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Oda a la curva

«Guardo dentro de mí, en mi museo particular, todo lo que vi y amé en la vida».

André Malraux

En su Arquitectura las estructuras se vuelven sutiles y vencen a la gravedad de un modo sorprendente; la curva es llevada a su máxima expresión de belleza y si hay un momento de la historia de la humanidad en el cual la línea recta euclidiana pierde su importancia es, sin dudas, de la mano de Oscar Niemeyer.

Un arquitecto que no solo definió la Arquitectura Brasileña y Latinoamericana, sino que nos mostró un abanico de posibilidades en el cual la belleza tenía que parecerse a una mujer, tener curvas como Rio de Janeiro en su paisaje y mostrar un dialogo constante con la naturaleza. Para Niemeyer el Hormigón armado había sido mal interpretado por sus antecesores, quienes no habían comprendido las posibilidades plásticas. Entendió que era un material que permitía realizar formas distintas que sorprendieran y cautivaran al espectador y, que al utilizarlo como el acero o la madera, ellos sólo mostraban su ignorancia respecto a su técnica. Para él, el lenguaje del Hormigón armado era la curva. Y así nos dejó en claro, a lo largo del tiempo, que su Arquitectura era la mezcla perfecta entre la belleza y el manejo de la técnica, voladizos de medidas exorbitantes,  arcos que enmarcaban el espacio en los que al igual que una sinfonía, los ritmos variaban entre ellos, y columnas, magnificas columnas que eran mucho más que un elemento, donde su función de estructura era minimizada por su belleza pasando a ser esculturas que cumplían una función de sostén.

La geometría era su aliada, sus edificios son la muestra de que la belleza tiene una fórmula matemática única, que sólo un Maestro conoce la importancia de aplicarla, pues el ojo humano aún sin entenderla la reconoce, la admira y disfruta.

Niemeyer era un idealista que sentía que la responsabilidad de crear una Arquitectura Brasileña recaía en sus hombros y, con la dedicación que ameritaba la tarea, no dejó de dibujar ninguno de sus días. Trabajó hasta su muerte a los 104 años de edad y muchas veces se refirió a la vida como un soplo en el cual no había tiempo que perder.

En muchas de sus entrevistas comentaba como su amor por la Arquitectura había nacido por el amor al dibujo, el cual había adquirido desde muy temprana edad. Con el tiempo cada vez que realizaba un proyecto partía de un simple boceto que luego enfrentaba con un texto. Decía: “Cuan­do llego a una solución de inmediato la describo en un texto explicativo. Si la lectura del texto me deja satisfecho, comienzo los diseños definitivos. Si por el contrario los argumentos no me satisfacen, vuelvo al tablero”. Una forma realmente maravillosa de confrontarse a sí mismo.

Brasilia fue su tablero cuando, junto con Lucio Costa, realizó el diseño de los edificios de Gobierno y participó en su Urbanismo; pero sobre todo Brasilia fue la idea de hacer edificios diferentes, una Ciudad distinta, nunca antes vista. Las críticas no tardaron en llegar pero la misión para Niemeyer ya estaba cumplida. «Ustedes van a ver los palacios de Brasilia y podrán gustarle o no, pero jamás podrán decir que han visto antes algo parecido». Con un genio único y una actitud determinante hacia la vida, nos humaniza y sorprende ante la simpleza de las formas.

Niemeyer creía que la tarea del arquitecto era inventar su propia arquitectura. Una arquitectura que pocos, muy pocos, podrían comprender. Logró que los ojos del mundo se posaran sobre Brasil y que todos aplaudiéramos su Magistral sentido de la belleza.

 

No es el ángulo recto el que me atrae,

ni la recta línea, dura, inflexible,

creada por el hombre.

Lo que me atrae es la curva libre y sensual,

la curva que encuentro en las montañas de mi país,

en el curso sinuoso de sus ríos,

en las olas del mar,

en el cuerpo de la mujer preferida.

De curvas está hecho el universo.

El universo curvo de Einstein.

Oscar Niemeyer

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