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El Poder, la peor adicción

El ego inflado o narcisismo se encuentra en aquellos que se enferman con el abuso de poder. Las mujeres en el ejercicio del poder muestran comportamiento yang (masculinos), algunas se comportan como tiranas, ambiciosas, insensibles. El comportamiento competitivo es una de las principales características en la política, negando la cooperación. Los griegos detectaron esta característica; observaron que funcionarios en cargos públicos, embriagados de éxito, abusaban del poder, se comportaban como auténticos tiranos hasta sentirse dioses. Lo llamaron el Síndrome de Hybris.

El síndrome es un trastorno de personalidad que se convierte en patología; los afectados cometen acciones fuera de la ley, se muestran crueles con sus subalternos. Políticos, militares, directores de empresa, maestros, artistas, deportistas, ninguno se escapa. La primera etapa del síndrome inicia cuando asumen el poder y se ven rodeados de aduladores. Las dudas generadas por su inseguridad en ejercer el mando, pronto se disipan. Luego pasan a la fase en la que creen que nada de lo que dicen, hacen y piensan puede ponerse en entredicho. Se sienten infalibles e insustituibles. En el Manual de los trastornos mentales los síntomas se encuadran dentro del Trastorno paranoide de la personalidad. La paranoia esconde las debilidades del ego, desconfían hasta de su propia sombra. El síndrome fue descrito por David Owen, ministro de exteriores británico y neurólogo, en su obra: “En la enfermedad y en el poder”. Owen describe a los que padecen la patología que inicia con una megalomanía y termina en una paranoia acentuada. Síntomas y conductas: egoísmo, exagerada confianza en sí mismos; impulsivos e imprudentes, se sienten superiores a los demás, dan desmedida importancia a su imagen, presumen sus lujos, se preocupan porque sus rivales sean vencidos a costa de lo que sea, buscan gratificaciones sexuales, ven a las mujeres como objeto, comen y beben en exceso y hacen uso de estimulantes. Las mujeres cambian su comportamiento, abandonando hasta a sus hijos. Cuando llega la decadencia, la pérdida de poder o de popularidad los suma en la desolación; acumulan rencor, planean la venganza, culpando a otros de su derrota. Donald Trump, en nuestro país, encabeza la lista. Cuesta entender que la democracia sea la legalización de la incertidumbre, un proceso con resultados poco predecibles, que a veces encumbra a Presidentes que gobiernan con inteligencia, a veces a Presidentes que gobiernan con las vísceras. Puede ganar como Presidente un populista, racista, megalómano, sin experiencia política, evasor de impuestos, misógino, empresario con el lema: el fin justifica los medios. Es preocupante el poder de las mayorías, como dijo Tomas Jefferson: “la democracia, no es más que el gobierno de las masas, donde un 51 por ciento de la gente puede lanzar por la borda los derechos del otro 49 por ciento”. Otra de sus frases que nos deja, para pensar en cómo será el gobierno de Trump: “algunas veces se dice que no se puede confiar al hombre el gobierno de sí mismo, ¿Puede entonces, confiársele el gobierno de los demás? ¿O hemos encontrado ángeles que asumen la forma de reyes para gobernarlo? Dejemos que la historia conteste esta pregunta”. 


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