Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El #MeToo aún transita por la superficie…

… del problema. En las honduras de la vida en familia son muchas las historias que aún esperan por ser contadas… la de los padres, los tíos, primos y/o hermanos… las que más duelen, las más difíciles de sobrellevar, las que no dejan de pesar en cada uno de los días que siguieron al abuso. Esas son las historias más penosas, las que consiguen la manera de esconderse en la ignominia más oscura, donde corre la misma sangre, porque activan el mecanismo del recuerdo que cede ante la necesidad de justificar, de perdonar por el bien de la familia, para poder seguir funcionando como una familia… nadie quiere escupir p’arriba, el que le pega a su familia se arruina, si el hermano es un pervertido, ¿cómo salvar de culpas a la hermana? ¿cómo hablar mal del propio hermano sin incurrir en la doble vergüenza… en la sospecha?

Tampoco deja de ser tortuoso y amenazante, contar la historia del productor de cine, del jefe de casting, del actor compañero de escena, del profesor de la escuela… pero es sin duda más fácil. Sobre todo, si son muchas las que están dispuestas a denunciar lo suyo que desenmascara al jefe de la oficina, al compañero de partido, al compadre de toda la vida, hasta al dentista… tenemos para escoger, para llenar un álbum de barajitas. Yo por mi parte, trato de escoger entre las muchas barajitas que colecciono en la memoria y la rabia, hasta que me decido por una cualquiera, casi al azar, y pego en este álbum de infinitas páginas que recorre el mundo, la foto de mi profesor de metodología de la escuela de sociología de la Universidad Central de Venezuela.

Después de la primera clase, y así sucesivamente mientras duró el semestre, el profesor me invitaba a un café con su cara de como si fuera normal, de manera que así de normal también yo me sentí con el derecho de decirle que no. No, cada miércoles, de 2 a 4. El tipo daba su clase caminando por los pasillos entre los alumnos, y le gustaba detenerse justo en el lugar donde podía ver mis piernas por debajo de mi pupitre… Yo respiraba hondo por aliviarme del disgusto, con la cara más seria de la que era capaz a mis 17, y al final de la clase, el sujeto volvía a invitarme a un café. Y así transcurrieron las semanas hasta que llegó el día en que me tocó hacer mi trabajo final, que involucraba una exposición en clase. El tema eran justamente los vicios del sistema educativo en la sociedad capitalista. Ivan illich, Tomás Vasconi y Paulo Freire, la bibliografía, para más señas. Ya el profesor había acumulado suficientes negativas mías como para dedicarme lo peor de su malvado cinismo a la hora en que me tocó exponer, frente a todos mis compañeros de clase. Fue tanto lo que interrumpió mi exposición, con preguntas y dudas tontas y cualesquiera, que me armé de valor y me atreví a negarle el derecho de palabra a la cátedra, por tratar de lograr exponer en el tiempo previsto. Sin embargo, el profesor en cuestión, me obligó a concluir antes de terminar, usando la excusa del tiempo que apremiaba. De forma que pasé a las conclusiones abruptamente, sin haber terminado de exponer el tema. Entre las conclusiones estaba mi crítica a lo que consideraba una contradicción en la consideración que los autores hacían de la categoría “clase social”. El profesor saltó inmediatamente ante la oportunidad de desacreditarme fácilmente:

– Pero, usted no ha dicho qué era lo que los autores decían al respecto.

– Porque usted me interrumpió.

– Pues le quedan 5 minutos.

– No los necesito, profesor. Creo que su desempeño esta tarde es el mejor ejemplo de lo que son los problemas en el sistema educativo de la sociedad capitalista.

¡Túkiti! Cualquiera diría, bravo, la alumna se vengó del acoso del profesor. Pero no. La historia no termina allí. Lo que sí había terminado era el semestre, y todos asistimos el día acordado a recoger nuestras notas expuestas en una cartelera en el primer piso. Yo me sospechaba que el profesor de esta infeliz historia me había reprobado y ocasionando así que mi promedio bajara de forma definitiva. Pero muy distinto a lo que imaginé y lo que estaba dispuesta a asumir, en virtud de la defensa de mi dignidad, con las pocas herramientas que tiene una estudiante para enfrentar el acoso de un profesor, me encontré con una sorpresa: tenía 20, la máxima nota en metodología. ¿Cómo que 20? Si ni siquiera terminé de exponer mi trabajo final… ¿de dónde salió ese 20? Era muy poco plausible que el profesor realmente hubiera aprendido alguna lección… que estuviera felicitándome con ese 20, por mi coraje al enfrentarlo…

