Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Otro más

En mi nota anterior hice una reseña de los tres accidentes en que estuve involucrado a lo largo de mi vida. Y de pronto recordé que me faltó narrar un cuarto, el menos peligroso pero sin duda el más espectacular. Sucedió en mis años romanos.

Como ya conté en alguna nota anterior, en un viaje por varias ciudades de Europa de un grupo de estudiantes de arquitectura, que incluyeron Varsovia, Budapest y la espléndida Praga, conocí al romano Giorgio Leoni. Cuando en el 59 me fui a vivir a Roma, Giorgio se convirtió en mi hermano italiano, y lo sigue siendo. Nos vemos muy de vez en cuando, pero cuando nos reencontramos es como si nos hubiéramos separado apenas unas semanas atrás. Cuando Giorgio fue a pedir oficialmente la mano de Lilia, su esposa desde entonces, quien lo acompañó fui yo. Todavía no sé qué grado de seriedad pudo haber aportado mi presencia en tan solemne ocasión.

Giorgio tenía su estudio de arquitectura en Via Passeggiata di Ripetta, al borde del Tíber y a doscientos metros de Piazza del Popolo. Cuando a veces iba a dibujarle las perspectivas de algún proyecto, o lo hacía de visita, con los amigos tomábamos vino y escuchábamos los discos del Modern Jazz Quartet. Más de una vez, yendo a su estudio, vi a Alberto Moravia asomado a su ventana en Via dell’Oca.

Como buen romano dedicado al diseño, Giorgio manejaba un MG rojo, con ruedas de rayos. El clásico de los clásicos. Regresando una vez de la Riviera Ligure, atardecía y la modorra nos había caído encima. Estábamos acercándonos a Civitavecchia y Giorgio no reaccionó a tiempo y nos estrellamos contra una estructura de hierro que separaba las dos vías de un puente. Para peor, esa estructura estaba señalizada con una mampara blanca cruzada por rayas rojas. Prohibido distraerse manejando. El choque nos dejó a ambos la misma cicatriz en el mentón. Cuando más tarde pasaron por el lugar otros amigos que regresaban del mismo paseo y vieron el MG chocado, pensaron que debíamos estar internados en un hospital con múltiples fracturas.

Pero no es éste el choque (en realidad, el quinto) del que quería hablar. En una oportunidad Giorgio salió de viaje. Yo no tenía auto, y me dejó su MG. El 5 de agosto de 1962 se proyectaba en un cine cercano a mi casa “Una Eva y dos Adanes”, en italiano “A qualcuno piace caldo”, que es la correcta traducción del título original inglés “Some Like It Hot”. Yo conocía la película, pero la tentación de volver a ver a Marilyn y disfrutar de una de las mejores comedias producidas por Hollywood me sedujo y decidí ir a verla. Lo lógico hubiera sido ir caminando, pero la tentación de lucir el MG pudo más. Al lado del cine había un pequeño café, el típico café italiano donde el ristretto o el capuccino se beben de pie, junto al mostrador. Además, yo flirteaba con Adriana, la cajera, una romana de rostro hermoso.

Salí con el MG, era pleno verano y el sol de un día más que tibio ya se había ocultado. Recorrí las tres o cuatro cuadras que me separaban del cine, y me dispuse a estacionar. En esa calle se estacionaba a pettine, es decir, transversalmente a la acera. Encaré hacia el frente del café, y cuando pisé el freno se me heló la sangre: Giorgio no me había advertido que su juguete estaba sin frenos. Pero alcancé a decirme, vengo tan lento que el cordón de la acera será suficiente para detenerme. Claro, en ese tramo de la acera, no sé por qué, el cordón no debía superar los 5 centímetros. El MG dio un pequeño brinco, se montó en la acerca, y más lentamente que una tortuga se fue acercando inexorablemente a la vidriera del café y se estrelló con un estrépito infernal contra el cristal, que estalló en añicos y tumbó los estantes, también de vidrio, que exhibían diversos productos. El café, que a esa hora estaba repleto de gente que aguardaba la hora de entrar al cine, quedó grabado en mi memoria como una foto congelada de rostros con expresión de asombro y horror.

Por supuesto que no pude ver “Some Like It Hot”. Y cuando regresé a mi casa en Via Tagliamento, por la radio pasaban la noticia de la muerte de Marilyn.


Photo Credits: Marco Mazzone

Hey you,
¿nos brindas un café?