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Daniel Campos
Photo Credits: Alan Villeda ©

Oaxaca es poesía

Al salir de Puebla hacia Oaxaca observé el cono del volcán La Malinche. Luego, al iniciar el descenso, aparecieron las filas de sierras de un azul cada vez más oscuro en la distancia.Bajé del altiplano por entre cerros áridos cubiertos de cactus y encinos, mesas majestuosas y cañadas profundas con arroyos y riachuelos en el fondo, hasta llegar a los valles amplios, de suelo calizo, cubiertos de magueyes o agaves.

Los tallos florales de los magueyes maduros se elevaban varios metros desde el corazón de hojas largas, espinosas y glaucas. Sus manojos de flores amarillas miraban hacia el cielo azul y límpido. Había escuchado que el agave florece una sola vez en su vida y luego muere. Al mirar los magueyes de espléndidos tallos cargados de flores, pensé que nunca había visto muertes tan bellas.Cada floración era una muerte del color de la alegría bajo una bóveda de zafiros etéreos y brillo de sol dorado. Oaxaca es poesía natural.

En la ciudad capital descubrí una catedral rústica de cantera labrada con su zócalo ocupado por una huelga de maestros.Cientos de docentes, en su mayoría mestizos, habían armado sus carpas y tiendas de campaña en la plaza y calles aledañas, donde dormían, comían y se manifestaban. Uno me dijo que defendían su derecho a una pensión digna y reclamaban mejores recursos para educar a sus estudiantes. Los comerciantes de artesanías en la misma plaza, muchos de ellos indígenas, se solidarizaban con el magisterio, a juzgar por los carteles de apoyo que colocaban en sus barracas.

Alrededor del zócalo encontré también varias protestas indígenas, sobre todo del grupo etnolingüístico triqui. Denunciaban despojos de sus tierras y desplazamientos forzados por “militarismo de estado” en San Juan Copala y San Miguel Copala, además de desapariciones y asesinatos impunes de varios de sus líderes, en los últimos diez años. Desde una carpa sonaba en altoparlante la música de protesta de Silvio Rodríguez y Calle 13. El Movimiento Oaxaqueño La Lucha de los Excluidos (M.O.L.E.) denunciaba los actos de injusticia y corrupción de varios gobiernos e instaba al voto izquierdista en las próximas elecciones. La dirigente con la que conversé, una mujer de piel cobriza, ojos de ónice y largo cabello lacio y azabache, me entregó un panfleto titulado “Las causas de porqué estamos tan pobres los trabajadores mexicanos del campo y la ciudad y nuestro país tan destruido”. Para mí era difícil ponderar los hechos y las opiniones que escuchaba. Pero en medio de tantas expresiones de resistencia algo me quedaba claro: Oaxaca es poesía social.

Al día siguiente, visité la Casa de las Culturas de Oaxaca en el antiguo convento de Santo Domingo. El complejo de plazas, atrios, iglesias, claustros, patios, fuentes, acueductos, bibliotecas y jardines es, en sí mismo, de gran belleza arquitectónica. Al entrar al convento, visité primero la biblioteca para saludar el espíritu de antiguos filósofos, teólogos y poetas. Luego caminé por los portales alrededor del claustro y me acerqué a su fuente en medio del patio empedrado. Subí por las amplias escalinatas y en las salas del segundo nivel, a todo alrededor del patio, visité la muestra permanente del museo. Así aprendí sobre los primeros vestigios de presencia humana en Oaxaca hace diez mil años y la paulatina evolución social, económica y cultural de diferentes grupos hasta llegar a los períodos preclásico, clásico (200 – 900 d.C.) y posclásico de las grandes civilizaciones de esta región, entre ellas la zapoteca y mixteca. Preví que los viajes a los sitios arqueológicos de Monte Albán y Mitla, ciudades insignia de esas culturas, me permitirían imaginar mejor la vida de sus gentes. Oaxaca es poesía histórica.

Y mientras recorría la muestra, desde los pasillos embaldosados y los balcones con verjas de hierro, disfruté vistas espectaculares del jardín etnobotánico, las cúpulas de las iglesias y las montañas verdeazuladas en la distancia. Desde un balcón escuché el canto de mirlos enamorados y la voz del viento al conversar con las hojas en las copas de los guajes y pochotes. Bajo el celaje vespertino de tonos pastel, observé árboles engalanados por jazmines de corazón amarillo o por flores albirosa, además de variedad de cactus y magueyes. Me absorbió tanto el entorno que me sentí disuelto en él y reunido con la fuente de Vida. Oaxaca es poesía mística.

Empezaba a percibir que en Oaxaca todo es poesía: sus paisajes, sus celajes, sus gentes, sus culturas, su Vida.


Photo Credits: Alan Villeda ©

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