Fui a la dirección de la escuela por hacer el reclamo de la nota y me dijeron que para eso tenía que acudir al jefe del departamento de metodología. Su cubículo estaba al final del pasillo del piso 3. Cuando toqué la puerta del cubículo, me abrió el mismísimo puto profesor de este cuento, que me miró tan complacido de verme finalmente atajada en sus predios… A pesar de la desagradable y desalentadora sorpresa, aun me quedó aliento para decirle que venía a reclamar mi nota.

– No entiendo por qué tengo 20 en metodología. Vengo a hacer el reclamo.

– Es poco usual que una alumna venga a reclamar porque le pusieron 20.

– Usted sabe tanto como yo, que no terminé siquiera de exponer mi trabajo final y…

– Ese 20 es simplemente para que te des cuenta de que las notas las pongo yo. Y yo pongo la nota que me da la gana.

Esta es mi barajita que aporto hoy a la acumulación de razones que tenemos todas. Una barajita prácticamente inofensiva, con la que me mantengo a salvo de vergüenzas. Por el contrario, quedo de lo más heroica. Pero debo decir que podría hacer una novela por entregas, con la más de una docena de cuentos que tengo en haber, algunos mucho peores. Decidí escoger el más inofensivo, porque ese también cuenta. Ese también es inaceptable. Ese también hay que denunciarlo. Quiero decir, que no tiene que ser terrible para que se justifique la denuncia.

Lamentablemente no recuerdo el nombre del profesor, que probablemente siga acosando a alguna alumna en alguna escuela y mi señalamiento entonces no sirva para detener su vicio. Recuerdo que tenía acento del sur y recuerdo su rostro, sin embargo. Recuerdo perfectamente su rostro, con su ridículo bigote breve, su risita socarrona, sus avances de asco. Y recuerdo que nadie en la clase dijo nunca nada, que aquella sorna con la que me trataba indebidamente aquel profesor, sucedió como si fuera normal. Recuerdo que me tuve que defender sola.

Nunca he trabajado con ninguna actriz que no tenga más de una historia. Nunca he intimado con alguna amiga que no termine por contarme alguna situación de abuso. Ergo, son muchos los hombres que protagonizan historias de acoso. Pero debo decir, honrando los hombres hermosos que he tenido la fortuna de conocer, con los que he podido vivir en respeto, amor y admiración, que también son muchos los que, desde su masculinidad, y con una mirada muy asertiva del problema de la inequidad de género y el abuso del sistema patriarcal según el que vivimos, alzan su voz: James Rhodes, “Instrumental”, Grayson Perry “The Descent of Man” …

Las muchas mujeres con presencia mediática que han salido recientemente a la palestra pública a hacer sus denuncias, a partir del escándalo de Harvey Weinstein, sin duda, han revuelto el avispero, han removido las bases éticas de cierta institucionalidad y sistema de respetos que esconden el horror del acoso. Digamos que no habían bastado, por poner un ejemplo, las 12.300 denuncias mensuales por maltrato, ni una denuncia por violación cada 7 horas, en España nada mas, donde solo denuncian el 20% de los casos. Este escándalo ha desatado a las mujeres del mundo entero, que se han decidido a contar sus historias de manera inédita, y aunque muchas de esas historias no aparentan ser tan terribles, son signo de que existen unas mucho más terribles, que palpitan detrás y hondo, y que son las que empujan por quebrar la superficie, y motivan la denuncia. Han logrado así poner la mirada de todos sobre el tema, induciendo incluso a gentes como Woody Allen y Oliver Stone a pronunciarse al respecto, y haciéndolo en defensa de Weinstein, incluso los “a favor” han contribuido a revelar la magnitud del problema. Y aunque estos escándalos no son garantía de que alguna cosa cambie, ojalá puedan representar algún avance, en el mejor sentido. Eso sí, mientras no incurramos en el escándalo usual en nuestros tiempos, de acostumbrarnos al escándalo y quedarnos en la superficie.

Hey you,
¿nos brindas un café?