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Mujer y blanca…

… caso de alto riesgo de osteoporosis. Si es fumadora, aun peor. Pero si vive en Venezuela, los huesos son lo de menos. Tampoco es asunto de pulmones. Es asunto de idiosincrasia de estado. Si eres blanca lo que arriesgas es la vida, que puede truncarse de un momento a otro, sin aviso, por asalto… Cuando el estigma lo llevas en la piel, en el color de los ojos o el pelo, es difícil escapar. Como la cruz amarilla que marcaba a los judíos perseguidos del nazismo que aún nos duele, si tienes la piel blanca en Venezuela, es presumible que eres apátrida, porque no perteneces. Y si eres apátrida pues eres enemiga. Así que si te asaltan, es con derecho.

Según alerta la “inteligencia” desde el poder, en el canal del estado, en horario estelar, en un documental sobre el tema de la sostenida emigración que desangra al país de sus talentos, la situación de los blancos venezolanos es doblemente dramática pues no sólo no tienen ningún lazo con la tierra que los vio nacer, sino que tampoco tienen relación alguna con el lugar donde se originó su estirpe, donde nació su bisabuelo, que fue el primero que llegó a este trópico con ganas de cariños y cobres e hizo país, sembró familia y empresa.

Quiere decir entonces, que todos los ojos azules que te encuentras en Los Andes son sospechosos, los de cabellos claros que abundan bajo el sol de oriente, potenciales traidores, inminentes emigrantes dispuestos a abandonar la patria como las ratas que saltan cuando el barco se hunde.

Al parecer lo «están pensando bien», los del documental, que se quedan, enchufados en VTV. Tan bien que aún cortan tela del legítimamente vilipendiado «me iría demasiado», sin ir ni un poquito más allá, y detenerse en las razones que esgrimen sus entrevistados en Maiquetía, “me voy porque no quiero que me maten”. Porque el asunto no es entender, no se trata de pensar. El asunto es denunciar, se trata de señalar, acusar, promover una manera de ver unívoca, indiscutida, acatar. Todos los blancos -que son más bien tostados y pelinegros, ojos café-, entrevistados en el susodicho documental, -algunos porque se van, otros porque se quedan-, son tan similares, tan elocuencia de la bella mezcla racial que siempre nos ha caracterizado, que impacta el descaro con el que sostienen el discurso racista y segregacionista a pesar de que tan elocuentemente lo desdicen las imágenes.

Es de resaltar que la única pelo amarillo –pintado-, es la que se queda militante porque ella sí ama a Venezuela y reniega de la insuficiencia de los que se van. Es verdad que ella da cuenta de un país de alto consumo cosmético que sí ha aguantado con insospechado coraje, la carestía de tintes. Porque este es el país del como vaya viniendo vamos resolviendo y que “no haiga peo”. Y entre resuelve y bachaqueo y humor, sostenemos, como Pereira el de Tabucchi, que a nosotros, definitivamente, no nos gusta el conflicto.

Así que no importa que las imágenes muestren lo contrario de lo que el conductor nos quiere hacer ver, apoyado en la vehemencia de la entrevistada estrella del documental, la sicóloga, de gruesa argumentación racista. Tan convencida luce ella, que replicar el desacierto no parece una posibilidad. Su postura no aguanta razonamiento alguno, por lo demás. Su segregacionismo raso, típico, burdo y brutal, inquieta la memoria: en Cambodia bastaba con conjugar el verbo to be, o saber decir my name is… para merecer el viaje sin retorno a cualquiera de los campos de re-educación del Khmer Rouge. Cualquiera que medio chapuceara el inglés era sospechoso de pro-imperialismo. ¿Será que es esa la dirección que está tomando la sesuda superestructura nacional? ¿De dónde es que es por fin Víctor Hugo? ¿Y ese Víctor Hugo es de los buenos o de los malos?

La respuesta aireada de blancos y negros muertos de risa no se hizo esperar. Pululan las fotos en las redes, de la amistad interracial a toda prueba, con todo tipo de cometarios, humor nuestro que nos mantiene en el sitio a pesar de los huracanes de irracionalidad que nos hacen vivir en un hilo.

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