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Un pequeño ejemplo de coexistencia pacífica

Creciendo en Tucumán, una ciudad ubicada en el Noroeste de Argentina, tuve la oportunidad de ver un pequeño ejemplo de convivencia pacífica y colaboración entre árabes y judíos. Me acordé de esa experiencia después de leer un artículo de Uri Avnery, uno de los principales activistas de la paz en Israel, sobre la necesidad actual de una narrativa de paz en Oriente Medio.

Uri Avnery, argumenta que la falta de un enfoque común es el obstáculo principal para la paz en el Medio Oriente. «La reconciliación es imposible si cualquiera de los lados es totalmente ajeno a la narración del otro, su historia, creencias, percepciones, mitos», argumenta Avnery. Y añade: «Sólo si los intermediarios norteamericanos, neutrales o no, entienden a ambos pueden contribuir a promover la paz».

Tucumán recibió a numerosos inmigrantes (entre ellos mi padre) que llegaron a esa ciudad a principios del siglo pasado. Muchos de ellos eran ciudadanos de países árabes, principalmente Siria y Líbano. Al mismo tiempo, la ciudad también contaba con una importante población judía.

En el centro de la ciudad había un tramo de varias calles llamado «la Maipú», por el nombre de su calle principal. Lo que hacía esa parte de la ciudad tan inusual es que había decenas de negocios de propiedad tanto de árabes como judíos y sus dueños coexistían pacíficamente. No recuerdo que haya habido un solo incidente de violencia entre ambas comunidades en esa época. En algunos casos, los dueños de las tiendas de ambas comunidades colaboraban entre sí debido a intereses comerciales comunes.

En la década de 1950, mi padre, junto con el Profesor Manuel Serrano Pérez y el filósofo Víctor Massuh (ambos tucumanos), fundaron en Tucumán una sociedad a la que llamaron «Ateneo Cultural Gibran Khalil Gibran», así denominada en honor del escritor y poeta libanés, uno de los más famosos escritores del siglo XX.

Su principal objetivo fue la organización de conferencias de destacados oradores, como el Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias y escritores argentinos como Ernesto Sábato y Ezequiel Martínez Estrada. Debido al alto calibre intelectual de los conferencistas, estos eventos contaron con la participación de estudiantes, profesores y  público general.

Muchas de las conferencias tuvieron lugar en la Sociedad Sirio Libanesa mucho antes del doloroso cisma entre los países árabes y el Estado de Israel. Esa separación provocó un considerable malestar entre los directores de la Sociedad por la participación de intelectuales judíos en estas conferencias.

Sin embargo, debido a los incansables esfuerzos de mi padre, se permitió la participación de estudiantes y profesores judíos en esos eventos, algo que nunca había ocurrido antes. En los casos descritos, los intereses comerciales y culturales permitieron a los árabes y a los judíos colaborar, superando la desconfianza que existía tradicionalmente entre ellos.

Se desarrolló así una narrativa de interés común, en una relación totalmente pacífica entre ambas comunidades. Las narrativas son mecanismos que nos permiten entender mejor asuntos cruciales de nuestro tiempo. El cambio de narrativa permite enfocar los asuntos de forma diferente y crear un contexto conducente a la paz entre los pueblos.

Si una narrativa común pudo ser creada entonces, ¿porqué no se puede crear otra ahora en el Medio Oriente basada en la necesidad común de paz entre ambos pueblos? Yo creo que esto es posible, pero sólo si los participantes en el conflicto son capaces de ver los términos comunes reales, no en los términos negativos habituales creados por décadas de antagonismo cívico y religioso.

A menudo me pregunto si en mi ciudad natal, a miles de kilómetros de Oriente Medio, se pudo desarrollar una narrativa común basada en intereses comerciales y culturales mutuos, ¿por qué no puede ocurrir lo mismo ahora, sobre la base del objetivo más importante de la paz entre ambos pueblos?

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