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Pena en el alma

Una cosa es el alma en pena y otra no tan distinta es la pena en el alma. Lo que duele separarse de Caracas cuando te vas lejos. De su luz y tu luz que te da su gente. Cuando tus amigos se quedan sospechando que la vas a pasar mejor en otros lados y aunque no lo digan, tienen un “no te lo perdono, esto es abandono” que abulta sus labios porque se queda adentro, los congestiona porque no llega a sonar, a ser palabra que acusa y resiente y se siente. Y tú que tampoco te acuerdas, mucho menos imaginas, hasta dónde llega el frío del norte, cuando andas de trópico por meses… son muchas cosas las que olvidas mientras recuperas tu risa y tu bulla.

Ya no te escandalizan las propagandas de relojes de lujo, recién heredada tradición cubana gobiernera, símbolo indiscutido de status de los que ostentan el poder. Uno tras otro, relojes de las mejores marcas, de ambos lados de la autopista, carísimos y gigantes que al cabo de los días, ya no ves, y como nadie dice nada de los relojes… Tampoco de las enormes vallas que anuncian prótesis mamarias en plena autopista como si cualquier cosa, tetas de todos los tamaños y formas, medusas de silicón requisito de belleza local.

Eso no significa que nos esté ganando el silencio, si ¡no paramos de hablar! Es impresionante ver cómo la tercera edad que sale a caminar su angustia al amanecer en el Parque del Este, ejercita más la lengua que otros músculos… el terraplén de tierra amarilla, compacta y seca, con los árboles que resisten, negados a morir, que es el Parque del Este ahora, a pesar de que cuenta con dos pozos de agua que bien podrían mantenerlo verde en la sequía… caminerías llenas de viejos que conversan, ya no hay jóvenes entrenando en el Parque del Este ahora, y eso nadie lo nota o de eso tampoco se conversa.

La escogencia de los temas es más gruesa y urgente, arranca y termina con el gobierno, son días aciagos, aunque los pájaros cantan el amanecer, como siempre, anunciando días felices de cielo azul siempre, las noticias que pescas en las redes no dejan de anunciar días peores. Venezuela es un sí pero no, hay pero no alcanza, había pero se lo llevaron, no ha llegado pero llegará, cuándo no se sabe, un no se puede pero yo sí quiero, yo me quedo pero ellos se fueron.

Y así llegamos a Marzo caliente de araguaneyes en flor, con un plan: racionamiento de tres días de agua por sector en la ciudad. Algunos más afortunados que otros, tendrán agua algunas noches. ¿Y el agua para pasar coleto varias veces al día, para fregar los peroles, montar la olla, lavar la ropa, la ducha de novia, dos veces al día mínimo con este calor, nosotras que vivimos olorosas a champú?

Pero no todo es malo, hay que saber verle el lado bueno a las cosas, en Venezuela reímos por no llorar. Dice una prima mía que es muy optimista y violinista, que lo bueno del “plan de cierre de grifos”, es que su vecino, también estará racionado en el abuso de su bomba de agua. La cantaleta metálica de la bomba que funciona mal pero insiste, que la tiene atormentada a pesar de las quejas de los vecinos que se han visto solidarizados por el tormento y dicen que el dueño de la bomba es un ministro, se verá silenciada al fin, por la falta de agua. Pero, ¿y qué dice el ministro? El ministro dice que no consigue bomba para reemplazar su lata, su ruido, su indolencia, pobrecito el ministro viviendo en barrio opositor, tan limpio que es el ministro que se baña a las seis de la mañana y se vuelve a bañar a las doce de la noche, y en su casa que corre el agua, que se cocina, que se caga y se mea, se prende y se apaga, cada vez en más largo esfuerzo, la bomba que aun alcanza a llevar el agua al baño del ministro, a las pailas de su cocina, a las mangueras de su jardín, y eso basta, aunque suene sin parar y a rabiar de mi pobre prima de oído tan fino.

Pero a pesar del optimismo de mi prima, insisto y me pregunto amarga, que si su vecino ministro no puede conseguir una bomba nueva para reemplazar la que suena, ¿qué nos queda a los demás? Aguantar el ruido, hacer la cola pensando en papel toilette, aunque no sabemos si al final lo que nos tocan son cuatro compotas nada más, y de vuelta a casa, mirar la propaganda del canal de televisión del estado para ganar en ánimos y aguantar la “guerra económica”, porque a pesar de que no hay ni qué comer ni con qué comprar, ahora sí es verdad que vivimos mejor. ¿Cómo no dudar?… si lo pensamos con cuidado, ¿cómo no sospechar que a pesar del racionamiento de agua, el ministro sí se va a poder bañar a la hora que quiera? Mi prima se resiste a aceptar que el ruido de la bomba continuará. En Venezuela somos optimistas.

Porque en Venezuela la cosa se divide entre los que hablan de tramparencias y los que hablan de transparencias. Los lapsus lingüis del jefe de estado, dicen la verdad de las cosas. A buen entendedor, los deslices fonéticos de cualquiera, bastan. Lo malo es que cuando son en transmisión nacional en cadena frecuente, nos vamos acostumbrando al exenario y olvidamos el escenario, lo intitucional termina ocupando el lugar de lo institucional, y la política dehprecio justo… ¿será desprecio?… ¿o es una actracción? Un reto, hacer comprender al “pueblo” la actracción de la guerra económica, desde Guasintón, está escrito en los testos del presidente… ¿Y el acento… no te pareció que tiene como un tumba’o raro? Le pregunto a mi querida prima violinista de oído absoluto: … esa musiquita no viene  de Los Andes… huhum… no es oriental ni guaro… ¿de dónde son los cantantes? ¡Te lo dice la canción!

Así pasó en Laos y en Cambodia, cuando de tanto mal decir quedaron execradas cantidad de vocales, consonantes, poemas, escritos, historias, memorias, hasta hoy y por revolución.

El hombre es un animal de costumbre, eso dicen en todas partes. Pero, ¿hasta dónde será que nos podemos acostumbrar… hasta qué?

¿Hasta que se muere la gente porque no hay medicinas? ¿Y hasta quiénes van a alcanzar los alimentos que quedan… hasta que nos empecemos a morir de hambre? Los días que se viven en Venezuela muestran que uno sí se puede llegar a acostumbrar a lo peor que empeora.

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