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Sergio Marentes
viceversa magazine

Cualquiera puede ser nosotros si otro puede hacerlo por nosotros

No soy el más entusiasta a la hora de celebrar las fechas, aunque casi siempre soy de los primeros en llegar. En realidad no soy el mejor representante de los calendarios ni de los horarios porque, cuando menos me doy cuenta, ya he hecho el trabajo de los próximos seis meses a cambio de haber dejado de vivir apenas un par de días. Primero porque no sirvo para llegar a tiempo y, mucho menos, para llegar tarde, y segundo porque me enfermo de todo lo descubierto por la medicina hasta hoy cuando el reloj me lleva ventaja. Lo digo porque mientras unos corren a celebrar lo primero que les indique el calendario yo vivo mi día como si fuera cualquier día de mi vida y estuviera leyendo o escribiendo poesía; nada más basta ver los trescientos sesenta y cinco poemas que escribí sobre las celebraciones nacionales o internacionales de todo lo posible e imposible. Y lo digo, lo escribo, mejor dicho, desde una de las fechas más multitudinarias entre las más. El día en el cual tanto calles como restaurantes, vías, empacadores de regalo, domiciliarios, chefs, concertistas, serenateros, floristas, chocolateros, marcadores de tarjetas de regalo y hasta uno que otro poeta colapsan hasta la noche. El día en que descansan las amas de casa de serlo, aunque en su mente siguen siéndolo porque siempre van adelantadas en el tiempo y siempre viven el futuro como si fuera el presente, porque secretamente saben que lo es.

Dice el inventor en la entrevista que su revolución está en la exactitud de su robot para felicitar a tiempo a las personas que le indiquemos. Se trata de un humanoide casi imposible de detectar, un humano casi perfecto, digamos, que recorre el mundo tocando la puerta del homenajeado, dándole un abrazo y diciéndole cuánto le quiere la persona que le envía ese mensaje, además de excusarla, porque tiene una base de datos de más de un millón de explicaciones, muy humanas por cierto. En ese momento, el inventor hace una pausa para adelantar que se está trabajando en una versión de robot para los funerales. Retoma diciendo que el androide también está perfectamente programado para negarse a cualquier invitación, ya sea esta de café, vino o un simple vaso de agua. Primero porque tiene una agenda casi imposible de desplazar, segundo porque no tiene cómo beber o comer delante de toda la familia sin explotar o averiarse y, tercero, porque no tiene sentimientos y no está programado para sentir que hirió los sentimientos de un buen corazón. Y, aunque es un servicio revolucionario en estos tiempos de presencias impersonales y falta de tiempo, es mucho menos costoso de lo que se creería, porque bastan unas decenas de dólares americanos para que el ser querido que no se puede, o no se quiere visitar reciba algo de alguien que ni se imaginaba que existía. Es decir que, por pocos dólares, podemos dejar que un robot casi humano, o un humano casi robot, no lo sé, salga y enfrente todos los peligros del mundo por nosotros. Así como que, por pocos dólares, podemos ser remplazados por un robot para contemplar, por ejemplo, una abuela de la mano de sus nietos a paso de tortuga, de una tortuga feliz por ser inmune al paso del tiempo.

Entonces, para terminar, la tentación de usar aquel servicio es casi inevitable, pero no soy de los que deja que otro haga por él lo que piensa que es en verdad importante. Así que todavía no contrato un robot para que escriba mis artículos, y quizá sea el último en hacerlo o el único que jamás lo haga. Y de los poemas ni hablar, porque soy de los que prefiere hacer poemas malos pero verdaderos, además de creer que, como los saludos y felicitaciones, es mejor que sean cuando ellos quieran y no cuando deban.


Photo Credits: Derek Kaczmarczyk

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