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Para leer: Downward Spiral. El Helicoide’s Descent from Mall to Prison

Editado por Celeste Olalquiaga y Lisa Blackmore, este exhaustivo estudio, publicado por Terreform en Nueva York, no podría haber llegado en un momento más oportuno, dada la tenebrosa historia, pasada y presente, de una gigantesca estructura que, como el proyecto de modernidad venezolano, ha quedado inconcluso y hoy sufre la intervención, el deterioro y la misma desidia de muchas construcciones a lo largo del territorio nacional. Otra ruina moderna, en cuyo paso de utópico centro comercial a prisión de la dictadura, puede leerse más de medio siglo de intrigas, pillaje, destrucción, asalto y represión. De hecho, apenas el pasado mes de mayo, un motín en esta improvisada cárcel se saldó con la excarcelación y el traslado a otros centros penitenciarios de varios presos políticos, de los muchos confinados entre sus rejas sin juicio ni visos de futuro, dentro de la nación surgida de los autocráticos gobiernos que, desde hace dos décadas, han ido asfixiando al país hasta llevarlo a la situación de crisis humanitaria donde se encuentra.

Dieciocho especialistas, además de las editoras, nos ofrecen una visión amplia de El Helicoide, que en la introducción ellas califican como “fenómeno cultural”, dada la miríada de perspectivas idóneas para reflexionar acerca de su construcción, abandono y destino último, en el contexto no solo de la ciudad de Caracas, sino de diversos proyectos urbanísticos en distintas partes del mundo. En tal sentido, desde la mítica Torre de Babel, en que se detiene Federico Vegas (“El Helicoide of Babel”) para crear un paralelismo con la mole helicoidal como sinónimo de “desdicha y caos”, pasando por las chimeneas de la fábrica Lingotto en Turín y los centros comerciales chilenos en forma de caracol, sobre los que diserta Liliana De Simone (“The Caracoles: Chile’s Snail-Shaped Shopping Centers”), una clara línea arquitectónica define el lugar de El Helicoide en la historia urbana, donde se inscriben las principales obras construidas por visionarios, con el apoyo de gobiernos favorecidos por economías en expansión.

Al contrario de lo que suele pensarse, no fue el dictador Marcos Pérez Jiménez quien en 1955 contactara al arquitecto venezolano Jorge Romero Gutiérrez para comisionarle la transformación de una colina caraqueña en un “futurista centro comercial y de exposiciones”, tal cual lo recoge Celeste Olalquiaga (“Riches to Rags: The Sad Story of Venezuela’s Modern Flagship”), como parte de un plan urbanístico mucho más amplio para la capital, pero que tampoco llegó a realizarse en su totalidad. El Helicoide fue un emprendimiento privado hasta que el estado venezolano lo expropiara en 1975.

Es entonces la idea de lo inacabado y abortado lo que hila el discurso que este libro propone, a fin de centrar muchos de los males que afligen a Venezuela y, por extensión, a la América hispana, impotente para empinarse por encima de la violencia y la miseria lastrando el desarrollo integral de nuestros países.

Al recorrer el completo material gráfico recopilado a partir de El Helicoide, inédito en gran parte hasta ahora, el lector completa la panorámica de la modernidad arquitectónica venezolana, con un sentimiento de nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. Algo de lo cual también Lisa Blackmore se hace partícipe (“Out of the Ashes: Building and Rebuilding the Nation”), al devolverse a épocas anteriores y recuperar los proyectos del guzmanismo y el gomecismo, igualmente llevados a cabo por dictadores. Como si solo bajo la sombra del hombre fuerte pudiera realizarse el reordenamiento del mapa urbano; y esto utilizando la “eficiencia militar”, de tan poca eficiencia, sin embargo, para liderar los destinos de los habitantes y resolver los problemas del país donde han plantado su bota.

Por esta misma razón, las “topografías informales”, título de una de las cinco secciones en que está dividido el libro, tienen un lugar privilegiado en Downward Spiral, pues forman parte, no solo del referente urbanístico, sino de toda la vida nacional. De hecho, la falta de integración de los enormes contingentes llegados del campo a la ciudad, desde los primeros años del boom petrolero, han llevado a que más de la mitad de la construcción en Caracas sea hoy informal. Una realidad de la cual el destino de El Helicoide se hizo partícipe desde sus inicios, al estar enclavado como “una fortaleza entre ranchos”, tal cual Iris Rosas desarrolla en “An Urban Fortress Amid the Ranchos”, cuando pasa revista a las comunidades que han ido creciendo a su alrededor pero no sienten ninguna afinidad con él, lo cual es “sintomático de una ciudad fragmentada y segregada”.

