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Azucena Mecalco

Pensamientos pasionales (Parte II)

Pensamientos pasionales (Parte I)


(Ensayo del ensayo)

El ensayo debería ser, desde una perspectiva idealista, el género que le permite al autor exponer al mundo la visión cosmogónica de su propia interioridad. Mas, la trascendencia de los ensimismados análisis de nuestro entorno, queda relegada por la objetividad que encuadra al mundo en un plano que no le permite exteriorizar al individuo su propia realidad. Hoy en día, o, quizá desde siempre, el valor de las ideas se basa por completo en el renombre de quien las publica, de modo que no importa el contenido sino, la popularidad. Sin importar qué tan innovadoras resulten las nuevas ideas, carecen por completo de valor si no se cita a un personaje insigne que ya haya pensado en eso antes. Y así, la innovación se pierde.

Las ideas sin renombre adquieren el término burdo de: “divagaciones”, y el ensayo se pierde entre la inmensa gama de textos con nombres suntuosos y conocidos.

Sin embargo, el ensayo se encuentra en la diminuta línea que divide a las personas con capacidad de pensar, de aquellas grises y deplorables, que maquinalmente memorizan los conceptos sin preguntarse nada. La magia del ensayo consiste en lograr conducir al lector, al interior de los pensamientos del propio autor, sean o no validos para el primero. Que el lector se pregunte, critique, niegue e interactúe con las ideas que se le presentan, las afirme o las refute. Es el arte de plasmar de la forma más hermosa posible, un concepto, pero no como un concepto solamente, sino, como lo que representa para nosotros. Si la forma más hermosa utiliza o no el lenguaje más hermoso, es mera subjetividad, lo importante es arrastrar al lector al laberinto del Mino Tauro del que sólo saldrá cuando despliegue las alas e intente tocar el sol.

El ensayo trasmite toda la pasión que se acumula en el cerebro del autor y la arroja sobre las personas con el fin de ver materializados sus pensamientos, para no asfixiarse en ellos. El tema carece de importancia, mientras se destruya y reconstruya una idea preestablecida.

En todas las épocas se ha utilizado el ensayo como vía de comunicación interpersonal. No resulta relevante si Michel Montaigne (1580) es considerado o no, el primer ensayista moderno, o si desde antes existía el género como tal. Después de todo hay muchas cosas que existen y de las cuales no estamos conscientes hasta no verlas conceptualizadas. Ya en la antigua Grecia, y probablemente antes, se utilizaba la forma del ensayo como medio de persuasión, exposición o doctrinal. Sócrates con su mayéutica, estableció la filosofía del conocerse a sí mismo como primer paso para comprender nuestra realidad. Incluso sus detractores, los sofistas, utilizaban un método ensayístico para dar a conocer sus juicios sobre el mundo. Así podríamos continuar con una extensa lista en busca de los orígenes o las definiciones del ensayo, o de “El tiempo perdido” como diría Marcel Proust, y no encontraríamos ni lo uno ni lo otro.

Lo realmente trascendental, no es saber en qué momento surgió o cómo se estructura; sino, comprender su funcionalidad, saber que a diferencia de los géneros informativos, en los que se da la nota de forma objetiva desde el punto de vista del medio que la publica, o de los géneros de opinión, en donde se cuenta con una estructura, en el ensayo se es libre de pasear por los recovecos de la memoria y juntar pedacitos de nuestras experiencias, amoldándolos poco a poco, integrándolos hasta que se consolidan como un cuerpo firme. El ensayo es una diminuta imitación del universo físico, en el que todo se compone de detalles, hasta lograr la consistencia perfecta tal como los átomos forman a los cuerpos, y éstos a su vez, se componen de partículas aún más diminutas.

Mas, a diferencia de los cuerpos, en donde todo se cohesiona por su composición, en el ensayo la cohesión está dada por nuestra propia comprensión y por las impresiones que logramos arrancarle al lector. Y no se puede lograr ninguna impresión si no se plasma la pasión.

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