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juan jose escobar

Ojos de papel cerrados

Es como si estuviésemos al otro lado del mundo, ¿de qué mundo? No sé, pero de uno que no funciona. Los dos en la Miel, Caldas, pero yo no creo que estemos allá, supongo que solo estamos haciendo alguna escala antes de buscar atravesar el mar. Una estancia en los bosques donde las quebradas murmuran todo el tiempo y los árboles se sientan a contar secretos de la noche. Ojos de papel está dormida en una hamaca. Supongo que ella realmente ha llegado al mar.

Mientras ella se ha acostado a dormir sin que yo me diera cuenta, salgo a caminar por los jardines. Siempre le estoy dando vueltas a algún árbol, incluso hay uno enorme de zapotes, en la noche lo confundí con un aguacate, y es un árbol violento, en la oscuridad lanza granadas tremendamente pesadas que le partirían la cabeza a un hombre roca. Pero siento que he visto demasiado aquellos árboles. Un guayacán llama demasiado la atención y me aburre que llame demasiado la atención. Paso cerca del lugar donde ella duerme, no la miro mucho, solamente noto como cuelga su cabello rojo sobre los bordes de la hamaca y entonces me concentro en subir la colina que se dispone al frente mío.

Es un camino estrecho de barro y me muevo en él con gracia, corro porque me gusta correr en subida y no me importa si mis pulmones empiezan a quejarse. Señores, no estoy para berrinches, si tienen tanto afán de llorar, pues se esperan hasta que regresemos al infierno donde todo está dispuesto para reproches, pero mientras esté contento, no.

Termino de subir la colina hasta llegar a un bosque de pinos. Hay un misterio en él. Algo místico, un secreto por el que no me atrevo a preguntar. Se ven a lo lejos aquellas figuras delgadas y grises, perderse poco a poco, cada vez más borrosas en la oscuridad de las ramas. ¿Me adentraré en ellas?, ¿soportaré el miedo de las sombras mientras ojos de papel duerme?, ¿podré regresar después de entrar?, ¿querré regresar? Espero que no, o tal vez por ella quien probablemente no tenga miedo de aquel bosque. Pero no, no entré, me quedé en el borde, junto a un potrero sin vacas y sin hongos. No podía cruzar ese bosque solo, la necesitaba a ella. No fuera que me perdiera en la nada, extrañando…

Regresé a la casa, corriendo, porque claro, me gusta correr en bajada, y más si mis pulmones no chillan. Muy bien, señores, así me gusta, sin hacer pataleta, que los he traído a que sonrían a estas colinas; en el infierno ustedes verán que hacen, aquí mandan mis ganas de correr.

Llegué a la casa casi saltando sobre ella, pero me quedé congelado al verla dormir. Era evidente que se encontraba bien, y no importaba mi miedo y necesidad de ella en ese momento. Yo no era nadie para arrastrarla de nuevo a este mundo por soledad, cuando ella estaba en la tierra a la cual pertenecía. No hice nada, solo la dejé allí.

Fui por un vaso de agua y luego otro y otro. Medité mirando la colina que me separaba del bosque de pinos. Medité porque no me atrevo a hacer otra cosa. Los árboles se mueven siempre de una manera particular, tratan de decir algo. ¿Quién me puede enseñar el idioma de los árboles?, ¿algún elfo se ofrece?, ¿quizás un uldra? Siempre he querido pensar que los árboles me hablan, así yo no les entienda. Creo que ojos de papel, también intenta descifrar su lenguaje, pero yo nunca podré saber si ella lo conoce, y si ese es el caso, si podría enseñarme. Ojitos de papel, te quedaría agradecido hasta que mis arrugas se sequen.

Esa fue la curiosidad, pensar que ella podría enseñarme, siempre la he visto dispuesta a ayudar, por lo menos a mí, lo que me reconforta. Y verla allí, tendida sobre esa hamaca de grueso tejido verde, con los párpados abajo como una cortina blanca que oculta la luz del amanecer. Toda su piel muy blanca, resaltada en aquel cabello rojo vikingo que se extiende por toda la cama. Tiene un arete en la nariz y me gusta ese arete, pero solo en ella, pues no me interesa alterarme el cuerpo, nada de tatuajes negros o perforaciones, me gusta mi piel como es, verla hacerse vieja, llenarse de manchas, quemaduras de sol, verla encendida. Pero en ella lo soporto, no importa, su piel no es mi piel, no ha de serlo, no tendría por qué serlo. Su piel es aquella colcha blanca que se extiende con dulzura. Me da miedo tocarla, soy muy cobarde, pero sé que si he de poner un dedo en sus mejillas, me permitirá hacerlo de nuevo. Me gusta su rostro dormido, es claro y sencillo, no busca nada más allá de lo que es. Respira lentamente, sin exagerar, de la manera que más me gusta a mí, sin llamar la atención.

Al verla dormir, puedo entender que es un mundo donde no hay cabida para mí. Está ella y no necesita nada más, ni siquiera de mis ganas de hacerla reír, pero ¿cómo podría yo intervenir si se encuentra del otro lado?, sería un infame si por hacerla reír en mi mundo la sacara del de ella. Está mejor así, conmigo lejos, a lo que parece lejos. Prefiero disfrutarla en su silencio sabiendo que está bien, y probablemente mucho más sin mí, no quiero creerlo pero puedo sentir como no hago falta en su vida para traerle tranquilidad. Su propia tranquilidad le basta, aunque tal vez puedo imaginar y me haría bien, pensar que se encuentra tranquila, con ese rostro sereno de sueños, porque yo le di la tranquilidad de ir a él. Sí, eso es. Es lo que debo pensar.

Solo me molesta no poder ver sus ojos de papel, deben estar dibujando hombrecitos sonrientes en algún mar de nubes. Y yo, bueno, yo, no importa, yo…


Photo Credits: Jereme Rauckman

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