En este sentido, resulta paradójico resaltar que si la revolución bolivariana llegó al poder con la esperanza de incorporar la ciudad segregada a la economía productiva, también en ello fracasó rotundamente y hoy, incluso, muchos de sus constituyentes huyen del país azuzados por el hambre, el hampa y la represión. De hecho fue en la década de los años cincuenta, durante otra dictadura diametralmente opuesta ideológicamente, cuando se desarrollaron los proyectos más ambiciosos de viviendas de interés social que ha conocido Venezuela, tales como la Urbanización “2 de Diciembre”, con “9.176 apartamentos construidos en el corazón de Caracas”, según recoge Alberto Sato (“The Accelerated Modernity of Jorge Romero Gutiérrez”).

De la “tensión entre urgencia y abandono”característica de la ciudad de Caracas, que Celeste Olalquiaga analiza en su segundo ensayo, “The Concrete Monster of Roca Tarpeya”, se infiere la enormidad del reto urbanístico al cual se enfrenta esta metrópolis. Una metrópolis que, siguiendo los pasos de La Habana, ha ido degradándose aceleradamente desde el advenimiento del régimen actual, y hoy subsiste del trabajo de infraestructura realizado durante las décadas anteriores al mismo. Si bien edificios, puentes, calles y autopistas empiezan a mostrar un marcado deterioro, producto de la falta de rehabilitación y mantenimiento reinantes en las dos últimas décadas. En consecuencia, muchas otras ruinas puntean ya el espacio urbano, y se unen a El Helicoide para exponer cuáles han sido “las condiciones políticas y sociales, articuladas desde la cotidianeidad de la experiencia vivida (…), [que] han silenciado sus sueños e intenciones”, tal como Sandra Pinardi examina en “An Absent City”.

Todo ello, por supuesto, sin eximir de culpa a la democracia fundacional, posterior a la dictadura pérezjimenista, que tampoco atajó los problemas subyacentes en la deformada estructura social, sino que los agudizó, malgastando gran parte de la riqueza petrolera, nunca “sembrada”, como proponía Arturo Uslar Pietri, sino fundida en la corrupción y derrochada en proyectos de gran envergadura que requerían una inyección constante de capital. Una riqueza, además, imposible de sustentar en el largo plazo, pues el 90% de los ingresos, en los últimos sesenta años, ha derivado de la exportación de un único producto, proveniente del sector primario, sujeto a los altibajos de oferta, demanda y comercialización en los mercados internacionales, y condenado a la obsolescencia de las escalas de planta, al tampoco haberse actualizado su infraestructura.

Pero cuando empezó a cincelarse la Roca Tarpeya para engranar en ella El Helicoide, ninguna de estas posibles consecuencias parecía tener cabida en la Venezuela que entraba en la modernidad. Un país joven, rico y sin graves problemas raciales, tal cual ocurría en otras regiones con una amplia población indígena segregada, pudo construir obras de extraordinaria ambición, como lo fueron el Centro Simón Bolívar y la Universidad Central. Y, de acuerdo al artículo de Carola Barrios “Beyond Shape: The Pyramid and the Spiral in Caracas”, no solo El Helicoide sino un Museo de Arte Moderno diseñado por Oscar Niemeyer, cuando Mies Van der Rohe declinó tal comisión, iba a edificarse en Colinas de Bello Monte, otra zona en expansión para la época. Desdichadamente, el museo no se hizo y El Helicoide quedó construido a medias, incorporándose ambos proyectos al catálogo de “utópicas promesas nunca realizadas, que frenaron la modernización”de la llamada para entonces Tierra de Gracia.

Tras varias décadas de abandono, El Helicoide fue trasferido a la policía política (DISIP) en los años ochenta, iniciándose su etapa como centro de detención y tortura, que Luis Duno-Gottberg bosqueja en “Rock-Bottom: Prisoners and Torture Chambers”. Si otros proyectos más amables, como dedicarlo a instituciones culturales, deportivas o burocráticas naufragaron, su transformación en cárcel de la democracia y de la dictadura ha cumplido exitosamente su función, agravando el drama social y urbano, culpable del creciente desgaste de la capital venezolana, del cual El Helicoide es triste recordatorio de que “la arquitectura, no importa cuán avant-garde sea, puede convertirse en lugar de vigilancia, disciplina y castigo por parte del Estado”. Un Estado aferrado ciegamente al poder, gracias a la complicidad de unas Fuerzas Armadas indiferentes a los encarcelamientos e inhabilitaciones de la oposición, los éxodos masivos y los crímenes desatados que sacuden hoy a la nación.

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