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Para leer: Arquitectura del silencio por Alicia Aza

“Todo llega en la vida como un sueño”, abre el primer poema de Arquitectura del silencio, recientemente publicado en Granada por Valparaíso Ediciones; y, con él, se expande una honda reflexión en torno a las guerras, éxodos y exilios puestos a sacudir al mundo con el grito de quienes sufren. Un desgarro, entonces, que estremece al ser y enturbia la palabra pero, simultáneamente, cincela a la víctima, al inmigrante, y enciende la llama de la esperanza del sobreviviente por un mejor futuro en la nueva tierra, pese a las intolerancias y los resentimientos de quienes se sienten “invadidos”. Una realidad que, sin embargo, no hace mella en la resolución altiva del forastero, decidido a estrenar una nueva página en su devenir. De ahí que Alicia Aza haya escogido este verso para anunciar su asunto pues, como bien apunta Gaston Bachelard, “las palabras marchan por delante, siempre por delante, atrayendo, arrastrando, animando, clamando a la vez por esperanza y orgullo”.

Y es justamente esa esperanza y ese orgullo lo que este libro busca entregar a quienes tan necesitados están de comprensión y sustento, no solo material sino espiritual. Volviendo a Bachelard: “La ensoñación hablada de las sustancias llama la materia al nacimiento, a la vida y a la espiritualidad”. Una certeza, que las distintas voces refrendan en su intento por explicar lo inexplicable; porque el odio y la barbarie no tienen explicación, perdón ni olvido: “Llegar a Tiananmen como a Berlín./ La crueldad no caduca, no prescribe,/ y se olvida. Un muro y una plaza,/ una masacre bajo nuestras piernas, una revolución el mismo año/ y me apuntalo a ti como un espejo”.

El modo como el yo se afianza en la vergüenza de las piedras, ultrajadas por la sangre y el horror, se crece desde esa superficie dable de reflejar infinitamente las miserias, inadecuaciones y temores que los martirizados, si siguen respirando, padecerán y llevarán tatuados en los ojos hasta su último suspiro. Porque, así como “la crueldad no caduca”, tampoco el atormentado encontrará descanso, aunque el país escogido lo acoja finalmente, dado el calado de los traumas y la profundidad de las heridas del alma.

Y es que el optimismo, con el cual las últimas décadas del pasado siglo vieron, por ejemplo, desmoronarse la barrera construida entre las dos Europas, es hoy un lugar extinto; pues los fanatismos, sectarismos, nacionalismos y populismos ascendentes han destruido la fe en este nuevo milenio, creando barreras aún más difíciles de superar, entre los “nacionales” y los “extranjeros”. De ahí la importancia de la poesía para acercar a las gentes, limar asperezas, desdramatizar rencores y promover el diálogo cual única vía para lograr un posible entendimiento: “Noviembre, arquitectura del silencio/ El Muro cae y nace la esperanza./ Quizá nadie se acuerde de los muertos,/ de la separación de vidas libres/ y todos recogemos un pasado/ forjado piedra a piedra con la tinta/ de la venganza, hombres inhumanos,/ inexpertos amantes de la guerra. El silencio también construye muros/ y sólo la palabra los derriba”.

Pero esta voluntad de conciliación no es nueva en el trabajo de la autora. Ya en El libro de los árboles (2010), donde las distintas especies vegetales devienen alegorías de emociones, pasiones y afectos, la voz poética abogaba por la comunicación sin fronteras, el respeto y la complicidad con el otro, proyectando un tiempo cuando “ya no sean necesarios/ los mensajes ni la letra teñida/ con los colores de la bandera que nos reviste”. Ello, buscando aproximar a los individuos por encima de las diferencias, tal cual hicieron pensadores como Theodor Adorno, activistas como Elie Wiesel y estadistas como Mikhail Gorbachov, a quienes Arquitectura del silencio trae a colación, destacando su intención pacificadora. Algo que cobra gran vigencia ahora, si queremos salvar lo todavía fértil del humanismo moderno, en esta era signada por la comunicación virtual y la creciente dependencia tecnológica, que paradójicamente alejan en lugar de acercar, difuminando lo real en entidades ilusorias, múltiples y segregadas.

“Hoy todo es suvenir de lo ocurrido,/ un click en Instagram o un me gusta/ pero nada detiene a la memoria”, reitera el yo, en su empeño por consignar como presencia indeleble lo que los absolutismos, neonazismos e izquierdismos a ultranza pretenden borrar del imaginario de nuestros pueblos, a fin de mantenerlos ignorantes y dependientes para poder manipular las voluntades a su antojo y desviar el poder de las instituciones en beneficio propio, hasta enriquecerse y devastar la tierra donde han hundido su bota. Ya lo dijo el mismo Elie Wiesel: Sin memoria no hay cultura. Sin memoria no puede haber progreso, sociedad ni futuro”.

La rapidez con que las urgencias y ambiciones promueven el olvido en nuestra contemporaneidad se constituye, entonces, en el fin último de Arquitectura del silencio, resonante, sin embargo, en el corazón y en la mente de un lector atento a sus humores y amores. Y, entre todos, ninguno tan intenso como el proveniente de la solidaridad para con el desamparado, el prisionero, el exterminado en aras de una tiranía ciega e impasible a la hora de aniquilar, indiscriminadamente, con objeto de lograr sus innombrables fines: “En el Mediterráneo algas muertas/ anuncian estupor ante la espera./ Los márgenes del mar se paralizan./ Quinientos treinta y dos días no son humanos,/ impiedad para el cuerpo entumecido/ debajo de un jersey rojo exhausto/ de crueldad por los ritos de los hombres/ que una vez fueron niños y soñaron/ y hoy son feroces bestias sin memoria”.

Un planeta lleno de esta clase de desmemoriados no augura, ciertamente, nada bueno ni para nuestro presente ni para las generaciones por venir. De ahí la importancia de la escritura como vehículo donde grabar, en el pensamiento universal, la fatalidad de los hechos y el turbio cariz de sus culpables. De ahí, igualmente, el valor, en su doble acepción, de la poesía para transformar en himno y valía lo que de otro modo quedaría reducido a polvo y rescoldo. Alicia Aza ha expresado certeramente desde su lugar tales inquietudes, y ello es ya, en sí mismo, motivo de celebración y adhesión a tan altos ideales.

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