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Piedras y fuego para un hogar infeccioso

No es necesario aclarar que una vivienda es un refugio que nos protege de los cangrejos de río y la punzada de la ortigas. Que afuera está la ristra de uvas del estreptococos, con su dolor de garganta o la mancha proverbial de escarlatina. La orugas del salmonella. Unos cubos llamados sarcinas, que pueden ser garante de gangrena pulmonar. Todo esos son bacterias, pero también están los virus. Estos pueden tener cuerpos de arañas metálica como los bacteriófagos, parecer pelotas de masaje como la hepatitis y el VIH, o lombrices como el ébola. También la levadura, que sirve igual como polvo arenoso para el pan y la cerveza o una candidiasis. Y, como aprendimos hace poco, esa esfera puntiaguda, esa estrella de la muerte que llamamos Covid-19. Conocemos, también, el refrán: el mal entra a brazadas y sale a pulgaradas.

La idea de la cuarentena nació en la Edad Media cuando los barcos cargueros que traían especias y gusanos de seda también podían portar esa lombriz fosforescente y larga de la peste. Se dejaba a los navíos en el muelle por cuarenta días porque esa cantidad fue la que estuvo Jesús en el desierto. La palabra se fosilizó en ese número cabalístico y semítico, aunque pueda variar. Lo recomendado para el Covid-19 es una quincena, como lo cumplió el príncipe Carlos de Inglaterra y ahora lo hace Orlando Hernández, presidente de Honduras. Como lo han sufrido ya más de ocho millones de infectados.

En el este de San José, un mujer (cuya identidad, por razones obvias, está protegida en el anonimato y la imprecisión de su ubicación geográfica más allá de un punto cardinal en la ciudad) cumplía su aislamiento después de que el frotis nasal indicara la presencia del virus. Sin embargo, de alguna forma, esa información tan privada como debe ser el historial médico se difundió en su barrio. Otro refrán: échate a enfermar y sabrás quien te quiere bien y que te quiere mal.

Los vecinos atacaron la fachada de la casa con piedras. Imagino a la mujer, en bata, cubierta por una febrícula apenas perceptible, corriendo a la sala para ver por qué estallan las ventanas. Sí, cuarentena va bien de la mano con oscurantismo, con caza de brujas e inquisidores de barriada.

Tuvo que llamar a las autoridades porque el ataque no se contuvo, más bien escaló con la histeria de los libelos de sangre y los juicios de Salem. La amenazaron con prenderle fuego. No, el virus no la estaba matando pero sí sus vecinos. Fue llevada a un albergue.

En San Carlos, en las planicies volcánicas del norte costarricense, el pueblo se unió para manifestarse en contra de un albergue de enfermos. El personal tuvo que trasladarse ante la presión. Igual que cuando los leprosos se tenían que esconder en cuevas o cuando la gente no quería dar la mano a los contagiados de sida en los años ochenta.

Pero volviendo al tema, este hecho demuestra que nuestra vivienda es reflejo de nuestra salud. Que las pequeñas grietas en el fibrocemento pueden ser los primeros desprendimientos de tejidos que vienen con la vejez, unas goteras la debilidad de los esfínteres y el moho negro debería mandarnos corriendo a un consultorio. La mujer desdichada con Covid 19 lo comprobó: se le enfermó el cuerpo y de repente su casa estaba ruinosa. Quizás de esto también podamos aprender, pero solo quizás, a ser un poco más prudentes con la privacidad de los demás y ¿por qué no?, a ser mejores vecinos. Tal vez sea mucho pedir: por lo menos no ser pirómanos.

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