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Palabras abusadas

El tiempo se agota. Como los minutos que le restan al condenado a muerte, los días y los meses transcurren. Venezuela agoniza. Cual verdugo, la revolución alza su hacha para dejarla caer sobre la ciudadanía. Ese es su cometido, su único propósito, la única razón de su trágica existencia. Ayer Chávez y hoy Maduro, el liderazgo que se reúne alrededor de sus jefaturas medra como el delincuente, a quién poco le importa la suerte de la víctima. Su meta es lucrarse al tiempo que sus alcahuetes se apoderan de Venezuela para impulsar un proyecto trasnacional.

Del gobierno, nunca esperé ni espero nada. Del escorpión solo se espera que hinque su aguijón arteramente, porque esa es su naturaleza. Sin embargo, de la dirigencia opositora esperé más de lo que he recibido, de lo que hemos recibido. No supo cobrar victorias, pulverizó triunfos en pugnas necias, porque unos y otros anhelaban más tener la razón que construir la ansiada transición.

No me culpen a mí por acusar, porque yo entregué lo que podía dar. Marché y fui reprimido por la brutalidad del régimen. Voté y me abstuve cuando así nos lo pidieron. Y sin embargo, hoy por hoy, Maduro luce robusto en el poder, mientras la oposición yerra una y otra vez. O peor, insiste con estrategias que han fracasado. No me culpen a mí – ni a nadie más – por el descrédito de quienes no supieron conservar la fe de la gente, porque fueron justamente ellos, con sus errores, los que a pulso, convencieron a una poderosa masa opositora de que ellos no estaban a la altura. Es triste, lo sé. Es trágico. Pero, desgraciadamente, debo acusar a aquellos de quienes espero respuestas, porque, insisto, del régimen solo espero el golpe fatal del hacha.

Aburre, me aburre, el discurso ilusorio de un liderazgo que cree en soluciones mágicas tanto como esa masa ilusionada con un mesías. Me irrita la resistencia opositora a plantearse verdaderas estrategias. Me desespera su paupérrima limitación para crear condiciones que iluminen una ruta más allá de herramientas, que mal usadas, como lo han sido, sirvan a fines perversos.

No tengo por qué creer, ni por qué apoyar ciegamente a quién solo ofrece palabras desgastadas, raídas por el uso, por el abuso.

No me pidan más de lo que puedo dar. No soy yo quien debe plantear soluciones que no tengo. No soy salvador, ni caudillo, ni mesías. Soy solo un ciudadano, uno que ha visto depauperarse su calidad de vida por un proyecto que busca justamente eso, empobrecernos material y espiritualmente, e incluso, moralmente. Soy un votante más, que de mi liderazgo natural espero más, mucho más. Soy solo un venezolano defraudado por un liderazgo que luce perdido, que parece agotado, una dirigencia carente de creatividad.

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