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Nadando en las profundidades

En estos tiempos, cuando la superficialidad nos contagia a todos como si fuese una peste, la diatriba en Venezuela no deja de ser mero chapoteo en una charca. Si no son obviedades, lo que en mi pueblo llaman pendejadas, son solo la hojarasca en el estanque. Falta la necesaria densidad que ofrece el contexto, o, si es que acaso no se entiende, la realidad que siempre golpea como coz de burro. Unos se apuran a exigir una invasión que la región no desea (ni mucho menos va a apoyar, no sea que mañana les toque a ellos). Otros, con un tono sosegado y pedante, tan ofensivo como el de aquellos a quienes tildan de extremistas, no se cansan de plantear acuerdos, pactos que la mayoría de las veces pivotan sobre el deber ser y no sobre lo que verdaderamente es, sobre esa roca terca formada por las circunstancias.

Quienes esperan que los marines vengan a liberarnos podrán esperar 30 o 40 años más, porque eso han hecho los cubanos, y por eso, desde Rafael Leónidas Trujillo hasta Augusto Pinochet, han sido derrocados por obra de sus pueblos, sea asesinado como el primero, o mediante un acuerdo como ocurrió con el segundo. La ayuda – que sin lugar a dudas es necesaria – no puede ser jamás la que exige el flojo, el que quiere que su tarea sea hecha por otro. La ayuda es, en todo caso, ese espaldarazo una vez que la usurpación cese, que se instale el gobierno transitorio, porque no faltarán las asechanzas de enemigos internos y externos.

Nadie ha dicho que sea una tarea fácil. ¡Dios sabe que será dura y desde luego, dolorosa! Las razones abundan en los medios, tanto venezolanos como extranjeros… sobre todo extranjeros, sobre todo en los medios del mundo libre. Si el liderazgo, al que por ahora este epíteto le queda grande, desea unir a la ciudadanía – como lo ha pretendido desde enero de este año -, debe decir la verdad y tal como lo hiciera Churchill en mayo de 1940 durante una alocución en las Cámara de los Comunes, reconocer que por ahora solo se puede ofrecer sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas para lograr lo que ciertamente anhela más del 80 % del país: el cese de la usurpación y la instauración de un gobierno transitorio (aunque algunos necios, embebidos de su propia soberbia, descalifiquen y desdeñen esas palabras tildándolas de «mantra»).

Que no sea fácil no supone que no pueda hacerse, y viene al caso parafrasear al presidente John F. Kennedy: se hace aunque sea difícil… se debe actuar porque es difícil. Que la transición sea dolorosa y cruenta no debe amilanarnos, no debe apocarnos, porque quienes asumen el liderazgo como misión de vida no pueden acobardarse, como no lo hicieron genuinos líderes en el pasado reciente venezolano, y que, superando el miedo a la tortura y al asesinato (que es el genuino coraje), enfrentaron a la Seguridad Nacional y a la Sagrada de Gómez.

Si la transición – el cese de la usurpación – ocurre de un modo u otro no depende de la voluntad de unos, de la bonhomía de unos personajes «bien intencionados», sino de las circunstancias. Los aliados hubiesen preferido obviar la guerra (aun el belicoso Churchill) pero como bien sabía el primer ministro británico (y por ello, duramente criticado por sus adversarios apaciguadores), tal cosa no era factible. Quienes crean que la élite chavista no se preparó para la eventual pérdida del poder, pecan de ingenuos, pecado imperdonable en los dirigentes políticos. Chávez era solo la cabeza visible (elegido por el inmenso carisma que frente al desprestigio de los partidos tradicionales, le construyeron los medios luego del fracaso del 4 de febrero de 1992) de un movimiento gestado en los cuarteles aun antes de caer la penúltima dictadura venezolana en 1958.

Maduro hoy, y Chávez primero, son solo peones de un ajedrez mucho más grande, y riesgoso, en el que, irresponsablemente, se intenta reavivar la guerra fría (seguramente porque como en todas las guerras, florecen contratos lucrativos y sustanciosas comisiones). Y sin lugar a dudas, la pelea para liberarnos de esta pesadilla implica enfrentarse a gobiernos extranjeros, unos grandes como el chino y otros minúsculos, como el cubano (que más parece un virus que la expresión de una gran potencia militar). Y sí, es en ese terreno en el que los aliados naturales de Venezuela – la UE y sobre todo, Estados Unidos, la principal potencia económica y militar del planeta – pueden ayudar. Mientras tanto, puertas adentro, nosotros tenemos que arreglárnosla para materializar el anhelado gobierno de transición y, aún más importante, la construcción d una democracia robusta.

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