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Un poco sobre lo que tenemos con el hentai

Hentai. Oí de él por primera vez hace unos años, cuando estaba en la preparatoria. Allí tuve el placer de darme cuenta que el anime era un universo que exploraba todos los valores del ser humano. Siempre he pensado que, por encima de las estadísticas, los productos culturales susurran lo que están pensando las sociedades. Y como amante y crítico del anime, reconozco que al mismo tiempo que amplié mi percepción del mundo, en algunas de sus producciones conocí una cara deteriorada del entendimiento de la sexualidad en nuestro mundo.

El hentai es el anime y manga pornográficos. Situaciones parecidas al porno “normal”, pero sin las limitantes físicas ni morales estándares: una fantasía desbordada hasta límites insospechados. El problema surge cuando visualizamos la imagen de la mujer, por lo menos en las producciones a gran escala (en productos sofisticados la cosa se hace más compleja, como cuando entramos al hentai “de autor” con serias implicaciones artísticas).

Sé que el tema no es nuevo pero sí poco difundido en Latinoamérica. En el género la identidad sexual variada, eso sí, encontré diferentes tipos de vertientes interesantes. Sobre todo en los géneros donde los personajes, masculinos en mayor parte, exploran partes de su sexualidad que escapan de la heteronormatividad (el yaoi y el caso menos prolijo del sexo lésbico o “yuri”). Ahí encontramos intentos más arriesgados y personajes que transgreden el sistema sexo-género. Sin embargo, en el caso de las mujeres, la abrasadora mayoría de las producciones, más que bailar, siguen una coreografía violenta y sádica desde los años 80.

Tiene lenguajes comunes con la pornografía occidental, como los nombres. Sexfriends, por ejemplo. Aunque las cosas van más lejos: en primera fila está lo que uno podría encontrar en los bajos barrios de la pornografía de carne y hueso; digamos, simulaciones de incesto o sexo extremo, y que se guardan para búsquedas políticamente incorrectas en Occidente. La violencia (consensuada y no consensuada) y la extravagancia son moneda de cambio común.

Para una empresa de pornografía, es más factible dibujar y animar un monstruo con tentáculos contra unas colegialas, que buscar una producción multimillonaria con el mismo propósito, en carne y hueso. La mayoría del hentai tiene menor calidad que el anime actual. Ejemplos de grandes estéticas llevadas a la pantalla están el clásico Akira y One Punch Man. El hentai rebasa a todos por la derecha (en sentido contrario) y entra a un mundo donde casi todo son grandes senos, penes anatómicamente incorrectos y muuuuy dotados, y vaginas que sueltan todo lo que pueden soltar (en grandes cantidades).

Hasta acá todo es más o menos “terrenal”, parafraseando a una amiga “¿Para qué gastar presupuesto en una cosa que no durará más que una venida?”. Lo malo es que topamos pared cuando entramos al terreno de lo que sí es reprobable, aunque más para el espectador que lo pide que para la compañía que lo hace.

Pongo una escena cualquiera para ilustrar, del hentai Bible Black, basado en un popular videojuego del mismo nombre. Es el asalto a un banco y hay tres tipos de personajes: policías, cajeras y asaltantes. Los hombres armados someten a todos. De pronto, llegan las heroínas de la historia al edificio. Son apuntadas con las armas, sometidas y llevadas al baño. Allí, frente al espejo, los asaltantes violan a las cajeras (no hay margen de interpretación, las chicas están amordazadas y lloran). Las heroínas ven, esperando su turno. No quise ver más. Sé que pudo haber un desenlace amable, las heroínas desatando los rehenes y golpeando a los malos (a la Chicas Superpoderosas), pero ¿hay argumento válido? No.

La cosa no para ahí. Propongo una sentencia poco académica y algo apresurada: una sociedad puede ser analizada por las categorías de su pornografía. En Occidente, en el porno norteamericano, existe el interracial; en el mexicano, casi siempre amateur, está el “me la cogí”; en el europeo (el checo, por ejemplo) está el de ir por la calle y convencer a las chicas a tener sexo en espacios públicos a cambio de dinero. En el hentai, como categoría, existe el término “violación”, y con gran popularidad. Es evidente que el concepto de la mujer sigue generando dinero mientras esté bajo las garras de la explotación.

Como amante del anime el hecho me avergüenza, porque los brotes de empoderamiento femenino están presentes (como en Shingeki no Kyojin), pero de una u otra forma domina, en las producciones más famosas, un sentido de sumisión femenina. En el súper rentable Naruto, por ejemplo, el protagonista termina casado con la chica sumisa y que eligió ser una “buena esposa”, mientras, la chica más empoderada quedó como madre solitaria, aguardando con amor el retorno de su esposo, un psicópata que con lujo de golpes la trató poco menos que como basura.

No quiero limitarme. El anime ha tenido un aura picaresca desde hace muchos años. A diferencia de producciones norteamericanas donde siempre se niega la sexualidad, en el anime existe, y ha evolucionado con los tiempos. Por ejemplo, en los 90s encontramos series como Neo Genesis Evangelion (la más básica) y pasamos por películas que exploraron el erotismo (y la cosificación de la mujer) como Perfect Blue (en la década pasada), donde una chica de banda de música pop accede a grabar una escena de violación para verse “más madura”, dejando al público adulto una aguda crítica social que se aleja de los personajes que cazan ropa interior por las noches. O Ranma ½, donde asistimos a cambios de sexo del personaje principal casi en cada episodio.

Me sorprendió en particular el caso del hentai porque es un asunto más complejo de lo que parece. Primero, porque me parece interesantísimo que se despierte el erotismo como una representación gráfica artificial (como bien lo hace la literatura a su estilo). La sexualidad es tan flexible que podemos explorar nuestros propios límites a través de la animación. En un asunto semiótico no es menos que fascinante. Sin embargo, queda este lamentable elemento que se agrava porque no forma parte de ningún contexto argumental, las tramas de muchos hentais orbitan entorno a la violación. Eso es grave.

No creo en la censura, pero sí en conocer la capacidad patriarcal de productos culturales que pasamos por alto. El hentai obedece a la demanda de un cierto tipo de contenido, y el hecho de que portales en español de este tipo de anime proliferen me hace pensar que hay comportamientos ocultos en nuestras sociedades que escapan a nuestra vista. El anime no tiene la culpa, pero sí quien da unos cuantos clics e ingresa a esos materiales, o intenta despertar su erotismo, por decirlo de manera sutil, con imágenes de dolor, ficticio, pero dolor al fin y en cuentas.

¿Dónde estamos parados si los productos culturales tienen que evidenciarnos así?. Muy lejos de donde deberíamos estar.

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samuel
samuel
1 year ago

es muy malo que me guste ese tipo de hentai¿

Guille
Guille
1 year ago

Entiendo tu punto, pero creo que te equivocas en tu crítica. 1ro El Manga y el Anime está hecho por nipones, para nipones. Esto es algo que numerosas editoriales y animadoras se han encargado de dejar enclaro ya sea de forma consciente o no. Por tanto que los occidentales consumamos o no sus productos no va a influenciar en sus acciones. 2do Las cuestiones de género son temas culturales. Que nosotros como occidentales, critiquemos (o peor), tratemos de imponer (por el medio que sea) nuestros valores morales a una cultura (la oriental toda, desde Japón al Medio Oriente) que ya… Seguir leyendo »

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