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Eduardo Alfonso Pepper Silva

Mis libros y yo

A mi padre, in memorian

Buenas noches… Ante todo, me gustaría decirles que siento un grato placer y una gran responsabilidad en este momento delante de todos ustedes. Desde hace mucho tiempo no se me encomendaba una tarea como esta: hablar en público, y específicamente, sobre mi relación con los libros y el valor misterioso y maravilloso que tienen en mi vida..

Desde un punto de vista pragmático un libro no es más que un objeto material y comercial conformado por papel y tinta, el cual pudo haber sido elaborado a mano en limitadas ediciones o en grandes máquinas ampulosas y numerosos ejemplares. Por supuesto, el libro tuvo que haber sido escrito por alguien, y este alguien plasmó en él sus ideas, preocupaciones, teorías, y un sinfín de etcéteras que ya todos sabemos, y que están de más acotar. Pero no vengo a hablarles precisamente desde una perspectiva sociológica sobre el libro; mi intención es hablarle sobre el libro y su valor sentimental, y de esas maneras tan extrañas y paradójicas que suelen llegar  y apropiarse de nuestras vidas.

Cuando veo mi biblioteca en ella no sólo veo los libros y sus títulos, sino también la forma y manera en la cual llegaron a mi vida. En ella hay libros regalados por mi madre, por algún amigo profesor, una que otra novia, algún amigo, y por supuesto, los queridos y amados libros prestados y que nunca fueron devueltos: los libros robados. Creo que entre toda la gama son estos los que tienen mayor predilección entre nosotros por su apropiación indebida, violenta, convulsa, cínica y peligrosa, porque a fin de cuenta cuando en literatura algo no es peligroso pierde así como que cierto encanto, cierta fascinación.

Nuestra vida está rodeada de objetos y a veces nunca nos detenemos a pensar en la historia que alberga cada uno de ellos. Sí, suelo pensar la vida, mi vida, como una gran historia, donde cada elemento tiene un significado propio que se dice a sí mismo y que también de manera misteriosa me define como ser humano, así me pasa con mis libros. Como el tiempo es corto, voy hablarles de un libro con el cual guardo y mantengo una relación muy familiar y al mismo tiempo triste: el primer libro que me regaló mi padre.

Hace ya un tiempo, en la celebración de mis 17 años, mi padre llegó junto a mi hermana y de regalo me dieron un libro de poemas de Mario Benedetti titulado El Olvido Está Lleno de Memoria. Recuerdo que el libro me llamó mucho la atención por el título y por el maravilloso hecho de que mi padre hubiese tenido la intuición de que yo quería ser lector de poesía. Para ese entonces ya mi padre había sido testigo de mis inclinaciones maliciosas hacia lo literario, y aunque esperaba que yo me convirtiera en abogado o administrador, nunca se negó la posibilidad y maravilla de compartir conmigo una que otra hora para saber sobre mis gustos en materia de poesía o narrativa. Devoré el libro casi el mismo día encerrado en mi cuarto luego de terminada la fiesta, y aunque hoy confieso que Benedetti no es uno de mis escritores fundamentales, no puedo negar que ese libro me marcó la vida para siempre por una razón muy trágica: siete meses después de mi cumpleaños mi casa se incendió producto de un cortocircuito y de las pocas cosas que sobrevivieron a las llamas fue ese libro, que aunque ileso, se llevó la peor parte en comparación con otros (Su portada está por la mitad y sus hojas renegridas,  muchas quemadas).

Cada vez que tengo este libro en mis manos siento una tristeza honda, presiento y vislumbro las llamas que rodeaban mi casa esa noche de septiembre, la agonía de ver como gran parte de mi historia familiar se hacía cenizas, los gritos de los vecinos y todo el drama y convulsión que suele producir un incendio.  Es inevitable no pensar en cómo tuvimos que irnos a vivir a otra ciudad y recomenzar la vida. Pero no sólo tristezas me devienen de ese libro, también en él emergen la alegría de recordar el rostro de mi padre y de mi hermana, esa sensación de saberlos cómplices y testigos de ese vasto mundo que ante mí se ofrecía en el lenguaje y la poesía. Este libro me une indivisiblemente con el fuego y la memoria del hogar, con lo que fui y soy, con la incertidumbre de imaginar lo que un día seré y dejaré de ser.

Yo sé que ustedes también tienen sus libros sentimentales. Libros que se llevarían a una región remota carente de librerías o bibliotecas y no sólo los llevarían por lo que en ellos exista de maravilloso y profundo, sino también por lo que en ellos exista de ustedes y su historia. No en vano solemos acariciar sus tapas, olerlos a escondidas para que no nos crean locos, contemplarlos como quien contempla un paraíso inhallable pero a la vez posible. Todo libro es una geografía de lo que somos, una extensión territorial de nuestros anhelos y nostalgias, una posibilidad de dialogar con nuestras angustias y esperanzas, y en el más hermoso de todos los casos, un testimonio silencioso de nuestra existencia.    

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