Esterillos es una playa que encara el océano abierto e impetuoso. No hay bahía que refugie lanchas pesqueras. Sin embargo esta mañana, después de la lluvia, mientras caminaba por la playa hacia el este, me topé con dos lugareños que iban a la boca del estero a pescar con red.
El más joven, un moreno del Pacífico con cabello largo, negro y ensortijado y el típico físico petizo y fornido de esta costa, se me acercó y empezamos a conversar. Es del pueblito en Esterillos Oeste y junto con su amigo, un señor blanco de bigotón canoso, se disponía a lanzar sus redes e intentar pescar róbalo.
–¿Y sacan buen pescado?
–Sí, a veces sacamos unos así –. Hizo un gesto de veinticinco centímetros. –Frito con limón sabe riquísimo para acompañar el arroz, los frijoles y el plátano –concluyó.
Me imaginé el almuerzo con róbalo fresco. O con un buen pargo rojo, asado a la leña. ¡Qué delicia!
Les deseé una gran bonanza, los dejé pescando y continué mi camino. No supe si atraparon algo en sus redes.
Pero horas después, al atardecer, en mi segunda caminata del día, vi a una familia pescando en el mismo lugar, también con red. Y luego los vi pasar frente a mí.
Él, alto, flaco, fibroso y moreno. Ella, pequeña, robusta, de espaldas anchas y piernas fuertes. La niñita, morenita como ellos, en brazos de su papá. Las redes, vacías.
Photo by: Lucas Jans ©