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Paz

Fíjate que son apenas 3 letras: paz. Es un monosílabo y pocas cosas se dicen con mayor facilidad. ¡Pero qué difícil vivir en paz! ¡Qué difícil vivir en un planeta donde reine la paz! No ha pasado un año desde los atentados de París, y hemos asistido a una dolorosa ristra de secuelas, que ya casi alcanza la decena. Not so good. Not so easy. Juan Pablo II fue un rey de la paz, y hay al menos una cosa que yo te quiero contar, caro lector de ViceVersa.

En pleno pontificado, ciertas niñas fueron secuestradas por el extremismo, allá en Europa. Fue Juan Pablo II quien fungió como mediador. Rey de la paz, como era, no podía ser de otra manera, tanto más cuanto se trataba de unas niñas. Lolek, que así le decía su madre -y le digo yo en mis oraciones- tenía que congelar la sangre para no caer en pánico, cuando los secuestradores hacían llamadas y le dejaban oír los gritos de terror de sus víctimas.

Es decir, no es poco popular esta conseja: el que quiera la paz que se prepare para la guerra. Y decía el Apóstol Santiago (sobre el poder de las palabras) que “un pequeño fuego, enciende el bosque entero”. Comenzamos por una pequeña agresión verbal y terminamos a las balas. Es así de sencillo, es así de crudo. ¿Qué quiero resaltar con esto? Hay al menos una cosa esencial y primigenia, si queremos –más o menos- vivir en paz: el respeto.

 

Ragion Di Stato

Dicen que a veces se derrama el agua y ya no es posible recogerla. Aplica para las parejas, para los amigos, para las naciones. En el caso de las naciones, la politología se refiere a la Ragion Di Stato (Razón de Estado), es decir, el uso legítimo de la violencia. Yo puedo ser un tipo cool, muy open mind, muy chévere, pero si Colombia violenta mi espacio aéreo con un F16, y yo soy presidente, estoy en mi derecho de usar artillería antiaérea. Es lo más natural. Don´t get sentimental.

Si tú eres mi pareja y vienes marcando las cartas, y un día esa cosita dulce y buena que eras, se vuelve mala, entonces será pésima. Es posible que yo te ame y te adore, es posible que a mí también me duela, pero no debería extrañarte que yo te pasara una factura. ¿Es esto lo deseable? No. Claro que no. Pero también es lo más natural y no caben los sentimentalismos, ni echar mano de la soporífera narrativa de telenovela mexicana.

En fin, volviendo a San Juan Pablo II, El Grande. Él decía esto: “individuo, familia, comunidad, nación. Todos estamos llamados a vivir por la justicia y a operar por la paz”. El odio que hay en tu corazón y en el mío, es el mismo de mi casa, de la tuya, de mi cuadra, de la tuya, de mi país, del tuyo, de mi mundo, de tu mundo. Todo es uno, y no preguntes por quién doblan las campanas. Bien dice Bill Gates que si uno quiere cambiar el mundo, debe comenzar por su propia habitación.

Yo diría como Lennon: “dices que quieres cambiar la Constitución, mejor cambias tu cabeza, en lugar de eso”. Caracas es la ciudad más peligrosa del orbe. Yo vivo acá. No es cuento. No es terrorismo mass mediático. No son los laboratorios de la CIA. Ni la derecha golpista, apátrida, pitiyanqui, percusia, etcétera. Es la realidad más real. Es lo que Durkheim llamaba “lo real”. Lo que los politólogos estadounidenses llaman “the real thing”.

 

Fuego cruzado

Hay un barrio acá en Caracas llamado La Pastora. Y allí se verifica una experiencia muy interesante, que bien puede leerse de modo universal. Había dos comunidades: Portillo y La Quinta. Fuego cruzado. Plomo parejo de noche y de día. Fe y Alegría (Compañía de Jesús) estableció mesas de diálogo entre los muchachos –el cuento completo sería demasiado largo- y logró restaurar la paz en la zona. Tal vez se vean en Chacaíto y se entren a tiros, pero allí duermen en paz.

Portillo y La Quinta son parábola perfecta del resto de Caracas, y de Venezuela. La patria de Bolívar, en cierto modo, es el fuego que ha encendido en el mundo un gran incendio. Dice el Papa Francisco que “hay atmósfera de Tercera Guerra Mundial”. Tampoco es cuento. El mal existe. El Santo Padre no exagera. Luego, yo –en lo personal- he comenzado por cambiar mi corazón, antes de cambiar siquiera mi cuadra. Y, de cambiarla, será cambiando primero mi corazón.

Una vez le preguntaron a Santa Teresa de Calcuta –recién canonizada- en pleno Jubileo de la Misericordia, la plaza San Pedro todavía tibia, qué cosa cambiaría ella de la Santa Madre Iglesia para hacerla mejor. Esto fue lo que contestó: “me cambiaría a mí misma”. ¡Teresa de Calcuta! ¿Qué puede quedar para un miserable pecador como tú y como yo? Por lo tanto, es el tiempo de ver hacia adentro. Cierra los ojos y mira hacia adentro. ¿Is there anybody out there?

Para mi gusto, el planeta vive uno de sus momentos más mediocres, en todo sentido. Es el imperio de la vacuidad, de la frivolidad sin contenido, de la frivolidad “per se”, porque sí, porque me da pereza pensar, porque mejor es mirar para otro lado. Yo voy a sugerir lo mismo que Charly García: apaga el televisor. Y, de momento, mantén la boca cerrada y los ojos bien abiertos. Peligroso es acá en Caracas, en Tokyo, en NYC, en Berlín. Peligroso es en el centro de nuestros corazones. 

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