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Mis fraudes no defraudan

«No tengamos miedo de denunciar situaciones inaceptables como las que se viven actualmente en Venezuela»
Antonio Tajani, presidente de la Unión Europea, 20-10-2017

ME ENCANTAN LAS elecciones participativas: yo les participo quién gana.

Me dan un flojera tremenda, no lo voy a negar. Empezando por definir la fecha, que no puede ser al azar ni predecible; siempre hay que sorprender. Organizarlas implica tener que justificar el sueldo y ya a estas alturas, francamente, una no te está para eso. Luego, el domingo en cuestión se hace largo, sobre todo porque ya todo lo tenemos cuadrado desde el viernes y aún así hay que poner cara de gente institucional, madrugar y trasnocharse para meter la cova.

Y a pesar de que suene contradictorio, eso mismo, la cova, me termina dando una gran satisfacción de la jalada cumplida. Del aporte, pues, a la revolución. Mucho más después de que el comandante nos dejó, porque con esta grisura es más cuesta arriba meter el fraude. Además del dolor de su popularidad ausente, está el riesgo de que se te aparezca de noche a reclamar por una gobernación mal adjudicada, la falta de maldades, traslados, muertos y multi votantes en los centros escuálidos, y/o un porcentaje que no haya sido lo suficientemente maldito o humillante…

Son varios retos, muchos diría yo. Sobre todo cuando son elecciones de gobernadores, parlamento o alcaldías. En las presidenciales todo es más fácil, pero en las otras es mucho lo que hay que cuadrar: tantas llamadas, tantos pedidos, tantos depósitos y transferencias por confirmar, las contraseñas de las cuentas que se me confunden, las comadres, los ahijados, los ministros, incluso del extranjero, porque te somos internacionales y multilaterales.

Todo el mundo quiere algo, muchas veces son pedidos contradictorios. Y una allí, paciente, tratando de complacer. Pero no siempre se puede, y entonces pido comprensión… con el riesgo de que el sacrificado termine pataleando y pasando datos en medio del berrinche. Por eso además hay que asegurarles la consolación, coordinada con La Habana obviamente, porque tampoco es que te soy maga.

El día en cuestión es agotador, porque esto es un proceso en caliente. Como el guiso de las hallacas, hay que estar encima. Una te tiene un plan, pero debe estar mosca, no se puede delegar ni confiar en nadie: si los escuálidos masoquistas votan, si los empleados públicos flojazos van o no van, los borrachos amanecidos, etc… entonces hay que ir acomodando, multiplicando, restando, ¿tú ves?  Así se va el domingo de resurrección de muertos y números.

Y allí en la planificación entra también el mediano plazo: esa noche hay que meter el cuento, la cara e’tabla de anunciar que los escuálidos nos han vencido en algunas zonas y lo admitimos porque te somos demócratas. Pero allí tampoco termina la cosa: no es adjudicar, leer aquella sarta interminable de nombres, proclamar las tendencias irreversibles como San Pedro distribuyendo entre el cielo y el inferno, y ya.

No, qué va. Hay que tener también coordinado el plan B: las destituciones, la quitada de competencia, el presupuesto que ahora no va a llegar, la intervención de las policías, etc ¿Querías ser gobernador y alcalde de la oposición? Perfecto, ahora te la calas. ¿O es que tú crees que la democracia es gratis? No, mi amor, hay que sudar, aquí se gana y aquí se paga.

Yo te estaba triste, compungida por las sanciones del gringo loco que me fregó las cuentas y los viajes. Pero ya se me pasó… el domingo pasado quedé tan inspirada que soy capaz de convocar ya mismo las presidenciales, aprovechando esta buena racha de fiesta democrática del 30 de julio y el 15 de octubre.

Sé que me insultan, me impugnan y me aborrecen, pero no podrán negar que yo te soy transparente y mis fraudes nunca defraudan. Se equivocaron en el Oscar y hasta en el Miss Universo, pero mis números jamás se pelan. Que no cuadren es otra cosa.

Yo no improviso. No es mi responsabilidad que todavía haya ignorantos e ignorantas que no quieren terminar de entender cómo funcionan las cosas. Son brutos, no aprenden, ¿y la culpa es mía? Habrase visto semejante descaro, no te digo yo… ¡Na guará!, como dicen allá en mi pueblo…

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