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Ángel Dámaso Luis León

Por un puñado de dólares

El petróleo se encuentra por debajo de los 30$ dólares el barril. El exceso de oferta petrolera ligada al fin del embargo a Irán, al fracking que ha convertido Estados Unidos en un país libre de ataduras y a la caída en la demanda, han hecho que el barril de crudo hoy valga cuatro veces menos que hace unos meses.

La caída de los precios de la canasta petrolera tiene contentos y disfrutando de un crecimiento notable a algunos países, sobre todo en el Viejo Continente pero, como bien dice la frase popular: esto de la alegría va por barrios. La caída del petróleo en particular, y de las comodities en general, trae por la calle de la amargura a algunos gobiernos que, tras vivir unos años de expectativas infladas, han visto como la espuma del champán se disipaba y, bajo ésta, no quedaba sino una botella vacía.

Si bien es cierto que no todos los líderes regionales se subieron a la tentación del dinero fácil. Algunos han sido más cautos a la hora de auparse a la espiral de gasto y desenfreno protagonizado por otros países vecinos en la primera década del siglo (véanse Chile, Perú o Uruguay). Algunos soñadores (o ególatras) volaron demasiado cerca del sol y, como Ícaro, se han acabado quemando.

Argentina y Ecuador son dos casos de quemaduras de segundo grado (aunque también Brasil). El país del tango se introdujo, sobre todo durante la versión recargada del kirchnerismo llamada CFK, en una espiral de gasto improductivo que solo generó la entrada del país en una especie de “pseudocapitalismo nostágico”, en el que la patria parece ser un valor económico de ajuste cambiario fijo y sobrevaluado y el estado riega, con inflación y deuda, una estructura productiva que cada vez niega más su propio epíteto.

Ecuador, en cambio, vive en la sombra y gracia de ser un país pequeño. Escondido tras la debacle de los grandes actores de la región, su crisis es camuflada en la prensa económica por su escaso tamaño y en la nacional por el juego político de reelección sí o no, como si Correa no supiera lo que significaría asumir otro mandato para su imagen redentora. La caída irreparable (a medio plazo) del crudo hace replantear un modelo que se presentaba como genuino y digno de imitar por los países en desarrollo y que ahora, con unas cuentas que no cuadran, comienza a salir de la escena mediática alternativa. Si bien puede ser exagerado comparar al correísmo con el kirchnerismo o con el chavismo en terminos cuantitativos, cualitativamente la materia prima de la receta es la misma, aunque los condimentos fueran diferentes.

Pero si alguien se lleva la Palma, el Óscar e, incluso, el Globo de Oro de la gestión chapucera es el chavismo, y no, no digo el madurismo. La base estaba puesta, picar en el suelo y repartir dólares cual “padrecito ruso” no era buena idea. Lo sabían hasta los predecesores a los que Chávez tanto criticaba y que lo hicieron sin tanta fruición como el Bolívar de Sabaneta. Para más inri, su testamento político dejó a su amada patria (no me quieras tanto y quiéreme mejor) en manos de un pobre hombre cuyo único mérito era el de ser el seguidor más incondicional del “amado líder”.

Digo un pobre hombre, porque Maduro tampoco tiene la culpa de su simpleza, al igual que los guapos no la tienen de serlo o los altos de sacarme tres cabezas. Y como tonto es el que hace tonterías, como diría aquel Forrest Gump de Zemeckis, ¿de qué otra manera puede calificarse a un señor que decreta una excusa para seguir gobernando por decreto —¡perdón! quería decir emergencia económica— días después de nombrar a un ministro de economía? Ministro que ni es economista, que a estas alturas es lo de menos, ni entiende o quiere entender algo tan básico como la inflación. Esa inflación que ya llega a las tres cifras y que, junto al desabastecimiento, han devuelto al país a 1997; sólo que con más inflación, más desabastecimiento, más corrupción, mayor fractura social y con el costo del barril siempre más bajo. El maná de la última década, el que generó miles y miles de millones que ahora no se sabe donde están, costando simplemente eso: “un puñado de dolares”.

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