabó y que viene un cambio. Sí, claro, pensó ella. Y ahora hay que dejarse sorprender por el espíritu santo y la combinación Bernie Sanders y Ocasio-Cortez y el barrio que va a perder la biblioteca comunitaria, que ya  perdió bachatas a cambio de quemados de piel más blanca que vuelven a dejar inyectadoras por todas partes. El Querida del encabezado lleva ese toque apagado de los íntimos que alguna vez se quisieron y fracasaron, primero juntos y luego cada uno por su cuenta.

Por la ventana se cuelan ramitas secas, la lluvia pertinaz muy fría, la intermitencia del clima nuevo, casi tropical a ratos. Y el olor de la marihuana de los nuevos vecinos desocupados que fuman de puertas afuera.

Como si estuviera en París, avergonzada de no cumplir con su vida, cierra, cierra. Apúrate. No aguantó la tentación de volver al correo electrónico del desconocido, al menos alguien que no le contara que los asaltantes les obligaron a marcharse; que les quemaron la cosecha, el prado con su árbol favorito tan antiguo, que robaron toda la maquinaria, (su madre no sabe detalles, no sabe que saquearon las tumbas de los muertos de la familia), que llenaron el manantial de mierda. Alguien que comente únicamente del odioso republicano, del odioso demócrata, de las medidas odiosas, del transporte odioso, del medicare que por su nombre odioso podría darle mala suerte al nuevo plan médico. El desconocido que se despide porque se va de un New York pretérito porque es el turno de los jóvenes.

A quien le escribió fue a otro poeta que tampoco ha visto nunca.  No pudo evitar hablarle  de las quemas, de las tumbas abiertas. Le respondió que esa noche  avistó a una familia de jabalíes en una calle de Génova. Sus  libros y correos son así, llenos de atención, como si supiera estar en el mundo. No importa donde el mundo quedara. El poeta le pregunta que si leyó alguna vez Miedo a volar (¿Le leyó el pensamiento?) que si no recordaba los poemas de Frutas y verduras. De noche acá, sombras cazando jabalíes, nuevos vecinos con expresiones quemadas odiando, nuevos libros que llegan, Heridas espaciales y Mermeladas caseras, Esto que se me va, para qué echarle leña a las imágenes de incendios por todas partes y descuidar el fuego.

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