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Paola Herrera
Photo Credits: simpleinsomnia ©

No Cartoons

Recorrí la Avenida Bolívar de Valencia, Venezuela, y me encontré con el murmullo ensordecedor del gentío que habita las calles sin descanso, con el sonido indiscreto de los automóviles, con la mirada de muchos hacia mis labios azules por el nuevo labial que había estrenado, con la ola de calor imprevista que me visitó por la espalda. Todo ese caos vestía mi alrededor. Recorrí algunas calles en búsqueda de librerías para ver si poseían el plástico correcto para poder retirar mi cédula de identidad en el Saime –porque sí, hasta ese punto ha llegado mi país-. Luego de un día ajetreado y de tanta banalidad, me detuve a beber un cappuccino y me encontré con un amigo. Hablamos de las noticias desgraciadas que rodean al país y que Twitter nos permite saber; nos despedimos, comenzó a llover y entendí por qué el fervor del día había estado tan presente. Al cabo de unas horas llegué a mi casa, lancé las llaves en el sofá, fui por un vaso de agua y me acerqué a mi madre para relatarle el movimiento agotador que significa liquidar un trámite, le aconsejé que debía de colmarse de muchísima paciencia cuando le llegara su turno y que, por cada giro sorpresivo, inhalara y exhalara.

El resto de la tarde me senté a leer algunos escritos, descubrí cantantes maravillosos escondidos en los rincones pocos visibles de Youtube y ya después, cuando la noche hizo su mágica presencia, me dispuse a abordar ciertos temas con mamá en su habitación, hasta que llegamos a uno que en ocasiones alimenta mi curiosidad porque aún no soy capaz de descifrar ni mucho menos recordar la manera en que solía pensar y accionar en aquella época.

Yo cambié los dibujos animados a los once años por las series de televisión. Creo que me fastidié a muy temprana edad de las comiquitas, algunos de los recuerdos de mi ocio más recurrente los tengo con un televisor. Lo más irónico es que hoy en día ni siquiera lo enciendo, solo se dedica a decorar mi habitación como un cuadro más. Paseé por la isla misteriosa en Lost, por las batallas con demonios en Charmed, caminé por los análisis de psicopatías con Criminal Minds y con los problemas comunes de la adolescencia con Dawson’s Creek. Nunca comprendí por qué dejé a Coraje el Perro Cobarde en Cartoon Network, a las Chicas Súperpoderosas, a Scooby Doo y a muchos otros para mudarme a la otra parte del mundo televisivo que son las series. A veces cuando me invade el insomnio y mis neuronas realizan su sinapsis obtengo hipotéticas conclusiones sobre ello, tal vez me di cuenta muy temprano que me tocaría lidiar en la vida, fuera de mi ocio, con personas de piel y huesos, entonces me invadió la necesidad de obtener un pequeño conocimiento teórico de lo que sería el asfalto sin dibujos animados, así que me dispuse a apreciar el arte que te obsequia la actuación en historias por temporadas, pero como ya expresé, son simplemente conclusiones teóricas. Lo cierto es que aun no comprendo ese cambio tan brusco y siento que seguirá siendo así por un largo tiempo.

Lo que sí comprendo a la perfección es que ciertamente me toca lidiar con el mundo día a día y realmente no consigo algo mejor que hacer. Por eso escribo cosas, sobre todo aquellas que nadie se atreve a decir. Es simple: caminas, paseas, recorres, conoces, desconoces y aún no hay nadie que se atreva a decirte todo aquello que no quieres escuchar. Por eso leo y escribo, para que mi otro yo me arroje las verdades como rosas en la cara o como espinas.


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