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arturo serna
Photo by: Tom Hart ©

Pensar, esa forma de la soledad

Spinoza entiende que si dedica tiempo a enseñar en la Universidad eso le quitará la posibilidad de filosofar. Ve en el ejercicio de la enseñanza una distracción. En este sentido, se podría pensar a Spinoza como un filósofo puro, un héroe solitario, una especie de Kafka de la filosofía. Spinoza no es un hombre que filosofa sino que él mismo es la filosofía. Su cuerpo está hecho de pensamiento. Cualquier actividad que no sea la filosofía lo corroe, lo corre del eje. Ante la posibilidad de convertirse en profesor de la Universidad de Heidelberg, opina que debe meditar mejor el ofrecimiento. Y por el tono de la carta al Consejero del príncipe pareciera que prefiere no hacerlo, como el futuro Bartleby. Su cuerpo debe estar en soledad, rodeado de lentes, atravesado por la óptica y el pensamiento.

Dice en la carta a Luis Fabricio, profesor de la Universidad de Heidelberg y Consejero del príncipe: «Pues pienso, en primer lugar, que si quisiera dedicarme a la enseñanza de la juventud, dejaría de cultivar la filosofía».

Spinoza es el modelo del filósofo anacoreta, el célebre anónimo que se pierde en la muchedumbre y que solo vive para pensar. El humo de su tabaco es idéntico a su existencia: su pensamiento se esfuma en la fugacidad de vida. Como Nietzsche, como tantos otros, vive encerrado en un bosque de cristales, entre las montañas de la meditación.

Spinoza, como Crates y como Diógenes, son mi referente. Crates hace el amor en el mercado, ante la gente, sin que le importe el juicio de los lameculos. Spinoza deambula solo en la multitud afanosa de Holanda y rechaza la invitación del príncipe con el principal propósito de salvar su deseo. Ambos son coherentes con sus ideas.

Un filósofo no es otra cosa que un paseante entre los lentes de las ideas, un disfrutador de soledades, un individuo que deambula en el subte buscando la nada que ya tiene entre sus ojos o la muerte que le espera en la esquina del barrio de Almagro.


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