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esmeralda freire hernandez
Photo Credits: Jana Markova ©

Primer día en Manhattan

Era el 22 de julio del 2014. Me sentía extraña, valiente y al mismo tiempo orgullosa. Ya estaba aposentada, y aunque me hubiera gustado ir de viaje acompañada por alguna amiga, en esta ocasión no fue posible.

Habían desaparecido los nervios iniciales. Estaba entusiasmada con la que era mi primera aventura de intercambio de casa en solitario. Mientras esperaba, un grupo de hip hoperos  hacía breakdance y pasaba el sombrero.

Lo del ferry me pareció la “turistada” del siglo, gente de todas partes, cámara en ristre, preparada para sacar la mayor cantidad de fotos posibles de la estatua más famosa de la ciudad, en el menor tiempo posible, y con la mayor variedad de ángulos y perspectivas. De todos modos, tengo que decir que me resultó un trayecto interesante para una primera incursión en Nueva York.

Dicen que Staten Island tiene edificios coloniales y algún pintoresco pueblo restaurado para visitar, pero era mi primer día y estaba ansiosa por descubrir la ciudad de la que tanto había oído hablar, y que en tantas películas y series se ve reflejada. Así que solo di un pequeño paseo por allí mientras hacía tiempo para coger el ferry de vuelta.

Tras la llegada a Staten Island hubo algo que me sorprendió: la gente corría al otro lado del muelle a coger el ferry de vuelta. Luego comprendí que si no seguías a la marabunta te quedabas en tierra media hora más, lo que me dio para ver un pequeño estadio de béisbol y hacer una llamada de teléfono.

Tengo que decir que la estatua de la libertad me llamó la atención por su color verde mohoso, del cual no me había percatado hasta entonces. Me gusta la idea de que una estatua de una mujer represente un valor tan importante como es la libertad. Me sentí identificada con esta “señora”.

No sé porqué será que, además, me recordó a los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Ya me imaginaba al arquero Rebollo lanzando una flecha al pebetero, directo desde la gran isla a Barcelona en línea recta, ya que ambas ciudades están en la misma latitud; con el fuego de la antorcha de Miss Liberty y  un Colón señalando a Barcelona con una mano y cogido de la otra a tan verde damisela. ¡No me hagáis caso, a veces me ensimismo en mis fantasías, o será el jet lag, que me está entrando un sueñecito!.

Fue entonces cuando me decidí a llamar a Richard, un amigo de un antiguo profesor mío de inglés que tuve en Barcelona. Siempre he pensado que es mejor conocer una ciudad a través de sus habitantes. Quedamos para la semana siguiente, así tendría tiempo de conocer mi entorno y explicarle mi visión de la gran manzana. Ahora tocaba perderse en el frondoso Central Park-.

Cogí el metro hasta la 110 y allí empecé a explorar el parque después de haber probado una de esas humeantes comidas de los “food trucks”. Cuál fue mi sorpresa al ver la cantidad de ardillas que se asomaban entre los arbustos, y no solo eso, también se acercaban para ver si les ofrecías algún suculento aperitivo.

¿Qué deben pensar los americanos cuando vienen a Barcelona, por ejemplo, y les dices que tenemos un parque?. La Ciutadella.

Pues para mí Central Park no es un parque, sino un inmenso bosque con lagos, zona de barbacoas y picnic, campos de béisbol y pista de ciclismo y atletismo incorporada; que como te descuides es más peligroso que ir caminando por mitad de Amsterdam. Hay una cantidad increíble de atletas y ciclistas circulando, y un semáforo para los peatones que más te vale no cruzar en rojo.


Photo Credits: Jana Markova ©

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