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Daniel Abelenda

Onetti, el primer existencialista del Sur (Parte II)

“Escribe para los jóvenes de tu generación y para los críticos de la próxima.” F. S. Fitzgerald.

A mediados de la década del 30, Juan Carlos Onetti ha regresado a su Montevideo, luego de una breve estadía en Buenos Aires, donde ha logrado publicar sus primeros relatos y trabajar part-time como periodista. Se ha divorciado de su prima María Amalia (tienen un hijo, Jorge) y la expareja decide que estos se queden en la capital argentina mientras Onetti vuelve a Montevideo. Necesita un empleo estable.

Su oportunidad llega en 1939, cuando Carlos Quijano, abogado e intelectual, le ofrece ser secretario de redacción de “Marcha”, un semanario que comenzó a editarse a mediados de ese año, y que llegaría a ser muy influyente en toda América Latina. El perfil de la nueva publicación es de análisis político y cultural. El joven escritor inaugurará la sección titulada: “Artes, letras y cía.”, además de editar todas las notas. Lejos estará nuestro escritor de cobrar un buen sueldo; “Marcha” es un semanario nuevo, que depende fundamentalmente de sus escasos suscriptores o compradores de la edición de los viernes. Onetti le pondrá cuerpo y alma a esta quijotada. Cuenta la leyenda, que los jueves, día de cierre, se quedaba a dormir en un altillo de la redacción de la calle Juan Carlos Gómez. Tendrá su recompensa: puede publicar cuentos de su autoría -bajo seudónimos- y escribir filosas editoriales. Una muy recordada la tituló “La piedra en el charco”, donde Onetti arremete contra sus colegas más conservadores: “Esta columna sólo busca distraerse, salpicando un poco la siesta de estos inverosímiles seres que han dado en llamarse ´intelectuales´ a sí mismos.”

– ¡Usted no puede publicar eso!

– Ya tiramos 300 ejemplares…

– Entonces sáquelos de circulación.

Este ríspido diálogo, habría tenido lugar (según relatará Onetti en un reportaje) cuando el Dr. Carlos Quijano, leyó un original de “El pozo”, que este le había confiado. Se trataba de una modestísima edición “en papel rústica” de 50 páginas, que el poeta Juan Cunha, poeta y propietario de una librería / imprenta en la Ciudad Vieja, se había atrevido a publicar. El costo de los 300 ejemplares fue financiado con una colecta entre los amigos del escritor. Y como lo anticipara el director de Marcha, el ambiente literario de Montevideo, no estaba preparado para recibir una obra tan revolucionaria. No hubo reseñas o críticas (ni buenas ni malas). En el mundillo literario del Río de la Plata, nadie lo registró. Y sus páginas juntaron polvo en el escaparate de “Ediciones Signo”, y luego en el sótano de la imprenta de Cunha.

Pero, ¿qué convertía a este librito en una obra tan revulsiva?

Yo soy un hombre solitario que fuma en un sitio cualquiera de la ciudad; la noche me rodea, se cumple como un rito, gradualmente, y yo nada tengo que ver con ella.” Está escrita en primera persona -y no en la tercera del narrador omnisciente- como era tradición entonces. Tampoco hay una trama, un nudo argumental con principio, desarrollo y final. “El pozo” trata de “las extraordinarias confesiones de Eladio Linacero”, el protagonista-narrador, 40 años, divorciado, que acaba de perder su empleo en un diario de Montevideo y comparte un deprimente cuarto de pensión con Lázaro, un obrero anarquista. Cercado por la angustia y la desesperación, sin fe en la política ni en la religión, Linacero (alter ego del autor) intenta encontrarle un sentido a su vida, que se le ocurre “un herida absurda”, como dice el tango. Y es además la primera obra literaria existencialista, varios años antes que esta corriente filosófica clave del Siglo XX, desembarcara en América.

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