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daniel campos
Photo by: Toomore Chiang ©

Pasaporte taiwanés en Union Square

Recuerdo experiencias en las que mis amigues han sido bálsamos para el corazón y siento esperanza al pensar que, cuando sea el tiempo justo, nos reencontraremos y abrazaremos de nuevo. Recuerdo, por ejemplo, la vez en que disfruté de un pasaporte taiwanés.

Por motivos conscientes e inconscientes me desperté con sensación de soledad y desasosiego aquel domingo de mayo. Era un sentimiento familiar. Ya había aprendido a no negarlo ni tampoco a entregarme a él, sino a darle espacio para que se resolviera. Por ello por la mañana y hasta la hora del almuerzo, trabajé calificando exámenes mientras sentía la soledad como un frío en el pecho. Cociné al vapor mi almuercito de arroz, vegetales y corvina, y entonces sí me dije: «¡A buscar Vida!»

Se realizaba el festival cultural y culinario Passport to Taiwan (Pasaporte a Taiwán) en Union Square. Tsun-Hui asistiría a Sasha en su puesto de fotografía y me había invitado a que las visitara. Desde mi barrio brooklynense abordé el tren F en busca de la compañía y conversación de mis amigas taiwanesas. En el festival me encontré no sólo con Tsun-Hui y Sasha sino también con Makoto-san, un compa japonés al que no veía desde hacía varios meses. Era productor audiovisual y siempre trabajaba los fines de semana por la noche grabando conciertos, por lo que resultaba difícil vernos. Me alegré de verlos a los tres en el puesto de PicVoyage, la empresa de fotografía de Sasha.

De inmediato repartí abrazos. Conversamos. Reímos. En los puestos culinarios escogí un rice dumpling taiwanés que es, digamos en términos mesoamericanos, un tamal de arroz. Es una bola pegajosa de arroz asiático, de grano pequeñito, rellena de carne de cerdo, hongos y maní, lo cual le da un sabor dulcete, envuelta en hojas de bambú, amarrada con pabilo y cocida al vapor. ¡Una delicia! Tsun-Hui me explicó que es una especialidad del Festival del Barco Dragón que se celebraba en esa época, en honor al poeta chino Qu Yuan.

Cuando terminó el festival, les ayudé a recoger los materiales fotográficos de Sasha. Makoto se despidió pero las muchachas tenían hambre. Así que nos fuimos a comer fideos udon en Tsurutontan, en la calle 16 cerca de Union Square. Servían fideos frescos que se preparaban allí mismo en el restaurante japonés. Yo los pedí delgaditos y servidos con pollo suavecito y jugoso en un caldo sabroso y leve. Ellas los pidieron gruesos en una crema con uni (erizos de mar), la especialidad de la casa. De entrada pedimos trocitos de pato a la plancha. Todo estaba delicioso.

Con el paladar y el estómago tan complacidos por la culinaria taiwanesa y japonesa, ya no sentía ningún frío en el pecho. Y cuando me despedí de mis amigas, con más abrazos, sentí que al disfrutar de mi pasaporte taiwanés junto con ellas se había disuelto mi desasogiego matutino.


Photo by: Toomore Chiang ©

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